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Pierre Werner y Jacques Santer

Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 1998

Majestad,
Alteza,
Excelencias,
Señoras y señores:

Es un gran honor estar hoy en Oviedo para recibir un galardón tan prestigioso como el Premio Príncipe de Asturias.

Y es un honor todavía mayor el recibir esta distinción junto con tantas personalidades reconocidas en el mundo entero por sus méritos insignes.

Me emociona de forma especial compartir el premio de las Ciencias Sociales con Pierre Werner, que fuera primer ministro del Gran Ducado de Luxemburgo.

Y no porque sea mi compatriota y predecesor, sino porque es uno de los auténticos inspiradores de la moneda única europea.

¿Será necesario recapitular aquí la historia de la moneda única y sus ventajas? Pierre Werner lo haría mejor que yo, sin duda.

Y tendría en este magnífico teatro un público de antemano ganado para su causa: somos conscientes de que su país, al igual que otros, ha hecho grandes esfuerzos para garantizar su participación en este proyecto a partir del 1 de enero de 1999. Es un nuevo y claro reconocimiento de la vocación europea de España.

Pero la moneda única, como tal, no es un fin en sí. Es un instrumento que debe ponerse al servicio de una unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa. Así pues, el 1 de enero de 1999 no va a ser una meta. Será, más bien, el inicio de una nueva etapa del proyecto comunitario.


Debemos, por tanto, volver nuestra mirada hacia el futuro para perfilar los contornos de esa Unión que queremos construir. Es normal que a la vuelta de un siglo -de un milenio incluso- experimentemos una necesidad de renovación.

Hoy debemos, en efecto, reanudar la obra cuyos cimientos fueron puestos en los años de la posguerra. El sábado y el domingo, en Austria, los jefes de Estado y de Gobierno debatirán sobre los medios para perfeccionarla, adaptarla y modernizarla. Para ello será preciso, a mi juicio, responder a tres preguntas: ¿Cómo lograr que culmine todo lo que nuestros países han comenzado a realizar juntos? ¿Cómo responder de la mejor forma a las expectativas de los ciudadanos de nuestros países? ¿Cómo reformar las instituciones para que sigan sirviendo con eficacia a estos objetivos? Para responder a las expectativas de nuestros conciudadanos, debemos centrarnos en aquellos ámbitos de actividad en los que la acción de la Unión se considera insuficiente, en los que los europeos quieren más Europa. Es precisamente en estos ámbitos en los que debemos concentrar nuestros esfuerzos por desbrozar nuevos terrenos. Citaré tres de ellos: el empleo, las relaciones exteriores y la seguridad interior.

Primer ámbito: el ámbito económico y social. Por vez primera desde hace un año disponemos de una auténtica estrategia en pro del empleo. Y está dando sus frutos.

Existe ya en Europa una verdadera voluntad política de diseñar conjuntamente un modelo de crecimiento económico y social. Un modelo que crea empleo al tiempo que da rienda suelta al potencial emprendedor y que explota las posibilidades de los actuales cambios económicos. Un modelo que reconoce la participación de todos en esta dinámica mediante la formación y el desarrollo de la capacidad para adaptarse a distintos empleos como garantía de la solidaridad. Incluyendo, claro está, una red de seguridad para aquellos que encuentran mayores dificultades de reinserción o para enfrentarse con los avatares de la vida.

Este crecimiento solidario es hoy en día el distintivo del modelo económico y social europeo. Debemos modernizarlo en nuestros respectivos países y fomentarlo en los foros internacionales.

Me referiré a continuación a la segunda expectativa de los europeos: las relaciones exteriores.

De entrada, debo afirmar que a veces siento un sentimiento de frustración a este respecto. Es esta una unión que ha sabido transformar radicalmente las relaciones entre los países miembros y con sus vecinos. Una Unión que es la primera potencia comercial del mundo. La mayor donante de ayuda en el mundo. Una Unión dotada de un Mercado Único, que es único en el mundo. Una Unión integrada por Estados que poseen una experiencia diplomática sin parangón. Y, sin embargo, es también una Unión que titubea, a la que le cuesta hablar con una sola voz, una Unión cuyo mensaje se difumina en oscuras polémicas burocráticas.

Por mi parte espero tan sólo una cosa: que los Jefes de Estado y de Gobierno tomen conciencia del formidable potencial que tiene la Unión Europea y que decidan colectivamente que desempeñe un cometido clave en la escena internacional. Para ello es necesaria la voluntad política, qué duda cabe. Pero también hay que aceptar desarrollar una política exterior coherente que se base en todos los instrumentos que se hallan a nuestra disposición.

El ámbito de la justicia y los asuntos de interior es el tercer reto que los ciudadanos europeos esperan que la Unión acepte. Constituye una preocupación permanente y cada vez mayor para todos nuestros ciudadanos. También en este caso los ciudadanos piden más Europa. Pero no sólo ellos sino también los protagonistas en este terreno: las fuerzas de seguridad, los servicios de inmigración, la judicatura. Todos nos piden que contribuyamos a desarrollar nuestra capacidad de reaccionar con rapidez y de forma solidaria y operativa con objeto de crear este amplio espacio de libertad, de justicia y de seguridad.

Señoras y señores,

Somos conscientes de que cualquier cambio provoca incertidumbres. Los abordaremos respetando las identidades y con el sentido de la solidaridad que caracteriza al proyecto europeo.

Esta solidaridad se afianza, en primer término, en las identidades políticas, fruto de la historia. Así, Asturias conjuga sin complejos una identidad fuerte, en el corazón de España, con una indiscutible apertura europea. Yo descubro en este planteamiento asturiano un camino que corresponde muy bien a la vía europea hacia el futuro: identidad y solidaridad.

El proyecto europeo completa estas solidaridades "naturales" mediante una solidaridad entre países. Esta cohesión entre los actuales países miembros de la Unión sigue siendo una de mis prioridades. Mañana, la ampliación de la Unión Europea a los países de Europa Central y Oriental será una nueva etapa del desarrollo de esta solidaridad. Debemos también culminarla con éxito, pues nos brinda la oportunidad única, histórica, de reconciliar a nuestro continente consigo mismo, en la paz, en la libertad y en la democracia, por primera vez desde hace casi cuatrocientos años.

Al mismo tiempo, debemos reafirmar sin desmayo la prueba de la solidaridad de los europeos con los demás países de la comunidad internacional. Nuestro modelo de crecimiento y de solidaridad puede servir de ejemplo a otras regiones del mundo, y nuestra credibilidad será tanto mayor cuanto más los apoyemos en los momentos difíciles. Y por eso deseo también aprovechar la presencia de mi colega Emma Bonino galardonada igualmente en esta ceremonia. Quiero afirmar mi apoyo a la acción ejemplar llevada a cabo por la Oficina Humanitaria de la Comunidad Europea, bajo la batuta de la señora Bonino que contribuye a que la ayuda humanitaria de la Unión sea la primera del mundo. Gracias a ella, Europa ha encontrado una visibilidad de la que carece en tantos otros ámbitos.

Majestad,
Alteza Real,
Señoras y señores,

El mundo del siglo XXI busca sus marcas. Europa tiene un deber ante el mundo: mostrarle que este continente, del que partieron dos guerras mundiales, ha decidido de verdad superar la voluntad de poder de los Estados mediante una idea superior y más conforme con el genio de sus naciones, la voluntad de confianza. Por eso es tan crucial el éxito de la Unión Europea. Porque es la garantía de nuestra capacidad para asumir las responsabilidades que nos competen.

Muchas gracias.

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