Premios Príncipe de Asturias 1981–2014. Discursos - page 379

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de los corazones más nobles. Estos corazones son, en grandísima medida, los de las Hijas de la
Caridad, que en todo el mundo están presentes allá donde la sociedad más las necesita.
En los albergues para los más pobres, junto a los enfermos terminales, con las madres maltra-
tadas y los niños abandonados, en los sanatorios del sida, la lepra y la tuberculosis, cerca de los
toxicómanos, proporcionando el alimento básico en las cocinas económicas —por citar tan solo
algunos de los ejemplos más visibles—, en todos ellos se encuentra siempre presente esta comuni-
dad religiosa cuyo compromiso es tan hermoso y sublime como difícil: trabajar por un mundo que
haga posible la globalización del amor y despierte, al mismo tiempo, la esperanza, que con triste
insistencia vemos alejarse de tantos corazones humanos.
Señoras y señores:
No puedo dejar de subrayar que también este año se cumple el trigésimo aniversario de la pro-
clamación de mi padre como Rey de España. Él alentó el nacimiento de estos premios y siempre
ha respaldado su ulterior desarrollo. Quiero recordarle aquí y sé muy bien que la Princesa siente lo
mismo, con toda nuestra admiración, respeto y afecto, los mismos sentimientos que expresamos
a mi madre, la Reina, que ha distinguido esta ceremonia como nadie con su apoyo y presencia en
todas sus ediciones.
Por ello, creo que es particularmente oportuno rendir un tri-
buto de reconocimiento y gratitud a Su Majestad el Rey, al que
junto a tantos españoles de muy diversas generaciones, debemos
la construcción de la España democrática de nuestros días.
Los españoles podemos estar legítimamente orgullosos
de este período de nuestra historia. La confianza que hemos
demostrado en nosotros mismos, al ser capaces de organizar
nuestra convivencia en paz y libertad, y al mismo tiempo de ser
sensibles a los cambios tan importantes que se han producido
en el mundo, nos ha permitido vivir los años más prósperos
de los que se tiene memoria. Una etapa que ha transformado a
España en un país al fin protagonista de la modernidad, abierto y admirado en el mundo, con un
bienestar creciente y convergente con los más prósperos de nuestro entorno. Un país finalmente
incorporado a la hoy Unión Europea y que ha potenciado sus vínculos con todo el mundo, espe-
cialmente en el Mediterráneo y sobre todo con Iberoamérica.
En la construcción de nuestra democracia merecen un recuerdo emocionado todas aquellas
personas que cayeron víctimas de la barbarie y sinrazón terrorista, o que sufren sus persistentes
amenazas y extorsiones. Con todas ellas y sus familias nos sentimos profundamente solidarios y
les rendimos, una vez más, nuestro homenaje lleno de afecto.
El indudable éxito colectivo que los españoles hemos alcanzado no ha sido, sin embargo, fruto
de la improvisación o del azar. Es el resultado de una admirable obra, de una decidida y sostenida
voluntad de convivencia. Estos años tan trascendentales han transcurrido bajo la inspiración, la
guía y el amparo de la Constitución de 1978, que, como nunca antes, tantos españoles se otorgaron
ejerciendo decididamente su derecho y poder soberano. Una extraordinaria obra política y jurídica
edificada con ejemplar responsabilidad, profundo sentido de Estado y una amplísima generosidad.
Esa voluntad tan firme de construir una España mejor, la España de todos y para todos, hizo
posible una histórica reconciliación, desterrando las disputas endémicas de nuestra pasada histo-
ria constitucional y estableciendo la arquitectura política de la España de hoy. Se construyó así, con
el imprescindible entendimiento y concurso de voluntades de las fuerzas políticas, el pacto cons-
titucional que está en la base de nuestra convivencia democrática, de nuestra estabilidad política e
institucional y del progreso económico y social que disfrutamos. Nada de esto hubiera sido posible
sin la vigencia y el respeto a la Constitución y a los valores constitucionales.
Preservar y acrecentar ese inmenso e irrenunciable patrimonio constituye una responsabilidad
histórica de las generaciones actuales y venideras, en definitiva, una responsabilidad de todos. Es,
además, un patrimonio imprescindible para atender las necesidades y carencias que aún perviven
«En la construcción de nuestra democracia
merecen un recuerdo emocionado todas
aquellas personas que cayeron víctimas de la
barbarie y sinrazón terrorista, o que sufren
sus persistentes amenazas y extorsiones.»
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