Premios Príncipe de Asturias 1981–2014. Discursos - page 355

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1981–2014. D
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Después de la caída del muro de Berlín, la humanidad pensó que iba a recuperar, junto con la
libertad, una comunión intelectual y una comunidad de destino. La gran idea de entonces, que sigue
siendo hoy la misma, era conciliar la universalidad de los valores con la diversidad de las culturas.
Creímos en una tierra-patria para ciudadanos del mundo en una aldea planetaria. Era el fin de los
nacionalismos y de la lucha de clases. Era el fin de las ideologías que funcionaban como religiones.
Desafortunadamente, muy pronto, tuvimos que desengañarnos y asistimos al proceso exactamente
inverso. Ahora sabemos que cuando los imperios retroceden, las etnias avanzan y también sabemos
que las religiones, por su parte, pueden funcionar como ideologías.
Este bárbaro comienzo del siglo xxi es, curiosamente, el producto de un gran acontecimiento
emancipador: el fin del totalitarismo soviético. Creíamos que la ideología había muerto. Sin embargo,
sigue triunfando, sobre todo en su encarnación islamista, ese oscuro extravío de una gran religión.
Paralelamente he estado ejerciendo dos funciones: la de hombre de medios de comunicación,
que consiste en vivir la historia, y la de observador, que consiste en pensarla. Ambas actividades
se alimentan una a otra, continuamente, y me han llevado a una constatación y a una disciplina.
La constatación es que lo que solemos llamar condición humana se desarrolla en un vaivén, en
un movimiento dialéctico entre el desarraigo y el arraigo, entre la intensidad y la duración, entre
la afirmación de la diferencia y la nostalgia de lo semejante, entre la unicidad y la multiplicidad, lo
homogéneo y lo heterogéneo, y en último extremo, entre el deseo de morir por la libertad y el miedo
a vivir en soledad. Entre la razón según Descartes y la vida según Unamuno. La mesura, concepto
que heredamos de los griegos, consiste en respetar a los contrarios e impedir que se conviertan en
antagónicos. Hasta aquí la constatación.
En cuanto a la disciplina, comprendí, con Camus, que no había que acrecentar las desgracias
humanas mintiendo y que había que llamar a las cosas por su nombre. Aprendí a sospechar de todos
los pensamientos, de todos los escritos, de todos los actos que no tuvieran como objetivo o como
resultado evitar el antagonismo entre los valores universales y la singularidad de las civilizaciones.
Empecé a desconfiar de los que favorecen lo general en detrimento de lo particular y lo
igual en beneficio de lo diferente, de los que pretenden encontrar la universalidad en sus valores
particulares o desprecian la cultura de los otros, fascinados por lo universal. Todos ellos, creo yo,
no están aportando su contribución a ese patrimonio de la humanidad que va desde los Códigos
de Hammurabi, la tabla de los Diez Mandamientos y el Sermón en la Montaña, hasta las máximas
de Kant, las grandes revoluciones y las cartas de los derechos humanos.
Ahora bien, Alteza, no quiero olvidar que vivo en un mundo de infortunios. Cuando se habla, en
mi entorno, de ese mal nuevo que llamamos terrorismo, heredero de los males absolutos que fueron
el nazismo y el bolchevismo, suelo escuchar primero a los que, como el pueblo español, saben de qué
se está hablando y tienen algo que decir. Saben que aunque, en un principio, se puedan vislumbrar las
razones por las que unos hermanos se matan entre sí, en cuanto la sangre se derrama, siempre tiene
el mismo color y en todas partes es insoportable. Y entonces se olvida por qué se mata y por qué se
muere. La violencia se alimenta solo de sí misma. Ayer, dio a luz a la historia. Hoy, devora a sus hijos.
Jean Daniel
Premio Príncipe de
Asturias de Comunicación
y Humanidades
2004
Fragmento del discurso ofrecido
con motivo de la entrega del
Premio Príncipe de Asturias de
Comunicación y Humanidades el
22/10/2004.
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