Premios Príncipe de Asturias 1981–2014. Discursos - page 277

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Discurso XIX
Comprometido con lo que representa esta solemne ceremonia, regreso a Asturias con la emoción
de quien regresa a un lugar querido, al encuentro feliz de quienes buscan principios superiores,
ideales con los que engrandecerse y a los cuales servir. Vengo a unirme, a ensalzar a nuestros ga-
lardonados. Por su parte, cumplida una hermosa y gran tarea, aunque abierta a nuevas conquistas,
todos ellos merecen, como dicen los versos de nuestro inolvidable Claudio Rodríguez, «mirar con
paz el cielo, su ciudad y su casa, su familia y su obra».
Quiero con estas primeras palabras felicitarles y proclamar lo mucho que su ejemplo fortalece
nuestra fe en el ser humano que, si bien puede tropezar y caer, es también capaz de sobreponerse a
las adversidades y de elevarse sobre el error.
Esta felicitación deseo extenderla asimismo a los jurados. Su
ecuanimidad, su rigor intelectual, independencia de criterio y el
equilibrio que caracterizan sus actuaciones, constituyen una de
las claves de la resonancia y el éxito de nuestros premios. De-
seo también dejar constancia, una vez más, de mi gratitud a los
patronos, a los miembros protectores y a todas las personas que
contribuyen al desarrollo de la Fundación y al fortalecimiento
de su labor. Su firme compromiso y, sobre todo, su fe e ilusión en nuestro proyecto, es la garantía
del acierto y de la continuidad de nuestros galardones.
Mención especial y agradecimiento por su presencia merecen los representantes de los estados
y de las grandes instituciones culturales y científicas que, venidas de otros países, han querido
resaltar este acto de concordia, cultura y progreso.
En nuestra mención a los premiados comenzamos por ese maravilloso instrumento de comu-
nicación y, sin duda, el más genial invento del hombre, que siempre nos debe unir: la lengua. Su es-
tudio, su comprensión y cuidado, son tareas que se convierten en una de las más sublimes expresio-
nes de la cultura, en una forma sutil y precisa de acercarse a la esencia del ser humano y comprender
el sentido de su vida. Por eso, cultivar su estudio es en sí mismo cultivar el estudio del hombre, un
intento de crear sendas francas hacia la comprensión y el entendimiento entre todos los pueblos.
Jamás subrayaremos suficientemente, por tanto, la importancia que nuestra lengua tiene para
los pueblos de España y, a la vez, para las naciones hermanas del otro lado del Atlántico. Es el
legado que recibimos y transmitimos, algo de uso y apariencia tan leve, que acaba condicionando
todos y cada uno de nuestros actos. Es el medio ideal de expresión de nuestros afectos, el lazo his-
tórico y sentimental que nos une, salvando las barreras del tiempo y del espacio.
Por eso nos alegra que el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades haya
sido concedido al Instituto Caro y Cuervo de Colombia, que con la paciente y dilatada elaboración
de su
Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana
ha llevado a cabo una obra
ejemplar y grandiosa. En palabras de Gabriel García Márquez «es la gran novela de las palabras.
Sus solas citas serían suficientes para justificarlo como un panorama colosal de la literatura en
español aplicada a la vida, sin precedentes en ninguna otra lengua».
Otras tareas del Instituto Caro y Cuervo no han sido de menor aliento. Así, el
Atlas lingüístico
y etnográfico de Colombia
, o el mantenimiento, durante más de medio siglo, de un prestigioso
Boletín
en el que han aparecido muchos de los mejores trabajos de investigación existentes sobre
el español y también sobre las lenguas indígenas americanas, cuyo estudio ya había sido de interés
para muchos misioneros españoles durante los primeros tiempos del Descubrimiento. Una tradi-
ción que nos sentimos orgullosos de compartir pues, como se ha dicho, la muerte de una lengua,
incluso de aquella susurrada por un puñado de personas en un trozo de tierra perdido, es un em-
pobrecimiento colectivo, es la muerte de un mundo.
«El valor de nuestros premios —su autenticidad
y su ejemplo— radica en su carácter unánime.»
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