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Grupo de Contadora

Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional 1984

Intervención de D. Bernardo Sepúlveda Amor

Señalado privilegio me representa recibir, en nombre de México y de su presidente Miguel Lamadrid, el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Iberoamericana. Con tal distinción, España honra las jornadas pacifistas del Grupo de Contadora. Esta Presea constituye, por cierto, un estímulo y un reconocimiento de que el diálogo político debe ser, en cualquier circunstancia y momento pieza esencial del entendimiento entre las naciones. Confirma, asimismo, nuestra fe en que desde el trasfondo ominoso de la guerra, de la crisis y de la intolerancia en América Central, habrá de levantarse por encima de posiciones egoístas y de injerencias interesadas, el espíritu vigoroso de la paz.

Para el pueblo mexicano, depositario de una política exterior de sólidos principios y de honda raigambre histórica, este reconocimiento no se da en el vacio. Lo entiende como una expresión feliz de la grandeza española para apreciar en sus méritos una rica tradición comprometida con la paz. Símbolo de beneplácito por la tarea realizada, recibir este premio significa también delicada responsabilidad para alcanzar con éxito el propósito común del entendimiento político y la seguridad.

Importa, pues, reflexionar en el profundo valor de la paz en nuestros días. Reconocer que se trata de un bien patrimonial de la comunidad mundial y, por ende, de una parte indivisible de la conciencia de cada nación. Dondequiera que se atente contra ella se vulnera, en realidad, la soberanía de los países. La Paz es nuestra responsabilidad histórica. México subraya su esperanza de que los gobiernos del área centroamericana sabrán interpretar, con sentido de la historia, la voz de aquellos que rechazan el horizonte de la lucha fratricida y la opción sombría del rencor.

La complejidad de la situación en Centroamérica ha obligado, en lógica correspondencia, a buscar soluciones acordes con las circunstancias. En nuestro mundo y en nuestro siglo nada ha permanecido en la inmovilidad. Las instituciones internacionales enfrentan problemas de eficacia, agravados por los intereses de quienes se benefician de los conflictos. La creación del Grupo de Contadora fue y sigue siendo una respuesta útil, original y comprometida para facilitar la comunicación. No intenta suplantar responsabilidades ajenas ni imponer obligaciones asimétricas a nadie. En una realidad cambiante, esta fórmula diplomática es fruto inequívoco de nuestra modernidad, del imperativo de adecuar requerimientos y posibilidades a las causas en marco conciliatorio, nuestras cuatro naciones fomentan la vigencia de los postulados y fundamentos que sostienen a la sociedad de estados.

Acto de imaginación política y de compleja gestión diplomática, el Grupo de Contadora propone, no impone, un sistema de paz y cooperación. Los fundamentos de ese sistema son legítimos porque recogen lo mejor de las aportaciones centroamericanas. En cambio, su viabilidad depende de una realidad política ineludible: pertenece a cada Gobierno centroamericano la responsabilidad primordial de poner en vigor y cumplir un conjunto de normas imperativas de convivencia entre los Estados.

Soberanamente deberían decidir, alejando las acechanzas de quienes vulneran soberanías, en favor de una opción válida que hace más próxima la vía de la paz.

Los compromisos políticos básicos están planteados. Dejar escapar esta opción con proyectos quiméricos sin un fin previsible servirá tan sólo para prolongar en nuestra región el sufrimiento y la destrucción.

Imposible será para los pueblos centroamericanos aspirar al desarrollo en una realidad erizada por amagos bélicos. ¿Cómo encontrar fórmulas de armonía política y equilibrio social en la tentación de las armas? Nuestra experiencia histórica muestra que la democracia como sistema de vida no florece en el entorno de la confrontación. Requiere, por el contrario, un suelo fértil para la comunicación política y para la capacidad del diálogo, el respeto auténtico a un proyecto plural y la prevalencia de los principios del derecho.

Con ser un compromiso esencial latinoamericano, la Paz en el istmo es también profundamente universal. Por eso, formulamos un nuevo llamado a la comunidad de naciones y, en especial a los países involucrados en la crisis, para que apoyen con firmeza y consistencia el proceso de pacificación en América Central. Nos encontramos en la antesala de una etapa decisiva. Ha llegado el momento de dar el paso hacia la suscripción de acuerdos responsables que fortalezcan solidaridad, conciencia y soberanía, o quedarnos atrás en espera de que la historia, algún día, condene nuestros errores y omisiones.

México confía en que la fuerza de la Paz, por sus méritos intrínsecos, pero también como imperativo del interés nacional, sea la fuerza que se imponga.

Sus Majestades,
señoras y señores.

Al agradecer el otorgamiento de este premio que enaltece la política exterior de México, en nombre del presidente Miguel Lamadrid expreso mi reconocimiento y aprecio por el apoyo irrestricto de España a la tarea del Grupo de Contadora y por su valiosa contribución a la causa de la paz y del acercamiento entre nuestros pueblos.

Intervención de D. Isidro Morales Paúl

Un imperativo histórico.

El Premio Príncipe de Asturias, destinado a honrar la labor de personalidades españolas y latinoamericanas que se hayan distinguido por su aporte en alguno de los campos del saber y la cooperación iberoamericana, se otorga hoy a una gestión de Paz, a la voluntad de hombres latinoamericanos que hicieron de la búsqueda de la comprensión y la armonía entre los pueblos un objetivo y un mandato.

El istmo centroamericano que el genio de Bolívar concibió como un nuevo Corinto, se ha transformado en confluencia de ambiciones, escenario de pugnas y lugar de confrontaciones. Vértebra geográfica de un vasto continente. Pedazo de patria americana donde se asientan pueblos antiguos y nuevos que pacientemente esperan remedio a seculares injusticias: aferrados a su vocación de paz y unidad, enraizadas en su patrimonio histórico libertario, legado de los héroes de la independencia y quienes invocaron, al igual que Bolívar, la causa latinoamericana.

Hacia la búsqueda de la paz

Ese istmo es al mismo tiempo, testigo de un esfuerzo mancomunado, decidido y prolongado, destinado a concretar la paz.

Estimulados por la solidaridad, los países que integran el Grupo de Contadora -Colombia, México, Panamá y Venezuela- es decir, naciones herederas de España mezcladas con sangre negra e indígena ha asumido la tarea de buscar la paz en Centroamérica. Esa tarea ha sido estimulada con la comprensión y el apoyo de Gobiernos y pueblos amigos, entre los que destaca, por su transcendencia histórica y cercana afinidad, la palabra alentadora de España.

Persuadidos de que la paz no puede ser la desvelada utopía que la concibe como un bien abstracto, no es tampoco un regalo generoso y menos aún trofeo que pueda obtenerse mediante el reposo indiferente de quien abandona toda acción. La paz es una vocación y una decisión que se transforma en imperativo de lucha cuando se encuentra amenazada. Esa paz que buscamos es antes un acto de justicia.

La desigualdad social con su carga de atraso y pobreza altera nuestro equilibrio, afecta nuestro carácter de continente de la libertad. Hemos sido objeto de codicia. Hoy somos centro de la apetencia de dominio de quienes pretenden exasperar nuestras contradicciones y cambiarnos el sueño de la vida en democracia por la pesadilla de la guerra.

La paz que aspiran los gobiernos de los países integrantes del Grupo Contadora propicia acuerdos y coincidencias tendentes a alcanzar un crecimiento armónico en todas las partes del campo social, niveladora de desigualdades, producto de la decisión autónoma de los pueblos.

Este premio nos impulsa a continuar nuestros esfuerzos para conformar una América Latina unida, fuerte, y consciente de su responsabilidad en el concierto de las naciones. Reviste especial significación, pues concreta el grado de comprensión de España y de Europa en general, hacia nuestros países, expresión de una nueva era de la cooperación y respeto mutuo que se perfila ante nosotros como realidad plausible para elaborar intercambios y estimular esfuerzos, camino idóneo para disipar las sombras de angustia y desconcierto que agobian el mundo en que vivimos.

Queremos la democracia, no como estructura formal ni sueño de mente frustrada y ambiciosa, sino como evidencia de sistemas de vida, de una actitud permanente de encauzamiento social. Creemos en la democracia política como instrumento de democracia social. Entendemos por democracia social el imperio de la justicia, una distribución equitativa de la riqueza, garantía de las condiciones mínimas de vida: la alimentación, la vivienda, la educación, el derecho al trabajo. No es de extrañar que sea España, origen y vertiente de nuestra identidad, la que otorgue este reconocimiento como otra prueba más de su irrefutable empeño en colaborar para impulsar nuestro desarrollo. Latinoamérica agradece esta conducta y reitera su indeclinable decisión de seguir luchando por la paz y la unidad latinoamericana.

Quiero terminar agradeciendo en forma muy sincera, en nombre del Gobierno de Venezuela, en especial de nuestro Presidente, el doctor Jaime Luisinchi, a quien represento en este emocionante evento.

Al rey don Juan Carlos, quien con tanto acierto y sabiduría ha sabido guiar este país.

A Su Alteza Real el Príncipe de Asturias, a quien evoco en estos momentos en nombre de esa “América, hermosa y plural”, pincelada maestra que utilizó para definirnos, en ocasión de otorgarle este mismo premio al excelentísimo señor Presidente de Colombia.

A la Fundación Príncipe de Asturias, la cual en la mejor tradición de esta tierra asturiana, generosa y de profunda raigambre en suelo americano, tuvo a bien acordar esta preciada distinción. Al Gobierno y al pueblo español, quienes con su invertebrada hidalguía han sabido replantear relaciones de armonía, cooperación y complementariedad entre nuestros países.

Se lo agradecemos en nombre de los sufridos pueblos centroamericanos que desean la paz, en fin, les damos las gracias en nombre de la paz, ese deseado objetivo cada día más escaso que representa el supremo anhelo de los pueblos del mundo.

Intervención de D. Augusto Ramírez Ocampo

Se cumplirán cinco siglos, en 1992, del inicio de la saga luminosa en que España y América unieron sus destinos. El aliento creador de doña Isabel y don Fernando hinchó el velamen de las carabelas de Colón para suscitar tan alta hazaña en los fastos de la Humanidad. Un momento en que el hombre descubrió no sólo un continente sino que indagó, por primera vez, por la exacta dimensión de su morada, del planeta que le es habitación y destino.

Lo hizo España, creadora de sabios y de conquistadores desde el amanecer de su historia; España, cuna de un pensamiento que tuvo la virtud de asumir el vasto legado de la metafísica griega, del derecho romano y de la religión cristiana que, según Xavier Zubiri, son los tres eventos cimeros en el proceso de la Humanidad.

Esta nación –tan entrañablemente unida a nuestra historia– protagonizó la creación de nuevos pueblos, padeció el desgarrón de su independencia, asistió a su afianzamiento nacional y, hoy, comparte fraternalmente con nosotros el esfuerzo de su reafirmación bajo el doble signo de la libertad y de la democracia.

Ahora, cercano el nuevo encuentro de dos culturas ancestrales, la de los pueblos hispano y amerindio, conviene resaltar que nuestros vínculos no han sufrido mengua ni en la catarsis de la separación del siglo XIX, ni en la agitación inconforme con que nuestros pueblos se aprestan a despedirse del siglo XX.

Por el contrario, América ha robustecido su legado y aportado una riqueza nueva al espíritu humano: el florecer de un idioma con nuevas posibilidades de expresión y creatividad, el concurso de millones de seres en la consolidación de su fe y en el amplio espectro de las relaciones políticas, culturales y económicas.

En ninguna otra empresa de la Historia se obtuvo una simbiosis tan feliz entre mundos aparentemente contrapuestos, ni una amalgama de valores como la conseguida en estos cinco siglos de la historia común.

La civilización, afirmaba Ortega, es antes que nada voluntad de convivencia. Esa fuerza unitaria ha inspirado las relaciones entre nuestros pueblos y los ha llevado mucho más allá: a la participación y la solidaridad.

Por todas estas razones, los Premios Príncipe de Asturias constituyen afirmación de esa sucesiva y permanente civilización en común.

Permítaseme, entonces, señalar a Vuestras Majestades que el otorgamiento de estos galardones que constituyen tan precioso estímulo para la acción política y para la invención intelectual, expresa también el ejercicio admirable de una Monarquía, eje de la historia de esta nación y convocadora de la admiración y respeto de nuestras repúblicas y de sus propios conciudadanos, por lo elevado y digno de su papel en la vida contemporánea española.

Nuestro siglo ha sido lamentablemente fecundo en expresiones de ferocidad, de crueldad y de muerte, pero seguimos esforzándonos y anhelando el ámbito indispensable para el progreso: la paz.

Una paz que el presidente Belisario Betancur definió como el resultado de la justicia. Paz concebida como un reparto equitativo de bienes y de males entre todos y cada uno de los hombres. Es el objetivo hacia el cual caminamos quienes hacemos parte del conglomerado de pueblos hispanoamericanos, unidos en torno a esa fuerza que el gran Darío llamó “el dominio espiritual de España”.

Contadora nació como fruto de la serena meditación sobre el destino de Iberoamérica, en medio de las convulsiones de la pugna que, por la vía armada, pretende convertir ese suelo, que es también nuestro, en el escenario de la contienda de dos grandes potencias. Fue, por tanto, una afirmación sobre nuestra capacidad de decidir y es también un sistema de unidad y de cooperación a nivel regional.

Nuestra concepción no se ha limitado a entender la paz como simple ausencia de la guerra o a verla como un fugaz entreacto entre dos enfrentamientos armados. Esta es la concepción de las grandes potencias. Para ellas, la paz se encuentra vinculada tan sólo a la desactivación de las ojivas nucleares o a obtener el equilibrio del terror.

Para nosotros, la paz es un concepto íntimamente ligado a la pobreza, al hambre y a la injusticia. Por eso en el Acta de Contadora los temas económicos y sociales tienen tanta fuerza como los del desarme.

Quizá lo más valioso de nuestro trabajo es que pretende ser un catalizador de los anhelos de una región y de unos pueblos que tienen clara conciencia de sus dificultades y de la forma como acceder a la paz, a su propia paz. No en virtud de una imposición extraña o como colofón de una guerra de dominio, sino un pacto obtenido a través de su participación y de su propia deliberación.

El Grupo de Contadora no pretende imponer la paz en América Central sino simplemente ayudar a estos países en conflicto a que se la estatuyan conforme a su albedrío. La dificultad reside en lograr que los intereses adversos acepten este planteamiento, esta necesidad de una paz basada, como afirmaba Quevedo, “en la religión, en la conciencia, y en la libertad justificada de la Patria”.

Desarme, democracia, desarrollo, derechos humanos, participación popular y justicia social; son, en síntesis, los fundamentos de este esfuerzo mancomunado que en San José encontró apoyo resuelto e institucional de la Comunidad Europea, de España y de Portugal.

La paz, que Colombia ha contribuido a buscar en América Central, no constituye nuestra única meta. El presidente Belisario Betancur ha conducido a otro proceso de diálogo con aquellos sectores que en nuestro país optaron por la subversión como ilusoria alternativa para reivindicar sus ideas y sus programas y ha preferido el diálogo constructivo a la represión; ha optado por tender la mano amistosa para la reconciliación y ha abierto con éxito la senda que nos conducirá al entendimiento y a la paz nacionales.

En este Reino de Asturias donde Jovellanos inspiró la acción contra los invasores. En esta heroica ciudad –que, al decir de Clarín– “duerme la siesta sobre el lecho de su gloria” que no ha tenido nunca ......... desde cuando en Covadonga ensordeció el aire con el ruido del acero invencible de Don Pelayo, recibimos esta calificada distinción y orgullosamente proclamamos nuestra vigorosa unidad espiritual con España.

Iberoamérica, sin descartar su propio papel protagónico en el complejo mundo del siglo XXI, encuentra en España luz y espíritu, fuerza y creación.

Unidas de la mano, América y España están llamadas a indagar sobre los cinco siglos de Historia que han compartido para echar las bases de una nueva alianza, ahora que se advierten en el horizonte las claridades precursoras de un nuevo milenio.

Porque, como lo afirmara nuestro Premio Nobel Gabriel García Márquez, “frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie puede decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la Tierra”.

Muchas gracias.

Intervención de D. Oydén Ortega Durán

Resulta un honor envidiable el que hoy nos otorga el Reino de España, cuando nos hace acreedores al Premio de Cooperación Iberoamericana por nuestras gestiones a favor de la paz en el área centroamericana. En nombre de mi país, al igual que lo hacen los otros integrantes del Grupo de Contadora, agradezco a la Fundación Príncipe de Asturias el reconocimiento a este esfuerzo común que iniciamos en enero de 1983 y cuyo éxito se vislumbra como ejemplo para la humanidad y metodología para el equilibrio de las naciones. El diálogo se hizo posible pese a la naturaleza y complejidad de los problemas que acumulaban cinco estados en momentos de extrema gravedad.

En nuestras gestiones a favor de la comprensión y entendimiento, contamos desde sus inicios con el apoyo sólido y eficaz, digno y constructivo de esta Nación, a la que estamos unidos por hondos lazos que estableció la historia y hoy reafirma el destino. Y es que no podía ser de otra forma, porque, al comentar la conquista de las Indias, en la Cátedra Salmanticense fue donde fray Francisco de Vitoria sentó las bases del Derecho Internacional, convirtiendo en Patrimonio de la Humanidad las normas que han de regir la convivencia de las naciones.

La historiografía contemporánea recalca los tres siglos de experiencia española en América, como modelo de ordenamiento institucional y humanismo social. Y fue un español, precisamente, don Miguel de Unamuno, quien hizo ver las hondas raíces hispanas que tenía el Libertador Simón Bolívar. Pareciera que su pensamiento adquiere contemporaneidad, al observar que si Venezuela fue su cuna, Colombia su escenario de glorias, Panamá el centro de las alianzas defensivas, el Congreso Anfictiónico concluyera en México. Por lo que cabe decir que hemos tenido en nuestro trabajo una tradición hispana y una inspiración bolivariana.

Este cuerpo de su historia y alma de su política -si se me permite utilizar palabras de Gracián- es el que da sentido a una íntima colaboración entre las ayer provincias de ultramar y hoy repúblicas soberanas con la madre patria. En nuestra empresa por la paz de la región hemos trabajado con tenacidad y fe, pero con el aplomo que ofrece la experiencia, la paciencia que impone la perseverancia y los elementos comunes que como legado espiritual dejó España en América, todo lo cual ha permitido coordinar puntos que parecían irreconciliables e intereses opuestos en primera instancia. Hoy, cuando estamos próximos a conmemorar el V Centenario del encuentro, merecen destacarse tan profundas vinculaciones, que se convierten en numen que inspira y logos que explica.

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