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Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR)

Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional 1991

Intervención de Dña. Sadako Ogata, presidenta del ACNUR

Majestad,
Alteza,
Señor Presidente del Principado de Asturias,
Señor Presidente de la Fundación Príncipe de Asturias,
Excelencias,
Señoras y señores,

Es para mí un gran honor encontrarme hoy en la histórica ciudad de Oviedo para recibir el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional, que concede la Fundación del mismo nombre, cuyas raíces se remontan al siglo catorce. Este honor se ve acrecentado por el hecho de compartir el Premio con personalidades tan distinguidas del mundo de las artes, la ciencia y la cultura.

Me halaga profundamente recibir el Premio de manos del propio Príncipe de Asturias, heredero de una monarquía que, como la España actual, es a la vez tradicional y moderna, tanto europea como con vocación iberoamericana. La celebración de 1992, que marca el encuentro de España con el Nuevo Mundo, y otros acontecimientos como los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Exposición Universal de Sevilla atestiguan, sin duda, las cualidades de España.

Valoro especialmente este tributo a la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados en su cuarenta aniversario. Este Premio no sólo reconoce los esfuerzos de dos mil funcionarios del ACNUR y de nuestros colaboradores, que trabajan en condiciones difíciles y peligrosas, sino también la causa de 17 millones de refugiados, cuya situación se ha convertido en uno de los mayores desafíos humanitarios de nuestro tiempo. Pero creo que también rinde tributo a las actividades del ACNUR, que durante los últimos cuarenta años ha ayudado a resolver los problemas de veintiocho millones de refugiados.

El ACNUR encarna la preocupación y la cooperación de la comunidad internacional con la causa de los refugiados. Creado en 1951 para resolver lo que se consideró un problema residual de refugiados en Europa, sus objetivos y actividades han evolucionado al compás del dramático incremento, en número y alcance, del problema de los refugiados, que se ha extendido desde Europa a África, Asia, América Latina y Oriente Medio.

La importancia de la cooperación internacional nunca ha sido mayor, la necesidad de solidaridad jamás ha sido tan fuerte como ahora. Los profundos cambios políticos vividos en los dos últimos años anuncian el fin de muchos conflictos y auguran soluciones concretas al problema de millones de refugiados. Al mismo tiempo, otras nubes oscurecen el horizonte. Solamente durante este año, encontramos desafíos sin precedentes al enfrentarnos a súbitos y numerosos movimientos de población en el Golfo Pérsico y el Cuerno de África. Se temen nuevos desplazamientos originados por tensiones nacionalistas, étnicas y religiosas; existe una fundada preocupación por la migraciones producidas por la brecha entre países ricos y países pobres, en un mundo donde las distancias se han reducido gracias a los avances de la tecnologías. La libre circulación de personas, que fue hilo conductor de los cambios políticos en el Este, se han convertido en fuente de preocupación, cuando no de temor, en muchos foros de Occidente.

Los países occidentales se enfrentan a un importante dilema: ¿cómo preservar los principios de los derechos humanos y las tradiciones humanitarias, cómo respetar el principio de asilo, cómo tratar humanamente a aquellos que intentan emigrar, sin poner en peligro la seguridad y la estabilidad de sus sociedades? La respuesta a ese dilema podría dar cuerpo al nuevo orden mundial emergente.

Yo creo que una respuesta humana y efectiva tendría que considerar los factores que obligan a la gente a abandonar sus países. Estoy convencida que quienes emigran no lo hacen porque quieren, sino porque no pueden hacer otra cosa. La mayor parte de los movimientos de refugiados actuales son resultado de conflictos regionales y guerras civiles. La persecución y la violencia suelen agravar, y a veces son consecuencia de la extrema pobreza y del hambre. Los movimientos de refugiados agravan las condiciones ambientales y causan graves tensiones sobre estructuras políticas y económicas frágiles. No es casual que la mayoría de los 17 millones de refugiados en el mundo son originarios y encuentran asilo en las áreas más pobres de la tierra. Europa alberga a menos del 4% de los refugiados del mundo.

La estrecha relación entre factores políticos y económicos suele confundir el tema de los refugiados con el problema de la inmigración económica en los países industrializados. Gran número de personas han solicitado asilo, utilizando los procedimientos existentes hasta sus límites y han puesto en tela de juicio el derecho de asilo. Refugiados en busca de asilo son considerados en muchas instancias como inmigrantes ilegales y tratados en el marco de políticas de inmigración y control de fronteras. Los mecanismos para controlar las migraciones irregulares se han convertido en medios para excluir a quienes necesitan protección.

Los refugiados no son emigrantes con libertad de retornar, de ahí su necesidad de obtener asilo. Sin embargo, puede ser difícil distinguir entre refugiados y emigrantes económicos cuando las personas huyen de países donde la pobreza es consecuencia directa de un sistema político represivo. Miles de albaneses entraron en Italia incluso después de la instauración de un régimen democrático, y el éxodo de los "boat-people" vietnamitas se ha prolongado a lo largo de dieciséis años, aunque, hoy día, muchos son considerados emigrantes económicos. En ambos casos existe un deseo desesperado de huir de la pobreza, aunque este hecho en sí mismo no define a un refugiado. Estos casos ilustran la complejidad del problema de los desplazamientos en la actualidad.

El creciente número de solicitantes de asilo, refugiados y personas desplazadas en el mundo demuestra la necesidad de una nueva estrategia, basada en la cooperación internacional y en la solidaridad. El objetivo no debería ser construir barreras para parar los desplazamientos, sino reducir, eliminar o resolver las causas que obligan a las personas a marcharse. Tal estrategia, orientada a la búsqueda de soluciones, debe abarcar la totalidad del problema de los refugiados, desde las causas, el éxodo y la asistencia hasta el retorno y la reintegración. Una respuesta efectiva sólo puede basarse en un planteamiento amplio, que incluya todos los aspectos humanitarios y políticos del problema. Debe reconocer, además, la estrecha relación entre derechos humanos, desarrollo económico, desplazamientos de población y estabilidad internacional.

Es evidente que las causas de los movimientos de refugiados se vinculan, en última instancia, a conflictos políticos y a la violación de los derechos humanos. La democracia y los derechos humanos son elementos esenciales a las perspectivas de desarrollo y los tres juntos- es decir, democracia, derechos humanos y desarrollo- pueden crear condiciones que modifiquen la calidad de vida de los pueblos, de modo que no se vean obligados a desplazarse. La responsabilidad y la capacidad para crear tales condiciones la tienen los gobiernos. En un momento en que los Estados adoptan posturas cada vez más firmes frente a problemas globales, la eliminación de las causas que originan los movimientos de refugiados debe colocarse entre las prioridades de la agenda política.

Una estrategia, orientada hacia las soluciones, debe equilibrar la preocupación internacional con la responsabilidad de los Estados hacia sus propios ciudadanos. En un mundo en el que la mayoría de los refugiados están confinados en campamentos superpoblados, en condiciones tan tétricas como aquellas de las que vienen huyendo, el derecho a regresar al propio país debe tener tanta prioridad como el derecho a buscar asilo en otro país. El país de origen debe ser inducido a aceptar la responsabilidad hacia sus propios ciudadanos, tanto en términos de evitar el exilio forzado como en promover el retorno voluntario.

El clima político favorece este enfoque. Una renovada confianza en la capacidad de las Naciones Unidas para manejar los retos globales está abriendo nuevas perspectivas para la paz en países tan distantes entre sí como Camboya, Etiopía, África del Sur, Angola, El Salvador y el Sahara Occidental. Los acuerdos políticos abren camino a las soluciones humanitarias. El ACNUR está preparado para hacer de 1992 el año de la repatriación voluntaria.

En nuestra búsqueda de soluciones no debemos ignorar la necesidad de la protección de los refugiados en el país de asilo. El derecho a buscar y obtener asilo es un derecho humano fundamental y una preocupación básica de mi oficina. Por ello, me siento muy alentada por la reciente adhesión o intención de adherir a las convenciones sobre refugiados, por parte de varias nuevas democracias del Este de Europa. En el momento en que el respeto por los derechos humanos y el reino de la ley están ganando terreno a nivel universal desearía ver un mayor énfasis -y aceptación- del papel supervisor que a nivel de protección debe jugar el ACNUR en favor de los refugiados.

La información pública es un instrumento esencial para la protección de los refugiados, en un momento en que la xenofobia y el racismo están siendo tristemente dirigidos contra los solicitantes de asilo en algunos países. Exhorto encarecidamente a todos los líderes a que usen su poder e influencia para combatir estas peligrosas tendencias. Todos nosotros aquí presentes, tanto organizaciones como individuos, tenemos un papel indispensable en la movilización del apoyo público y en la influencia sobre las políticas relativas a esta causa humanitaria.

Majestad,
Alteza Real,
Señoras y señores,

España ha sido un país de emigrantes a Europa y a las Américas. Es un país que ha experimentado también el éxodo de refugiados, algunos de ellos bien conocidos, que han contribuido con su trabajo, ciencia, arte y cultura, a los países que los recibieron con los brazos abiertos y en un espíritu de solidaridad. La situación geográfica y los vínculos históricos de España hacen de ella un puente natural hacia el norte de África y América Latina. Para mí, España ofrece la esperanza del entendimiento y la generosidad hacia los refugiados de hoy. Quedamos muy conmovidos por el discurso de Su Majestad el Rey Don Juan Carlos ante las Naciones Unidas hace dos semanas, y mi reunión de ayer en Madrid con el Presidente Felipe González me confirmó que España va a desempeñar un papel único en el apoyo al trabajo de mi Oficina y a los refugiados del mundo.

No hay duda de que al avanzar en los noventa, Europa está en la encrucijada. ¿Volverá su espalda a aquellos que se han visto forzados a desplazarse, o reforzará su larga tradición de salvaguardar los derechos de los oprimidos y de los desarraigados? ¿Construirá Europa nuevos muros, sabiendo que los muros no frenaron a aquellos que huyeron de la persecución totalitaria en el pasado? ¿Tendrán Europa y el resto del mundo desarrollado el coraje de comprometerse política y económicamente a atacar la pobreza extrema, el subdesarrollo y la injusticia social que llevan a la opresión, la violencia y el desplazamiento?

El camino que sigamos creará el tipo de mundo que ofreceremos a las futuras generaciones. Al aceptar este premio en el nombre de diecisiete millones de refugiados, comprometo al ACNUR en el camino que llevará a un orden mundial más justo y abierto, en el cual muchos refugiados encontrarán el camino del regreso y otro no se verán forzados a huir.

Muchas gracias.

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