Premios Príncipe de Asturias 1981–2014. Discursos - page 387

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Esa necesidad de hacer, de crear, de inventar, es sin duda un impulso humano fundamental. Pero,
¿con qué objeto? ¿Qué sentido tiene el arte, y en particular el arte de narrar, en lo que llamamos
mundo real? Ninguno que se me ocurra; al menos desde el punto de vista práctico. Un libro nunca
ha alimentado el estómago de un niño hambriento. Un libro nunca ha impedido que la bala penetre
en el cuerpo de la víctima. Un libro nunca ha evitado que una bomba caiga sobre civiles inocentes
en el fragor de una guerra. Hay quien cree que una apreciación entusiasta del arte puede hacernos
realmente mejores: más justos, más decentes, más sensibles, más comprensivos. Y quizá sea cierto;
en algunos casos, raros y aislados. Pero no olvidemos que Hitler empezó siendo artista. Los tiranos
y dictadores leen novelas. Los asesinos leen literatura en la cárcel. ¿Y quién puede decir que no
disfrutan de los libros tanto como el que más?
En otras palabras, el arte es inútil, al menos comparado con, digamos, el trabajo de un fontanero,
un médico o un maquinista. Pero, ¿qué tiene de malo la inutilidad? ¿Acaso la falta de sentido
práctico supone que los libros, los cuadros y los cuartetos de cuerda son una pura y simple pérdida
de tiempo? Muchos lo creen. Pero yo sostengo que el valor del arte reside en su misma inutilidad;
que la creación de una obra de arte es lo que nos distingue de las demás criaturas que pueblan este
planeta y lo que nos define, en lo esencial, como seres humanos. Hacer algo por puro placer, por
la gracia de hacerlo. Piénsese en el esfuerzo que supone, en las largas horas de práctica y disciplina
que se necesitan para ser un consumado pianista o bailarín. Todo ese trabajo y sufrimiento, los
sacrificios realizados para lograr algo que es total y absolutamente… inútil.
La narrativa, sin embargo, se halla en una esfera un tanto diferente de las demás artes. Su medio
es el lenguaje y el lenguaje es algo que compartimos con los demás, común a todos nosotros. En
cuanto aprendemos a hablar, empezamos a sentir avidez por los relatos. Los que seamos capaces
de rememorar nuestra infancia recordaremos el ansia con que saboreábamos el cuento que nos
contaban en la cama, el momento en que nuestro padre, o nuestramadre, se sentaba en la penumbra
junto a nosotros con un libro y nos leía un cuento de hadas. Los que somos padres no tendremos
dificultad en evocar la embelesada atención en los ojos de nuestros hijos cuando les leíamos un
cuento. ¿A qué se debe ese ferviente deseo de escuchar? Los cuentos de hadas suelen ser crueles
y violentos, describen decapitaciones, canibalismo, transformaciones grotescas y encantamientos
maléficos. Cualquiera pensaría que esos elementos llenarían de espanto a un crío; pero lo que el
niño experimenta a través de esos cuentos es precisamente un encuentro fortuito con sus propios
miedos y angustias interiores, en un entorno en el que está perfectamente a salvo y protegido. Tal
es la magia de los relatos: pueden transportarnos a las profundidades del infierno, pero en realidad
son inofensivos.
Paul Auster
Premio Príncipe de
Asturias de las Letras
2006
Fragmento del discurso ofrecido
con motivo de la entrega del Premio
Príncipe de Asturias de las Letras el
20/10/2006.
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