Premios Príncipe de Asturias 1981–2014. Discursos - page 502

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Quien escribe sabe que ha de dedicar a su oficio tantas horas y tantos años como un artesano al
suyo, y que sin esa dedicación no logrará completar nada de valor. Pero también sabe que la entrega,
por sí misma, no garantiza la calidad del resultado, porque la experiencia y la dedicación pueden
conducirlo al amaneramiento anquilosado y a la parodia de sí mismo. Y también sabe que lo mejor
unas veces es reconocido de inmediato y otras veces es ignorado, y que lo que parecía mejor a
veces se desmorona al cabo de muy poco tiempo, y que una extraña justicia tardía alumbra mucho
tiempo después, sin compensación posible, al talento verdadero que no brilló en vida.
El desaliento ante las incertidumbres del oficio se acentúa más en tiempos de incertidumbres
tan amargas como estos. Es difícil hablar de la perseverancia y el gusto del trabajo en un país en el
que tantos millones de personas carecen angustiosamente de él. Es casi frívolo divagar sobre la falta
de correspondencia entre el mérito y el éxito en literatura en un mundo donde los que trabajan ven
menguados sus salarios mientras los más pudientes aumentan obscenamente sus beneficios, en un
país asolado por una crisis cuyos responsables quedan impunes mientras sus víctimas no reciben
justicia, donde la rectitud y la tarea bien hecha tantas veces cuentan menos que la trampa o la
conexión clientelar; un país donde las formas más contemporáneas de demagogia han reverdecido
el antiguo desprecio por el trabajo intelectual y el conocimiento.
Aun así, y dejando las responsabilidades de la ciudadanía en el lugar que les corresponde, el
único remedio aceptable que conozco contra el desaliento del oficio es el oficio mismo. Escribir
poniendo artesanalmente en cada palabra los cinco sentidos. Escribir sin concederse la menor
indulgencia. Escribir aceptando y disfrutando la soledad y agradeciendo el entramado de otros
oficios fundamentales que lo convierten en uno de los oficios menos solitarios y más colectivos
del mundo, como es solitario y colectivo el del músico y el del científico; agradeciendo el oficio del
editor, del corrector de pruebas, del traductor, del librero, del crítico, el de otros escritores de los
que uno aprende admirándolos, el oficio del que enseña a leer y del que trasmite en un aula el amor
por la literatura; agradeciendo el oficio más placentero de todos, que es el del lector. Escribir con
el miedo a no tener lectores y con el miedo a perderlos, sobreponiéndose lo mismo a los elogios
que a las heridas. Escribir porque a pesar de todas las negaciones y las imposibilidades la escritura,
como cualquier oficio, es sobre todo un acto de afirmación. Escribir porque sí.
Antonio Muñoz Molina
Premio Príncipe de
Asturias de las Letras
2013
Fragmento del discurso ofrecido
con motivo de la entrega del Premio
Príncipe de Asturias de las Letras el
25/10/2013.
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