Premios Príncipe de Asturias 1981–2014. Discursos - page 280

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octubre
de
1999
Polyakov y Glenn representan, por su edad, la madurez y la experiencia. Mukai y Duque repre-
sentan, por la suya, la ilusión y el tesón de los más jóvenes. Pero los cuatro demuestran que al ser
humano, en las grandes empresas que realiza la humanidad, se le valora sobre todo por su voluntad
y sus altos sueños.
Este premio está lleno de significados porque responde fielmente a su denominación, es decir,
a esa ansiada cooperación entre los distintos pueblos del planeta que nuestros galardones han
venido anhelando de continuo. Y esto es así porque están presentes España y la Unión Europea
en su conjunto, en la persona de Pedro Duque; porque el astronauta Polyakov nos recuerda de
nuevo las inmensas y positivas ventajas de la cooperación pacífica así como la inutilidad de los
enfrentamientos entre los pueblos; y porque, llegados desde otros dos continentes, Mukai y Glenn
universalizan la conquista del espacio exterior: la japonesa por contribuir al progreso de la medi-
cina espacial y Glenn por reforzar con su experiencia y liderazgo ese carácter pionero que su país
ha tenido desde sus inicios en las aventuras espaciales.
Todos ellos, tras grandes sacrificios y con gran riesgo de sus vidas, se han alejado de nuestro
planeta, pero solo para estar más cerca de él, para velar por su progreso, para enaltecer a la ciencia.
Desde sus naves han podido ver empequeñecido nuestro hermoso planeta azul, a la vez que lo han
contemplado grandiosamente unido bajo la biosfera.
Sin duda han reflexionado sobre todo lo que une y desune a los humanos, sobre los incompren-
sibles y estériles odios entre los hombres, sobre el invisible trazado de las fronteras que dividen a
las naciones, sobre el enfrentamiento entre los distintos pueblos de un planeta tan prodigioso y
tan lleno de vida, tan bello. El esfuerzo y el tesón de todos ellos suponen una sucesión de ejemplos
que aquí, en síntesis, resaltamos con admiración: su excelente profesionalidad, su fraterno trabajo
en común, el sentido pacífico de su proyecto, la voluntad de divulgar y compartir su experiencia
y, en definitiva, las altas miras de su empresa en beneficio de la ciencia y por el bien de toda la
humanidad.
De manera muy ejemplar se cumple con el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia de
este año, concedido a Cáritas Española, uno de los principios que persigue nuestra Fundación:
contribuir a la elevación moral de la sociedad.
Ninguna labor puede ser tan imprescindible y noble como la que está destinada a la asistencia
de los más necesitados: a los mayores, a las personas sin hogar, a los inmigrantes, a los drogodepen-
dientes, a los enfermos de sida, a los minusválidos, a los reclusos y, en general, a los marginados,
a grupos en situación problemática de la juventud, la infancia,
la familia o la mujer. Ante una labor tan especial, tan sobresa-
liente, queremos resaltar aquí que la caridad y la justicia no son
conceptos opuestos o que se anulen entre sí, porque como muy
bien ha señalado el presidente de Cáritas Española a raíz de la
concesión de este premio, el sentido de la palabra caridad nunca
es sinónimo de limosna y beneficencia, sino de amor.
Se podría decir, por ello, que Cáritas es como «el amor que
nunca falla», por el alto ejemplo que nos dan sus setenta y cinco
mil voluntarios, el trabajo desarrollado en su red de cinco mil Cáritas Parroquiales, de sus tres mil
quinientos setenta y cinco centros y de sus siete mil puntos de acogida, todo ello levantado gracias al
corazón de decenas de miles de colaboradores que, impulsados por el desprendimiento y con gran
tesón, sueñan con crear un mundo mejor, es decir, más justo y fraterno, y lograr que el hombre,
como nos dejó escrito Albert Camus, «vuelva a sentir ese amor por el hombre sin el cual el mundo
solo sería una inmensa soledad».
Una vez más, la juventud y el esfuerzo al borde del límite se funden de manera ejemplar en el
galardón que reconoce a los mejores deportistas del mundo. Por eso se ha concedido el Premio
Príncipe de Asturias de los Deportes a la tenista alemana Steffi Graf. Se le ha otorgado por su
trayectoria deportiva, pero también por sus cualidades humanas, por ese afán de bien común,
más allá de su labor estrictamente profesional, que se ha visto materializado recientemente con la
«Conseguir un mundo más justo y
solidario debe seguir siendo un objetivo
prioritario de la acción humana.»
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