Premios Príncipe de Asturias 1981–2014. Discursos - page 247

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1981–2014. D
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Discurso XVII
Permítanme que inicie mis palabras con los siguientes versos:
Si he aliviado
la pena de algún corazón
mi vida ha servido para algo.
Sin duda reflejan estos versos el sentimiento con el que regreso a Asturias, ya que expresan no
solo el espíritu con el que asisto a este acto, sino también la esencia misma de la que estos premios
nacieron.
Una vez más, desde Oviedo, rendimos tributo de admiración a personas e instituciones que
nos ofrecen eminentes ejemplos de trabajo bien hecho, de humanidad y de amor, valores que dan
hondura y sentido a nuestras vidas.
Un recordado historiador asturiano escribió que «los pueblos que olvidan a sus grandes hom-
bres y a sus ilustraciones científicas, literarias y políticas, decaen porque pierden, con la ingratitud,
la memoria, y con la memoria, la ciencia».
Identificados con esta idea, queremos resaltar que nos hallamos en el umbral del centenario de
1898, una fecha trascendental en nuestra historia que dio nombre a la Generación del 98, como la
bautizara, no sin polémica, Azorín, una generación de excepcional capacidad creadora. Doloridos
en su patriotismo, angustiados por acontecimientos que culminaron aquel año y también desilusio-
nados, como otros intelectuales europeos, quisieron depurar lo más profundo y valioso del pasado
y construir resueltamente el porvenir.
Debemos a este grupo de escritores, pensadores y artistas una lección imborrable; la del amor
a España y el reconocimiento gozoso de la diversidad que enriquece a nuestra nación.
Las andanzas del vasco Unamuno por tierras castellanas, la
sensibilidad de la mirada con que el sevillano Antonio Macha-
do contempló la meseta, los paisajes de la España interior revi-
vidos por el levantino Azorín, la visión dolorida y fraterna de
las provincias de Castilla y León que precisamente tuve el honor
de recorrer esta primavera y que hoy tienden a consolidar su
progreso tras duras pruebas seculares, son otros tantos ejem-
plos de lo que la fecha de 1898 desencadenó. Son también una
enseñanza permanente.
Esta idea de armonía entre nuestras tierras que desarrolla-
ron los noventayochistas ilumina el momento presente, porque
es necesario seguir creyendo en una España que no se opone,
sino que dialoga; que no se enfrenta, sino que escucha; que no silencia o se encierra, sino que viaja
y se abre fraternalmente.
En el fondo del sentimiento de aquellos autores, de su desesperanza ante lo que creían que
España no era y podía llegar a ser, de su crítica amarga, brillaba el ejemplo de sus obras, de las que
brota esa impagable norma ética, a la que Unamuno se refería como «conciencia», «convivencia»,
«hermandad»; algo gracias a lo que todos —son también sus palabras— «nos entenderemos en un
corazón». Hermosos conceptos para armonizar diferencias, para fundir inquietudes, para acrecen-
tar, en suma, la convivencia.
El futuro que ellos soñaron es, gracias en buena parte a su esfuerzo, ya nuestro. Una España en
sintonía con el mundo; un mundo en el que el hombre, al mismo tiempo que viaja en el espacio
y avanza en una fascinante aventura de exploración y conquista, reclama nuevos, más sensibles y
«Es necesario seguir creyendo en una
España que no se opone, sino que dialoga;
que no se enfrenta, sino que escucha;
que no silencia o se encierra, sino que
viaja y se abre fraternalmente.»
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