Premios Príncipe de Asturias 1981–2014. Discursos - page 265

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Encontramos también un equilibrio entre tradición y modernidad poco frecuente, una feliz
armonía entre historia y progreso. Tal vez sea fruto de su afán viajero, de su contacto con las uni-
versidades y los medios culturales de América, donde España ha tenido en él un embajador de
excepción.
O quizá sea consecuencia de los que él mismo llama elegantemente «vendavales» de la vida,
pues Francisco Ayala representa también a la España del exilio, que nos alecciona por haber sabido
prolongar, aun con el corazón partido por el enfrentamiento entre hermanos, la ambición intelec-
tual de la «Edad de Plata» de nuestra cultura, que a comienzos de los años 30 pugnó por servir a
España desde la cultura y no desde la ignorancia, desde la equidad y no desde los extremos políti-
cos, desde la razón, y no desde la incomprensión; y a cuyas desdichas hemos querido poner fin en
el capítulo de nuestra historia que estamos construyendo, esta vez juntos.
Se ha concedido este año el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales a los señores
Pierre Werner y Jacques Santer. El primero sentó las bases e impulsó con tesón el camino hacia
la unión monetaria. El segundo ha formalizado y llevado a término la realidad del euro, desde su
condición de presidente de la Comisión Europea. Ambos son dos europeístas convencidos que han
trabajado mucho para robustecer los lazos entre los distintos países abogando siempre a favor del
perfeccionamiento de la Comunidad [Económica Europea] y, en definitiva, de nuestro futuro. A
través de ellos reconocemos también a un buen número de distinguidos europeos que han aporta-
do sus esfuerzos decisivos para el éxito de este proyecto colectivo.
Este proceso supone dar un paso a una Comunidad [Económica Europea] solidaria e irre-
versible para los países de la Unión Europea y sus ciudadanos. Representa además, tras siglos de
desunión y guerra, una apuesta para, fortalecidos por la unidad, ser libres en la diversidad; una
apuesta, en definitiva, por la paz. La transformación económica que significará la moneda única
tendrá también hondas consecuencias de alcance político y social que afectarán profundamente al
diario vivir de los europeos. Estamos ante un gran momento de la historia de la humanidad, pues
una Europa fuerte no solo es buena para los europeos. Lo es también para el mundo.
Esa nueva Europa no se puede construir solo desde las re-
laciones económicas y comerciales. Los nutrientes del espíritu
europeo han de ser, además, la solidaridad para hacer frente al
desempleo, la ayuda humanitaria, la cooperación con los países
más pobres, la democratización de las instituciones políticas su-
pranacionales y la cultura común, esa cultura plural formada a
su vez por tantas y tan ricas culturas nacionales.
Al mismo tiempo, nuestro continente debe mantener el ca-
rácter principal que lo ha distinguido siempre entre los demás
pueblos: su condición de espacio privilegiado para el quehacer
cultural. Queremos que Europa siga siendo solar de la más alta expresión de la creatividad huma-
na, tierra de pintores y escritores, científicos y filósofos, músicos y arquitectos, de seres que buscan
el progreso y el bienestar sin renunciar a ese humanismo de vigorosas raíces cristianas iluminado
por la llama siempre viva de la libertad de pensamiento. Reafirmar estos fundamentos es particu-
larmente importante en las circunstancias actuales, cuando el poder globalizador de la economía
condiciona e impregna nuestras formas de sentir y de vivir.
El Premio de Cooperación Internacional tiene este año muchos nombres, los de siete extraor-
dinarias mujeres que luchan todas ellas a favor de los derechos de la mujer y de los niños y en
contra de la violencia o la discriminación que sufren en tantas partes del mundo. Su empeño, que
a todos nos debe unir, nos recuerda la famosa metáfora de un escritor hindú: «El farol que llevo en
mi mano me arma contra la oscuridad del camino».
Recordemos sus nombres: la mozambiqueña Graça Machel, la argelina Fatiha Boudiaf, nuestra
hermana guatemalteca Rigoberta Menchú, Olayinka Koso-Thomas de Sierra Leona, la afgana Ishaq
Gailani, la camboyana Somaly Mam y la europea, que nos es más cercana, la italiana Emma Bonino.
Todas combaten en muchos frentes contra el fanatismo y los prejuicios que, todavía en nuestro
«Nuestro continente debe mantener el carácter
principal que lo ha distinguido siempre entre
los demás pueblos: su condición de espacio
privilegiado para el quehacer cultural.»
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