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Premiados  

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Daniel Barenboim y Edward Said

Premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2002

Daniel Barenboim

Majestad,
Alteza,
Excelentísimas Autoridades,
Señoras y Señores,

Quisiera expresar, en primer lugar, mi emoción profunda y más sincero agradecimiento por la concesión de este premio "Príncipe de Asturias" de la concordia no a unos hombres, sino a una idea, a los cientos de jóvenes de Oriente Próximo que han hecho con su valiente esfuerzo una música que es armonía, diálogo, que es -en definitiva- perfecta expresión de esa concordia que Edward Said y yo mismo nos enorgullecemos en representar esta tarde. Compartirlo con él es un honor profundo para mí, dada la admiración que le profeso desde hace muchos años.

Nuestro proyecto posiblemente no va a cambiar el mundo, pero es un paso, y son esos pasos los que todos tenemos la obligación de dar desde nuestra responsabilidad y nuestras posibilidades. Hemos sentido el pulso de muchos corazones que nos han acompañado a lo largo de estos años y sentimos una enorme satisfacción porque hoy la Fundación Príncipe de Asturias, los miembros de su Patronato y las gentes del principado se unan a nuestra iniciativa y nos hayan aportado el espíritu del noble proyecto que dedican a la humanidad y al humanismo desde 1980.

Edward Said y yo hemos concebido nuestro proyecto como un diálogo permanente. Este premio supone una focalización en una manifestación de la concordia como lo son el diálogo y la armonía. En el West Eastern Divan se une un lenguaje universal y metafísico como es la música con el continuo diálogo que mantenemos con los jóvenes y ellos mantienen entre sí.

Averroes y Maimónides, que propugnaron en su complicidad filosófica que tiene que existir equilibrio entre la razón y lo metafísico, se negaban a ser llamados maestros y escuchaban y dialogaban con sus discípulos como nosotros lo hacemos con estos jóvenes que, creyendo aprender algún modesto conocimiento o técnica de nosotros, muchas veces nos ofrecen grandísimas lecciones.

Edward Said y yo, imitando a aquellos personajes del diálogo platónico ION, el rapsoda y el filósofo que debaten sobre el conocimiento racional y la inspiración, mantenemos un diálogo permanente. Como en la obra de Platón, el diálogo es un fin para reflexionar y llegar a conclusiones, y también un medio, una forma de concebir la existencia y la amistad.

También España es un territorio de diálogo. En Asturias comienza el período histórico de la reconquista que es asimismo una aventura humana de encuentros y desencuentros. Tras el ensordecedor silencio que supone la llegada de ese "otro" mítico y desconocido, se inicia una época de intercambio que ofrece tan notables ejemplos en la literatura, en la música, en el arte.

La vida de Edward Said y la mía representan el drama que nuestros pueblos han vivido en el último siglo. Nuestra amistad y la labor que desarrollamos de consuno representan también la esperanza, porque es en ese territorio en el que hemos decidido vivir dos nomádas como nosotros.

También el West Eastern Divan ha viajado, y ha encontrado una casa en España, en Andalucía, a cuyas gentes y cuya Junta quisiéramos también agradecer su inapreciable apoyo.

La concordia se expresa musicalmente como armonía. La orquesta exige que los músicos se escuchen, que ninguno intente tocar más alto que el otro, que se respeten y se conozcan. Es un canto al respeto, al esfuerzo de conocer y comprender al otro, algo clave para poder superar un conflicto que no tiene solución militar. Hoy tal vez esté lejos la solución política, y ello me fortalece en el sentimiento de que es primordial deber del individuo reflexionar, actuar de acuerdo con sus propios medios. Creo que así podría surgir un movimiento independiente entre ambos pueblos que les ayude a contar con una contribución para superar el odio que los enfrenta hoy día.

La música es imposible de definir con palabras, porque , si así lo hiciéramos la reduciríamos. Ella ofrece un lenguaje universal y fuera del tiempo. Es aire sonoro, como decía Ferruccio Busoni, su fuerza es la fusión entre un elemento físico -el sonido- y el contenido humano, que no han cambiado a lo largo de la historia y las civilizaciones.

Hay una reflexión sobre Séneca de la gran pensadora española, María Zambrano, que podemos recordar hoy:

La verdadera medida del ser no puede encontrarse en un dogma, sino en un hombre concreto que percibe en su armonía interior la armonía del mundo. Es una cuestión de oído -nos dice- una virtud musical del sabio. Es una actitud incesante que percibe, y es un continuo acorde. Es, en suma, un arte. La moral se ha resuelto en estética y como toda estética tiene algo de incomunicable.

Es cierto que hay algo de incomunicable, algo que va más allá de las palabras, en la música, y acaso sea este fenómeno el que hace que jóvenes israelíes y árabes se unan para vivir juntos la transformación del sonido en una experiencia músical.


Majestad,
Alteza,
Excelentísimas Autoridades,
Señoras y Señores,

Vivimos en un mundo de permanentes contrastes, entre la armonía y la disonancia, entre la sinrazón y la racionalidad, entre la privación de la palabra y el diálogo, entre la oscuridad de la violencia y la luz del humanismo. Todos los días encontramos argumentos que nos recuerdan que la historia humana ofrece permanentes ejemplos de la parte más negativa de estas ecuaciones.

Hace muchos siglos, en el Reino de Asturias el BEATO DE LIEBANA hizo una de las más preciosas contribuciones a la cultura de occidente. En su obra evocó un Jerusalén celestial en el marco de una visión apocalíptica. Pero otro paraiso estaba construyéndose no lejos de aquí, con la contribución de musulmanes, cristianos y judíos.

El hecho de que dos amigos, dos hermanos, hayamos podido poner en marcha este pequeño proyecto, el hecho de que ustedes estén hoy aquí rindiendo homenaje a este empeño, nos hace pensar en la parte más positiva del ser, y nos hace desear que tal vez entre todos, ustedes y nosotros, estemos aportando a los pueblos palestino y judío algo de aquello sin lo que un hombre no puede vivir: la esperanza de una vida mejor, que sin duda tendrá que expresarse en un Jerusalén terrenal donde los hombres convivan manteniendo sus identidades, creando un puente entre occidente y oriente.

Ojalá que este premio abra espacios para esa esperanza y la paz que encierra en su seno.

Muchas gracias.


Daniel Barenboim, Oviedo 25 de octubre de 2002.

Edward Said

Es un tremendo honor recibir este extraordinario premio y poder compartirlo con mi estimado amigo y compañero Daniel Barenboim. No encuentro palabras para agradecer a los miembros del jurado del Premio Príncipe de Asturias de la Concordia el habernos elegido para recibir este maravilloso reconocimiento. Quisiera felicitar asimismo a los demás galardonados cuyos excepcionales logros en las Artes y en las Ciencias de igual modo se han reconocido hoy aquí.

El mundo de hoy está lleno de identidades nacionales y nacionalismos confrontados. Ya hace años que llenan las noticias, y muchos son el resultado de lo que sucedió cuando los grandes imperios clásicos empezaron a despedazarse después de la Segunda Guerra Mundial. Con demasiada frecuencia los programas de los imperios para el reparto, como los que tuvieron lugar en la India y Palestina, agravaron las tensiones entre comunidades aún más que antes y no parecían solucionar nada. Los nacionalistas musulmanes e hindúes siguen en su lucha y los árabes palestinos y judíos israelíes todavía están muy lejos de cualquier perspectiva de paz. El principio y la práctica de la convivencia y la igualdad parecen tan distantes como para ser utópicos hasta el ridículo. Lejos de conseguir algo y hacerse realidad, las naciones enfrentadas entre sí causan directamente la terrible violencia de la guerra y del largo conflicto. Otras luchas latentes a favor de la identidad nacional están a punto de estallar, subyacen heridas y una sensación de injusticia que a menudo acaban en confrontación abierta.

Sin embargo, en todos los casos, ambas partes en conflicto sobre la identidad nacional consideran que tienen la justicia de su parte. Pero, ¿dónde está la justicia? ¿Consiste en seguir luchando aunque su poder haya superado con creces la de su enemigo? ¿O consiste en oponerse a las acciones injustas y no cesar de llamar la atención sobre los abusos de los derechos humanos y políticos? ¿O consiste en asumir una posición de superioridad y fingir que la identidad nacional no es de su incumbencia?

El problema de fondo, en todo esto, es que resulta imposible ser neutral o considerar estas tensiones desde la distancia. Por muy objetivos que intentemos ser, de una manera u otra, son cuestiones de vida y muerte para todos los seres humanos. Cada uno de nosotros pertenece a una comunidad con su propia narrativa nacional, sus propias tradiciones, lenguaje e historia, ideas básicas y héroes. Estos proporcionan la sustancia con la que se forman todas las identidades nacionales, aunque no todas se encuentran en pie de guerra y bajo constante presión. Además, es verdad que ninguna identidad nacional se establece para siempre, ya que la dinámica de la historia y de la cultura garantizan una evolución, cambios y reflexión constantes. Lo peor es cuando individuos o grupos fingen ser los únicos representantes verdaderos de una identidad, los únicos intérpretes legítimos de la fe, los únicos portaestandartes de la historia de un pueblo, la única manifestación real de una identidad dada, sea islámica, judaica, árabe, americana o europea. De convicciones tan insensatas surgen no sólo el fanatismo y el fundamentalismo, sino también la falta total de comprensión y de compasión por el prójimo.

Para mí uno de los rasgos especialmente atractivos de la identidad española es que se trata de una nación que ha negociado con éxito el pluralismo -e incluso las contradicciones confrontadas- en la historia de su identidad compleja. Las historias islámicas, judaicas y cristianas de España proporcionan conjuntamente un modelo de convivencia de tradiciones y de creencias. Lo que podría haber sido una guerra civil interminable ha desembocado en el reconocimiento de un pasado multicultural y una fuente de esperanza e inspiración, en vez de antagonismos y desacuerdos.

Lo que en el pasado se reprimía o se negaba en la larga historia de España, ha recibido su debido reconocimiento gracias a los esfuerzos de rescate histórico de figuras heroicas como Américo Castro y Juan Goytisolo.

Como palestino nacido en Jerusalén, mi historia nacional y la sociedad de mis antepasados estalló en pedazos en 1948 cuando se creó el estado de Israel. Desde entonces -la mayor parte de mi vida- he participado en la lucha no sólo para llevar la justicia y la restitución a mi pueblo sino también para mantener viva la esperanza de autodeterminación. Nuestra historia moderna como pueblo está llena de sufrimientos sin reconocimientos y de despojo continuo. Como americano que lleva una vida de privilegio y estudio en la Universidad de Columbia, donde he tenido una suerte enorme en mi vida como profesor, llegué a comprender muy pronto que tenía que elegir entre olvidarme de mi pasado y de los muchos familiares que se convirtieron en refugiados sin hogar en 1948, o dedicarme a paliar los efectos de los traumas producidos por el sufrimiento y el despojo escribiendo, hablando y dando testimonio de la tragedia de Palestina. Me enorgullece decir que escogí este último camino y, con él, la causa de una política estadounidense no militarista y no imperialista. Siempre he creído en la superioridad del argumento racional sobre la lucha armada, en la franqueza y en la honestidad empleadas en pro no de la exclusión sino de la inclusión. ¿Cómo reconciliar la realidad de un pueblo oprimido, explotado y al que se le han negado sus derechos políticos y humanos, con la realidad de otro pueblo cuya historia de persecución y genocidio, en mi opinión, injustamente anuló la existencia de otro pueblo indígena en su camino hacia la autodeterminación? Esta fue la cuestión. Consistía en tener la cooperación de muchas personas, muchos compañeros y amigos de ideas afines, de árabes y judíos, y no árabes y no judíos, cuya pasión por la justicia los unió con el pueblo de Palestina, que sufre bajo la ocupación militar israelí desde hace treinta y cinco años. Este sufrimiento, además del despojo de toda la nación palestina en el exilio, clamaba por la justicia y el reconocimiento.

Ha sido una lucha dura y estamos lejos de acercarnos a su final. Los sacrificios diarios de valientes palestinas y palestinos que siguen con sus vidas a pesar de los toques de queda, las demoliciones de sus casas, las matanzas, las detenciones en masa y la expropiación de sus tierras. Siempre necesitamos el apoyo moral, necesitamos la imaginación del mundo, necesitamos demostrar a aquellos que crean que Palestina/Israel es la tierra de un solo pueblo, que es una tierra para dos pueblos que no pueden ni exterminarse ni expulsarse los unos a los otros sino que, de alguna manera, tienen que acercarse como iguales, con derechos iguales de vivir en paz y seguridad, juntos. Por lo tanto, es esencial para mí reconocer la fuerza y dedicación de aquellos israelíes y judíos que han superado las fronteras de la convención, de la conformidad y de la identidad autoritaria y han reconocido su responsabilidad moral hacia una causa que de tantas maneras también es su causa. Quisiera rendir homenaje a Daniel Barenboim que nos ha ofrecido, a los palestinos y a otros árabes, sus grandes dones de músico como expresión de la forma más alta de solidaridad humana.

Aunque parezca extraño, es la cultura en general y la música en particular las que proporcionan un modelo alternativo para identificar el conflicto. Yo sólo puedo hablar aquí como palestino, pero siempre me ha sorprendido cuanto nos ha empobrecido y limitado nuestra vida de lucha, simplemente porque como pueblo privado del derecho de ciudadanía, hemos tenido la tendencia a enfocar todas nuestras energías en la meta inmediata de conseguir la independencia por los medios más directos posibles. Por supuesto, esto es comprensible. Pero existe lo que yo llamaría la política cultural de largo alcance, que proporciona un espacio literalmente más amplio para la reflexión y en último término para la concordia, y que puede sustituir la tensión y el desacuerdo permanentes. La literatura y la música abren este tipo de espacio, porque básicamente son artes no de antagonismo sino de colaboración, receptividad, recreación e interpretación colectiva. Nadie escribe ni toca un instrumento para leerse o escucharse a sí mismo; siempre está el lector o el oyente, y con el tiempo este público va creciendo. Mi amigo Baremboim y yo hemos optado por este camino más por motivos humanísticos que políticos, porque pensamos que la ignorancia y la autoafirmación reiterada no son estrategias de supervivencia sostenible. La disciplina y la dedicación nos han proporcionado una fuerza motriz que nos permite unir a nuestras comunidades sin espejismos, sin abandonar nuestros principios. Lo alentador es ver la cantidad de jóvenes que han respondido, y la manera en que, incluso en tiempos tan difíciles como éstos, jóvenes palestinos han decidido estudiar música, aprender a tocar un instrumento o practicar su arte.

Quién sabe hasta dónde llegaremos y a quiénes haremos cambiar de opinión. La belleza de esta pregunta es que no se puede ni responder ni desestimar fácilmente. Su reconocimiento de nuestros esfuerzos, no obstante, nos ayuda a dar un gran paso hacia adelante.

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