Premios Príncipe de Asturias 1981–2014. Discursos - page 487

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Discurso XXXII
La Princesa y yo nos sentimos honrados y dichosos, pues regresamos a nuestra querida Asturias, a
esta cita anual de los premios en Oviedo, para celebrar el triunfo de la inteligencia, para reconocer
el trabajo bien hecho, para ensalzar la generosidad y el altruismo, para proclamar que nuestros
galardonados son un ejemplo para todos.
Porque creemos que quienes dedican su trabajo y su tiempo a la búsqueda de la verdad y de
la belleza nos ayudan a encontrar caminos para avanzar hacia el futuro; porque sabemos que la
obra de quienes anteponen la ética y el compromiso a cualquier deseo banal y el bienestar común
al propio nos impulsa hacia esa vida más completa, más digna y mejor que anhelamos para todos.
Nuestros premiados nos ayudan a mantener viva la esperanza; y en esta tarde de otoño —que es
también una tarde de luz— refuerzan, una vez más, nuestra confianza en los nobles valores del
espíritu humano.
Nuestra Fundación no es ajena a los desafíos y dificultades actuales. Ni puede ni quiere serlo.
Por ello esta ceremonia tiene un significado tan especial. Porque, aunque sea por unas horas, tene-
mos con nosotros a quienes encarnan todo aquello que admiramos; y podemos expresarles cómo
su ejemplo nos ayuda, nos alienta y nos reconforta.
En el año en el que España celebra el bicentenario de la Constitución de Cádiz, el primer texto
constitucional con el que se inicia el tránsito a la modernidad en nuestro país, la lección de pa-
triotismo de sus artífices, españoles —como se ha dicho— de ambos hemisferios, y el ejemplo de
superación del pueblo español en aquel trance histórico son, asimismo, una gratificante fuente de
inspiración para todos. Además nos llena de orgullo saber que aquel texto supuso una gran apor-
tación al constitucionalismo y a la libertad sobre todo en América y en Europa.
Esta es una jornada para la gratitud. Gratitud hacia nues-
tros galardonados, por todo lo que representan de excelso. Y
gratitud hacia quienes con su generosidad nos permiten seguir
llevando a cabo nuestra tarea con la ilusión intacta: nuestros pa-
tronos y protectores, los jurados, los medios de comunicación y
tantas personas que comparten con nosotros su entusiasmo, su
admiración y el respeto por la obra de los premiados, protago-
nistas de esta ceremonia. Saludamos, además y muy especialmente, a los cientos de voluntarios de
Cruz Roja y de los Bancos de Alimentos que nos acompañan hoy en Oviedo.
A cada uno de los galardonados quiero darles mi enhorabuena más sincera y dedicarles ahora
mis palabras.
El arquitecto español Rafael Moneo ha recibido el Premio de las Artes. Su nombre se une así al
de otros insignes compañeros suyos de profesión premiados en ediciones anteriores, entre los que se
encuentra quien fuera uno de sus maestros, Francisco Javier Sáenz de Oiza, navarro como él, al que
estamos seguros que hoy recordará Moneo con especial emoción, como también hacemos nosotros.
Rafael Moneo trabaja con la lucidez e inteligencia de quien es plenamente consciente de que
su labor puede y debe mejorar la vida de sus semejantes. No es ajena a esta actitud su vocación
académica, su convicción de que la práctica de la arquitectura tiene que dialogar con la enseñanza
y la reflexión intelectual. Todo ello se traduce en su destacada labor de magisterio, sobre todo en
España y en Estados Unidos, en cuya Universidad de Harvard fue decano del Departamento de
Arquitectura.
El Museo Romano de Mérida, el Kursaal de San Sebastián, la ampliación del Museo del Prado,
así como otros destacados proyectos internacionales, son ejemplos sublimes de su extraordinario
talento. Son obras que ha sabido integrar magistralmente en la evolución histórica de la ciudad y
en el paisaje urbano.
«Nuestra Fundación no es ajena a los desafíos y
dificultades actuales. Ni puede ni quiere serlo.»
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