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Fundación Americana para la Investigación sobre el Sida (amfAR)

Premio Príncipe de Asturias de la Concordia 1992

Intervención de Elizabeth Taylor, presidenta co-fundadora de amfAR.

Majestad,
Alteza Real,
Sr. Presidente del Principado de Asturias,
Sr. Presidente de la Fundación Príncipe de Asturias,
Excelencias,
Señoras y señores,

Buenas tardes,

Acepto este premio con sincera gratitud y muy especial orgullo, pues se trata de la más alta recompensa al trabajo de la Fundación Americana para la Investigación sobre el Sida y sus actividades internacionales.

El Premio Príncipe de Asturias ha sido tradicionalmente concedido a personas excepcionales en todos los campos de la actividad humana. Ha llegado a todos los rincones del mundo, más allá de España y más allá de Europa, para destacar los más nobles ejemplos. Vengo con admiración y cariño para agradecer al Príncipe de Asturias y a los miembros del Jurado el gesto que han tenido hacia nosotros al concedernos este gran honor.

En este año del Quinto Centenario del Descubrimiento de América, en que se conmemora la hazaña de un marino italiano que navegó bajo bandera española, el simbolismo de mi viaje a España no podría ser más hermoso. Colón dejó las costas españolas lleno de esperanza y de anhelos. Quería descubrir un nuevo mundo. También yo llego hoy a España con el corazón lleno de esperanza y la ilusión de descubrir asimismo un mundo nuevo. Un mundo más libre y tolerante para todos aquellos que padecen el sida. Un mundo en el cual trabajemos todos juntos. Un mundo sin prejuicios ni desesperanzas. Estoy aquí para alentar una cooperación aún mayor entre nuestras naciones -por supuesto, entre todas las naciones- ya que todos sabemos que el sida sólo podrá ser vencido mediante una efectiva cooperación internacional. Quisiera que este camino lo iniciaremos esta noche. Nuestras naciones se han visto unidas en el ardiente crisol de la historia, y seguiremos así en el futuro. Juntos descubriremos un mundo sin prejuicios, un mundo más justo -sea cual sea su coste político-, un mundo que anteponga el valor de la vida humana a cualquier otro tipo de consideración.

Desde que la larga sombra del sida oscureció los libros de Historia de la Medicina, he sido testigo de las más hermosas y de las peores experiencias. Lo mejor y lo peor del ser humano. No he visto nada más hermoso ni nada más valiente que el invencible espíritu y la valentía de aquellos que luchan por su vida. Nunca he visto crueldad ni maldad en el corazón de los enfermos o de los que lloraban la pérdida de algún ser querido; lo que me ha horrorizado, más que ninguna otra cosa, han sido los prejuicios y la violencia con que se les discriminaba. Es hora de que el mundo se dé cuenta de que las personas aquejadas por el sida no son nuestros enemigos. Nuestro verdadero enemigo es el virus.

En todas las naciones, en todos los países, es hora ya de dejar de hablar de "nosotros" y de "ellos". Todos somos "nosotros"; todos los enfermos son nuestros hijos, todas esas familias son nuestros amigos; todas las muertes son nuestros fracasos por no haber hecho lo suficiente por evitarlas.

El mundo entero mira hacia los Estados Unidos y las naciones ricas del mundo en busca de soluciones médicas. Miran hacia nosotros buscando compasión y generosidad. No debemos decepcionarles. Los científicos, desde Barcelona a Boston, deben ahora trabajar conjuntamente. Los educadores de Ohio deben compartir su experiencia con los de Oviedo, y los dirigentes políticos de Washington deben dar ejemplo de solidaridad y compasión e impulsar efectivamente esta lucha. Hasta ahora, no lo hemos hecho lo suficientemente bien. Si no cambiamos pronto este estado de cosas, el futuro del mundo se volverá oscuro y todos tendremos las manos manchadas de sangre.

Y ahora, en Europa, Asia, y en Estados Unidos, en todas las partes del mundo, no se quiere hablar de esta enfermedad. El sida aún es un tabú y mucha gente cree erróneamente que es una enfermedad sólo de homosexuales. Y no es verdad.

En el año 2000 será una enfermedad de las mujeres. Y no sólo se transmitirá por el uso de drogas intravenosas sino a causa de las relaciones heterosexuales, ignorando cómo realizar el sexo seguro.

El conocimiento es nuestra mejor arma. Y si no lo utilizamos, cometemos un crimen contra nosotros mismos, nuestros hijos y nuestros seres más queridos.

No queda tiempo para sermones moralistas; no queda tiempo para orgullos profesionales; y, señores líderes del mundo, no podemos perder más tiempo.

Tenemos que compartir lo que sabemos. Hemos aprendido -por las malas- que la distribución gratuita de preservativos y de jeringuillas desechables evitan nuevos contagios. Sé que resulta duro decir esto, pero la realidad debe animarnos a hacerlo así, ya que está en juego la vida de muchísimas personas. No hay elección moral. Mi misión no es ofender a la Iglesia o atentar contra la mayoría moral. Mi misión no es la de presentarme a ningún cargo público. Mi empeño es, simplemente, el de cambiar el mundo.

Si no se producen cambios, lo más brillante y lo más hermoso de nuestras naciones desaparecerá. Si no se producen cambios, ocuparemos un lugar despreciable y vergonzoso en la Historia. Si no se producen cambios, destruiremos a nuestra juventud.

Les ruego que me ayuden, pero, por favor, ayúdenme ahora. Ayúdenme a cambiar el mundo. Ayúdenme a proteger a los enfermos y salvaguardar a los sanos. Ayúdenme a acelerar la investigación y la educación en todos los países. Pido que cada uno encuentre en sí mismo la capacidad de decir: "sí, haremos todo lo necesario". Juntos caminaremos más deprisa que solos. Iniciemos este camino, ustedes y yo, aquí y ahora.

Acepto, como un gran honor, el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, y con este espíritu de concordia les bendigo.

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