Saltar navegación. Ir directamente al contenido principal (Tecla de acceso S)

Fundación Princesa de Asturias

Sección de idiomas

Fin de la sección de idiomas

Buscar

Sección de utilidades

Fin de la sección de utilidades

  • Síguenos en:
#PremiosPrincesadeAsturias
Comienza el Menú secundario Fin del Menú Secundario

Premiados  

Comienza el contenido principal

Indro Montanelli y Julián Marías Aguilera

Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 1996

Discurso de Julián Marías:

Majestad,
Alteza,

Recibir el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades es para mí un honor extraordinario, que agradezco en lo que vale. La única justificación quizá que tiene es el haber dedicado tanto tiempo de mi vida, de mi ya larga vida, al estudio de estas disciplinas. No puedo menos de recordar que en 1948 Ortega fundó el Instituto de Humanidades organizado, ponía, por José Ortega y Gasset y Julián Marías, dos insensatos, dijo, que no tenemos nada que perder. Poco después de su muerte, desde 1960 a 1969, dirigí un seminario de estudios de humanidades en el que tuve como colaboradores inmediatos a Enrique Lafuente Ferrari, Pedro Laín Entralgo, Rafael Lapesa, José Luis Aranguren, Melchor Fernández Almagro y entre los colaboradores jóvenes que trabajaban con nosotros se encontraban los que son ahora ilustres; recuerdo en este momento a Gonzalo Anes, Helio Carpintero, Miguel Martínez Cuadrado, Eduardo Martínez de Pisón, Carmen Martín Gaite, Francisco Aguilar Piñal, José María López Piñero, y unos cuantos más que merecerían ser recordados y que hoy ocupan puestos capitales en las disciplinas intelectuales españolas.

Yo creo que las Humanidades son algo abandonado en nuestro tiempo; empieza a haber una cierta conciencia de ello y es algo gravísimo que está ocurriendo en este momento. Humanidades son las ciencias de lo humano. No se trata solamente de las lenguas clásicas en las cuales están nuestras raíces. Es la Filosofía, es la Historia, es la Literatura, gran interpretación de la realidad humana, órgano precisamente de su representación imaginativa, de las relaciones entre personas y muy especialmente de la relación entre varón y mujer; son justamente aquellas disciplinas, que junto con las de la Naturaleza componen lo que Dilthey llamaba el globo intelectual. Es la otra mitad del globo intelectual.

Pero desde hace cierto tiempo, a pesar de que las Humanidades han sido en toda Europa, y en España muy particularmente, algo creador, glorioso en el siglo XX, se ha producido en los últimos tres o cuatro decenios un abandono progresivo de ellas. Que en definitiva, lo que ha hecho es continuar una tendencia, iniciada ya en el siglo XVIII, realizada después por diversos equipos que se han ido turnando y que ha consistido en la reducción de lo humano a lo no humano. La reducción del hombre, la reducción de lo que es una persona a un organismo, a veces algo inorgánico, a una cosa. La lengua distingue, lo he dicho muchas veces, distingue absolutamente entre persona y cosa. Distinguimos entre “qué y quién”, distinguimos entre “algo y alguien”, entre “nada y nadie”. La lengua española tiene incluso un refinamiento particular y es que construye el acusativo de persona con la preposición “a”, que no se emplea para el acusativo de cosas. Decimos “he comprado un libro”, “he roto un vaso”, decimos “he visto a Juan”, “amo a Isabel”, con la preposición “a”. La lengua no lo confunde nunca.

En cambio, la Ciencia y la Filosofía llevan dos mil años largos preguntando qué es el hombre. Pregunta errónea, pregunta que asegura una respuesta falsa. La pregunta sería una doble pregunta, en cierto modo contrapuesta, adversaria, pero que no se puede omitir. Es “¿quien soy yo?”, “¿qué va a ser de mí?”. Estas son las preguntas radicales, las preguntas que se ha hecho la Filosofía acompañada de las demás disciplinas de lo humano. Creo que sobre todo ha habido un predominio aplastante del pensamiento acerca de cosas. Pensamos sobre cosas, nos movemos cómodos entre cosas. Pero la persona (he dedicado la mayor y mejor parte de mi investigación científica y filosófica a estudiar qué es persona), la persona es una realidad que no se parece a ninguna otra. Es absolutamente distinta de toda cosa; es una realidad proyectiva, orientada al futuro, no enteramente real, porque en la realidad de la persona está incluida la irrealidad. Es justamente algo pasado porque tiene memoria, porque es un recuerdo; futuro porque es la anticipación de algo que ni siquiera es futuro. Ni siquiera es futuro porque no es seguro que ocurra.

Yo he acuñado la palabra “futurizo”: orientado hacia el futuro, proyectado hacia el futuro. Esa es justamente la condición humana. Y esto precisamente no se puede entender más que con métodos que han sido creados, que han sido organizados durante el siglo XX y con una participación particularmente importante de España en ello. Ha sido menester partir de la realidad que es la vida humana. La vida humana, Ortega decía, es lo que hacemos y lo que nos pasa. No es las cosas, la realidad radical no son las cosas, como pensó el realismo filosófico, no es tampoco el yo, como quiso el idealismo. Es más, cuando se dice “el yo” y se le antepone un artículo determinado, se está omitiendo lo que es esencial de él. Los idealistas alemanes, que tanto mérito tuvieron, decían “das Ich”. Ese artículo determinado cosifica el yo. Ello tiene una función pronominal. Es “yo”, “tú”. Si decimos “el yo” le ponemos un artículo y lo convertimos en cosa. Le privamos de su función propia y específica, que es justamente esa función proyectiva, esa función irreal. Desde la vida humana como tal, desde la doctrina que ha dado a entender la realidad en la cual aparecen todas las demás como “yo con las cosas”, “yo y mi circunstancia”, decía Ortega, lo que está en torno mío. Desde ahí, desde ese punto de vista, gramático, proyectivo, es como podemos entender esa realidad última, radical, que es la persona, que es el quién, que es cada uno de nosotros.

Hay que tener presente que cuando se habla de una persona, del nacimiento de una persona, se piensa que se puede derivar; no se deriva de nada. El hijo que nace se deriva del padre y de la madre, se deriva de los antepasados, de los elementos del cosmos, del oxígeno y el nitrógeno y el hidrógeno y el calcio y el carbono y el fósforo. De ahí se deriva “lo que” el hijo es, pero no “quien” es. Ese quien es un tercero, irreductible al padre y a la madre y a toda cosa, incluso a Dios, a quien puede decir no. Es una realidad nueva, es una innovación radical de realidad. Y eso es lo que llamamos creación. Justamente, siempre que se habla de creación se parte del Creador. Oh, del Creador no podemos partir, no está ahí, no disponemos de Él. Pero el hecho de la innovación radical de la realidad, eso es lo que entendemos por creación. Y por eso en español a un niño recién nacido se le llama una criatura ; una “criança” dicen en portugués, que es igual. Justamente esa realidad nueva, enteramente nueva, que no se puede reducir a nada, esa es la persona. Eso es lo que somos. Y es menester que nos entendamos justamente de ese modo, de ese modo radicalmente personal. Como algo nuevo, algo que se añade a todo lo que hay en la realidad y que no es solamente realidad, que tiene una dimensión de irrealidad, una dimensión imaginativa, proyectiva, y ese es precisamente el contenido de lo que llamamos humanidades, de las disciplinas de lo humano, y no olvidemos que en España la contribución capital a la cultura que ha hecho nuestro siglo ha sido precisamente en este campo de las humanidades.

Creo que es fundamental el que en España se mantenga la tradición. Que, junto a la otra mitad del globo intelectual (de la Naturaleza, de las Ciencias), se conserve justamente la tradición de las Humanidades. Yo sentí cuando era muy joven, antes de empezar mis estudios universitarios, la afición a las ciencias de la naturaleza, y empecé mis estudios de Ciencias en la Universidad. Pero al mismo tiempo sentí la llamada de las Humanidades. Y empecé a estudiar al mismo tiempo en la Facultad de Ciencias y en la de Filosofía y Letras, y descubrí entonces que mi vocación, más que afición, mi verdadera vocación irrenunciable, era las Humanidades, concretamente su forma filosófica, inseparable de la Historia y de la Literatura. Y a esto he dedicado mi vida, con resultados muy modestos, pero con una dedicación total, ya muy larga, en circunstancias casi siempre difíciles pero que no justifican el desaliento.

Muchas gracias.

Fin del contenido principal

Sección de utilidades

Fin de la sección de utilidades