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Fernando Henrique Cardoso

Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional 2000

Majestad,
Alteza Real,
Sr. Presidente del Principado de Asturias,
Sr. Presidente de la Fundación Príncipe de Asturias,
Sras. y Sres. galardonados con los Premios Príncipe de Asturias,
Sres. Embajadores, Ministros
Señoras y Señores,

Cuando supe que había sido galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional, escribí a don José Ramón Álvarez Rendueles, presidente de la Fundación, diciéndole que aceptaba este homenaje como un gesto de aprecio hacia el Brasil y hacia su pueblo.

Hoy tengo el gusto de visitar por primera vez la histórica y bella ciudad de Oviedo, para recibir el Premio de manos de Su Alteza Real el Príncipe don Felipe.

Es una honrosa distinción, que me produce una gran alegría, especialmente porque lleva la impronta de España y del mundo ibérico.

Lleva la impronta de la historia y de la cultura de este país, que da al mundo un ejemplo de vitalidad de la democracia, un ejemplo de sociedad abierta, y de economía vibrante y moderna.

Quiero resaltar el sentido simbólico que reviste este Premio al serme otorgado en el mismo año en que celebramos el Quinto Centenario del Descubrimiento de mi país.

Esta coincidencia da realce a las afinidades históricas y culturales que nos unen a España y que adquieren todavía más relieve cuando sabemos que más de diez millones de brasileños tienen ascendencia española.

En tiempo más recientes, España se ha convertido en el mayor inversor europeo en el mercado brasileño y en un aliado para fortalecer nuestro acercamiento a la Unión Europea.

En este contexto de una nueva unión, como si la Europa latina -capitaneada por España estuviese redescubriendo América.

Pero las semejanzas van más allá de eso.

Están en la experiencia del reencuentro pacífico con la democracia y en el compromiso con los derechos humanos, en la lucha contra la pobreza y en la preservación del medio ambiente.

Están también, por ejemplo, en la literatura, como en el espléndido ensayo de Carlos Fuentes, publicado hace poco tiempo en el Brasil, que traza un provocativo paralelo entre la obra de Machado de Assis y la de Cervantes, describiendo al gran novelista brasileño como el principal representante, en el siglo XIX, de lo que él denomina "la tradición de La Mancha", mezclando humor e inteligencia, ironía y sensibilidad.

Volver a España es siempre para mí un motivo de encantamiento, que se desdobla hoy en esta atmósfera asturiana de hospitalidad y amistad.

Esto me permite algunas reflexiones sobre el tema al que se refiere el Premio Príncipe de Asturias, que me ha sido otorgado: la Cooperación Internacional.

La necesidad de cooperación internacional nos lleva a pensar todavía en más profundidad en el proceso de globalización.

No existe un gobierno mundial, pero ya existe una economía mundial.

No existe un gobierno mundial, pero ya existen las víctimas de la exclusión del mercado, quienes reclaman acciones colectivas impulsadas por la solidaridad y por el imperativo ético de una mayor igualdad.

Cada vez más, los países sufren el efecto de acontecimientos que ocurren en el extranjero, a veces en países muy distantes. Las crisis financieras de Asia, en 1997, y de Rusia, en 1998, han tenido un fuerte impacto sobre los países de economía emergente y han generado aún más desaliento en los países donde viven los "desheredados de la tierra".

Hay un "déficit de gobernación" en el plano internacional, que es un déficit de cooperación entre los Estados en lo que respecta a las cuestiones de interés global.

Menciono algunos ejemplos.

Los cambios financieros internacionales son, quizás, la dimensión más obvia del problema.

El actual sistema no asegura la previsión y la seguridad necesarias para consolidar un ambiente favorable a la inversión productiva, que crea puestos de trabajo, contribuye al avance de la ciencia y de la tecnología, y al objetivo de mejorar las condiciones de vida.

Se han logrado avances, como la institución del G-20, que se consolida como un foro de diálogo con mayor representación de países en desarrollo. Las cuestiones referentes a la nueva arquitectura financiera internacional requieren una discusión más profunda y este foro de los G-20, que junta 20 países ojo falta

El Brasil no desea tan sólo ser informado de las decisiones del G-7. Queremos ampliar nuestra participación en las instancias mundiales de deliberación.

En el comercio internacional, no es posible defender principios de libre cambio y, a la vez, mantener una vasta y dispendiosa estructura de proteccionismo en los países más ricos.

En 1999, según cálculos de la OCDE, se han gastado alrededor de trescientos mil millones de dólares para proteger la agricultura de los países desarrollados y subvencionar sus exportaciones.

¿No es acaso este proteccionismo una de las mayores causas de la desigualdad de renta entre los países?

¿No es ésta una de las causas de la persistencia de la pobreza?

Esta forma de proteccionismo hiere tanto a las reglas de la economía como a los principios de justicia social.

Y cuando se habla de pobreza y desigualdad en el plano internacional, África es, sin duda, el gran desafío.

Mientras una fracción de la humanidad conoce una prosperidad nunca vista, el continente africano se debate en medio de conflictos crónicos, de la miseria y de la enfermedad.

La propagación del SIDA, la carencia de estructuras de prevención para no mencionar la cuestión del tratamiento imponen un deber de solidaridad que no es solamente moral, sino también político.

También el conflicto de Angola, herencia anacrónica de la guerra fría, sigue causando gran sufrimiento. Es necesario crear condiciones para que el pueblo y el gobierno de Angola puedan trazar su propio camino de desarrollo y libertad. Puedo asegurarles que en la Comunidad de Países de Lengua Portuguesa nos preocupamos especialmente por ser solidarios con los esfuerzos de aquel país hermano.

Las dificultades en el Medio Oriente, con su trágico saldo de hostilidades, rencores y muertes, llegan melancólicamente al siglo XXI sin perspectivas seguras de solución.

Sin hablar de las tragedias en pleno suelo europeo, en los Balcanes, en las cuales, así como en el Medio Oriente, a los dramas propios de la búsqueda del poder se suman las nubes ennegrecidas del fundamentalismo religioso, como si las tres grandes religiones monoteístas fueran incapaces de sostener una ética de diversidad y de tolerancia recíproca.

Los acontecimientos de las últimas semanas muestran el potencial de conflicto que todavía persiste entre Israel y Palestina.

Muestran lo necesarios que son todavía los esfuerzos de la comunidad internacional para ayudar a los pueblos de aquellos países a encontrar juntos su camino de paz y de justicia.

Se espera mucho de las Naciones Unidas.

Por eso es indispensable que avance su proceso de reforma.

Esta reforma debe abarcar la superación de dificultades financieras y materiales, pero debe englobar, además, aspectos intangibles, y no menos importantes, como la legitimidad, que es, en último caso, la condición sine qua non para la eficacia de la acción internacional.

La acción de países aislados, o aún de grupos regionales con el consentimiento -cuando mucho formal- del Consejo de Seguridad, por justificados que sean sus propósitos, dejan al mundo con la sensación de que el orden restablecido es arbitrario.

¿Cómo se sitúa el Brasil en ese panorama?

Las transformaciones internas con la democracia, la estabilidad económica y la reanudación del crecimiento nos han permitido asumir un perfil de mayor relieve en el tratamiento de cuestiones más amplias de la agenda internacional y en los avances inéditos de la integración regional y subregional.

La mayor prueba de eso es Mercosur. Y paralelamente a la construcción del Mercosur, nuestra alianza estratégica con Argentina se proyecta hacia el futuro de forma cada vez más prometedora.

El Brasil de hoy se siente poseedor de una considerable responsabilidad en el plano internacional y, muy especialmente, en el ámbito regional, aunque sin veleidades de poder o de protagonismo alguno.

Y con este espíritu he tomado la iniciativa -por primera vez en la historia de la región- de invitar a los presidentes de todos los países sudamericanos a un encuentro que tuvo lugar hace menos de dos meses en Brasilia.

Esta oportunidad ha permitido la reafirmación de la identidad propia de América del Sur.

Por lamentables circunstancias históricas, América del Sur se ha visto, en algunas épocas, como una tierra de atraso y de dictaduras.

Hoy afirma una nueva imagen internacional, no por la retórica sino a partir de la transformación de su realidad.

Por eso, apoyamos el proceso de paz en Colombia y los esfuerzos de aquel país en la lucha contra el narcotráfico.

Por eso, defendemos el fortalecimiento de las instituciones democráticas en el Perú. Sin injerencias indebidas; pero no debemos callarnos, sin embargo, frente a amenazas concretas que hay en esta democracia.

Por eso, en otro momento, ayudamos a preservar el orden constitucional en el Paraguay, con la "cláusula democrática" que hoy se aplica no sólo en el Mercosur, sino también en toda América del Sur.

Al mismo tiempo, ha sido posible resolver diferencias que hace mucho estaban perturbando la armonía de la región, como en el caso del acuerdo entre Ecuador y Perú, al cual el Brasil se enorgullece de haber contribuido; y yo mismo, como Presidente, he tenido la satisfacción de participar en ese proceso.

Pero la cooperación en el mundo de hoy no está limitada a un solo tablero, a un solo espacio. Todos los países tienen identidades múltiples y participan simultáneamente en diversos mecanismos de cooperación.

Brasil y España comparten la identidad iberoamericana, como un instrumento de solidaridad y acción conjunta.

Muy pronto estaré con Su Majestad el Rey Don Juan Carlos, el Presidente Aznar y los demás líderes iberoamericanos en la cumbre de Panamá.

Poco después, tendré el placer de visitar México para la toma de posesión del Presidente electo. Será un momento histórico, de afirmación de la democracia y del pluralismo político en aquel gran país latinoamericano, al cual tanto el Brasil como España estamos unidos por lazos tan profundos.

Quiero referirme también a Cuba, país con el cual el Brasil mantiene vínculos de confianza y diálogo.

Nuestro tiempo es un tiempo de cambios, y mi esperanza es la de que se pueda alcanzar la plena normalización de las relaciones de Cuba en el ámbito interamericano, con la suspensión de los embargos y con la reafirmación de los derechos humanos, el bienestar y la prosperidad del pueblo cubano.

Quiero volver ahora a mi punto de partida: a las afinidades entre el Brasil y España.

El diálogo entre nuestros dos países, además de sus méritos en el plano bilateral, tiene una dimensión más amplia.

Si deseamos un sistema internacional pluralista y adverso a los monopolios y a la concentración de poder y riqueza, la asociación entre el Mercosur y la Unión Europea será un paso indispensable.

El Brasil y España tienen una responsabilidad especial en el esfuerzo de acercamiento entre las dos regiones, que consideramos urgente, incluso en función del calendario de negociación del Área de Libre Comercio de las Américas.

Y esa es una responsabilidad que ejercemos no tan sólo por interés -y son intereses reales los que están en juego- sino también con satisfacción, tantos son los puntos que nos unen y tan fuerte la herencia que tenemos en común y que debemos que celebrar.

Y sobre todo porque para ambos países "cooperación internacional" quiere decir, especialmente, cooperación entre personas que se preocupan por el ser humano concreto, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, que aspiran a una vida mejor. Otra vez me refiero a lo que dijo el Cardenal Martini cuando citó las palabras de su Santidad el Papa al decir que se impone una sociedad civil internacional más amplia y que tenga un principio fundamental. La motivación, el objetivo es la solidaridad entre los pueblos del mundo.

Majestad,
Alteza Real,
Señoras y señores,

Las grandes navegaciones, la epopeya de los "conquistadores", la dialéctica de la colonización y de la independencia, todo eso creó puentes que permiten anhelar la unión entre el viejo y el nuevo mundo, entre una Europa que es tan rica en tradiciones -pero que es al mismo tiempo tan pródiga en promesas y posibilidades de futuro- y una América Latina cuya mejor tradición es la de crear nuevas oportunidades: de desarrollo, de justicia y de libertad.

América Latina, que la pobreza y la exclusión social todavía hacen distante de la Europa democrática, integrada y próspera.

Esta América Latina y sus luchas por la democracia y por mejores condiciones de vida para sus pueblos han formado parte de mi vida académica y de hombre público.

América latina, cuyos desafíos he procurado estudiar desde mis tiempos de investigador en Chile, e incluso antes.

América Latina que también es Iberoamérica y que siempre me ha acercado a tantos amigos en España.

Por todo esto, me siento muy honrado al recibir este Premio de manos de Su Alteza Real el Príncipe Don Felipe.

Voy a guardarlo como un recuerdo singular de todo lo que para mí representa España, con la grandeza de su gente, con su libertad, su dignidad y su cultura.

Muchas gracias.

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