Premios Príncipe de Asturias 1981–2014. Discursos - page 281

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creación de una fundación dedicada a ayudar a niños y jóvenes víctimas de la violencia y la explo-
tación, con especial cuidado de aquellos que lo han sido como consecuencia de la guerra.
Difícil es sintetizar los muchos méritos de la carrera deportiva de Steffi Graf, entre los que des-
tacan el haber alcanzado veintidós victorias en torneos del Grand Slam, haber sido, durante 377
semanas, líder en la lista de los jugadores profesionales y la más joven ganadora del Roland Garros.
Pero, una vez más, ante toda destacada actividad profesional, ante el triunfo temprano y bri-
llante, queremos resaltar que nada sería la persona poseedora de tales éxitos si no tuviera otros
valores humanos. Se vuelve así a hacer bueno el criterio de los
grandes atletas del pasado, los cuales, más allá de las coronas y
estatuas que celebraban sus victorias, valoraban la condición de
hombres totales.
El éxito en el deporte se ve favorecido por la tenacidad, por
ese esfuerzo que solo proporciona la juventud, pero más excep-
cional que ese éxito es la victoria sobre uno mismo. Es hermoso
por ello ver que los triunfos en el estadio se pueden transformar
en victorias para el conjunto de la sociedad, como SteffiGraf lo ha
hecho al crear su importante Fundación Niños para el Mañana.
El valor de nuestros premios —su autenticidad y su ejemplo— radica en su carácter unánime.
Porque ninguna de las personas o instituciones aquí presentes y reconocidas responden a un fácil
oportunismo o al capricho de lo efímero. En todos ellos nos encontramos con las virtudes que
hacen grandes a las mujeres y a los hombres: la lucha noble por la propia superación y por el pro-
greso de los demás, la valentía, el afán innovador que los nuevos tiempos nos exigen, el servicio
desinteresado a la sociedad, la apertura sin sectarismos a todas las naciones y el tesón y el sacrificio
llevados, en algunos casos, al límite.
En definitiva, queremos subrayar que, un año más, los Premios Príncipe de Asturias destacan
lo excepcional, es decir, aquello que de más elevado y ejemplar puede ofrecer el hombre para rea-
lizarse a sí mismo y para alcanzar el modelo ideal de una sociedad más justa, más culta y con más
progreso y más concordia. Unos valores que ha hecho suyos y propaga la España democrática.
Cuando estamos acercándonos al final de este milenio parece inevitable mirar hacia adelante,
meditar acerca de lo que deseamos que sea el tiempo que nos aguarda, tratar de concebir los gran-
des principios que articularán la historia del mañana, recogiendo del pasado lo que tiene de eterno.
Salen a nuestro encuentro de inmediato las grandes contradicciones, los vaivenes de la historia,
las luces y las sombras que tiñen una civilización paradójica, de progreso y degradación, de respeto
y humillación, de belleza y fealdad absolutas. En el siglo que se aproxima a su fin, hemos logrado
mejorar las condiciones de vida de millones de seres humanos que, gracias a la generalización de la
educación, la cultura y la sanidad, y al intenso desarrollo técnico y científico, llevan una existencia
más digna. Pero, al tiempo, hemos ahondado las diferencias entre ricos y pobres, entre dominado-
res y dominados, dejando a gran parte de la humanidad condenada a la injusticia y la miseria. Nos
resultan tristemente familiares los sufrimientos de aquellos para los que la sola mención de mo-
dernidad es un humillante sarcasmo. Y acaso porque nos importan cada vez más el respeto a los
derechos humanos, a la dignidad del individuo, la libertad de opinión y pensamiento, el derecho al
trabajo, somos más conscientes de sus constantes violaciones y también más responsables de ellas.
Conseguir un mundo más justo y solidario debe seguir siendo un objetivo prioritario de la
acción humana. En la apoteosis de las comunicaciones planetarias es aún necesario fortalecer la
idea de que existe una sola humanidad, muchas identidades y que todos en la Tierra debemos ser
iguales en dignidad, derechos y deberes.
Es preciso, pues, que reforcemos la idea de que podemos vivir como seres humanos íntegros.
Que podemos conseguir un nuevo modelo de humanidad que construya su ética a partir de princi-
pios, en algunos casos totalmente nuevos, para erradicar el dolor y el odio de la existencia humana.
Para la construcción de esa nueva vida, debemos también considerar que las mujeres y los hom-
bres del futuro son nuestros prójimos, aquellos para los que ahora tenemos la responsabilidad de
«Las mujeres y los hombres del futuro
son nuestros prójimos, aquellos para los
que ahora tenemos la responsabilidad
de conservar el planeta.»
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