Premios Príncipe de Asturias 1981–2014. Discursos - page 363

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En el año en que se han celebrado en Atenas con un gran éxito los Juegos Olímpicos, se ha con-
cedido el Premio de los Deportes a un extraordinario atleta que ha triunfado allí de manera gran-
diosa. Se trata del marroquí Hicham El Guerrouj, tan admirado en todo el mundo y tan justamente
querido en su país, donde su vida y sus éxitos deportivos son interpretados como un luminoso
signo de un Marruecos más vital y próspero, que también nosotros deseamos.
No existe el deportista completo sin valores; nada vale el triunfo sin la generosidad; nada supo-
ne el deporte si detrás del afán de competir y de ejercerlo con nobleza no laten también la fuerza
del ejemplo y el deseo de servir a la sociedad. Estos criterios se conjugan en la personalidad y la
vida de El Guerrouj, cuyas últimas victorias en los Juegos de Atenas en las pruebas de 1.500 y 5.000
metros, de las que solo existe un precedente en la historia, vienen a refrendar una carrera plagada
de triunfos e iniciada muy tempranamente, con tan solo 19 años.
Muchos y muy fecundos caminos ha recorrido desde entonces este campeón mundial, al que
ya se le reconoce como el mejor mediofondista de la historia y, en consecuencia, como uno de
los mejores atletas del mundo. Pero además, esas victorias y los
rasgos de su carácter sacrificado, tenaz y sencillo le han hecho
alcanzar otro gran triunfo personal: el triunfo de su actividad
generosa y entregada hacia los más necesitados. Es Embajador
de buena voluntad de Unicef y dedica una buena parte de los
resultados económicos de sus premios a obras sociales, de las
cuales los primeros beneficiados son los niños y los más jóve-
nes. Ellos sienten, por su parte, una fervorosa admiración y un
inmenso deseo de emularle. Con ello, el alto ejemplo moral que
siempre es y debe ser el gran deporte se ve acrecentado en el
caso de este deportista y ser humano excepcional al que hoy
rendimos homenaje.
Señoras y señores:
Un año más clausuramos la ceremonia de entrega de estos premios llenos de emoción y, pese
a todos los desafíos e incertidumbres de este tiempo, llenos de confianza en un futuro mejor para
la humanidad.
Aquí, en nuestra patria, los españoles hemos construido en las últimas décadas, con inmensos
sacrificios, desde el entendimiento y la generosidad, una de las sociedades más justas, prósperas,
libres y más avanzadas del mundo en la defensa de los derechos humanos, de lo que nos sentimos
legítimamente orgullosos.
Tenemos la clara conciencia de que esas conquistas nunca antes se han logrado en nuestra
historia. Por ello hemos expresado libremente, una y otra vez, que la aventura más hermosa que
queremos vivir es la de seguir caminando por esa senda, unidos en la pluralidad y, como se procla-
mó en la antigua Grecia, con «una confianza audaz en la libertad». Los españoles queremos hacer
ese camino afrontando nuestro futuro con la alegría y la confianza de saber que no habrá descanso
para hallar en cada hora un nuevo triunfo del entendimiento y la concordia.
Amparados en tales convicciones, en estos comienzos del siglo xxi, alcemos nuestra mirada
hacia nuevos y esperanzadores horizontes, guiados por la idea de que los pueblos de España uni-
dos son la mayor garantía para la estabilidad y el progreso de todos. Y que en el apasionante y
difícil reto de vivir en un mundo globalizado, extraordinariamente competitivo y en vertiginoso
cambio, queremos seguir teniendo en él un lugar a la altura de nuestra historia para aportar nues-
tra contribución al logro de una amplia paz, un desarrollo más equitativo y al acercamiento y el
diálogo entre los pueblos y las diversas culturas.
Somos muy conscientes de que estos no son objetivos que puedan lograrse sin grandes sacrificios,
sin una voluntad firme y sin una renovada y lúcida visión del estado de las cosas en el mundo. Pese
a esas dificultades, debemos reconocer que el mayor de los fracasos sería no intentarlo, pues son
ciertos y graves los peligros que nos amenazan. No olvidemos, como Claudio Magris nos recuerda
en una de sus obras más penetrantes, que la humanidad necesita de la utopía para no rendirse a
«No existe el deportista completo sin valores;
nada vale el triunfo sin la generosidad;
nada supone el deporte si detrás del afán
de competir y de ejercerlo con nobleza
no laten también la fuerza del ejemplo
y el deseo de servir a la sociedad.»
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