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Discursos  

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Discurso de Su Alteza Real el Príncipe de Asturias durante la ceremonia de los Premios Príncipe de Asturias 1999.

Comprometido con lo que representa esta solemne ceremonia, regreso a Asturias con la emoción de quien regresa a un lugar querido, al encuentro feliz de quienes buscan principios superiores, ideales con los que engrandecerse y a los cuales servir. Vengo a unirme, a ensalzar a nuestros galardonados. Por su parte, cumplida una hermosa y gran tarea, aunque abierta a nuevas conquistas, todos ellos merecen, como dicen los versos de nuestro inolvidable Claudio Rodríguez, "mirar con paz el cielo, su ciudad y su casa, su familia y su obra".

Quiero con estas primeras palabras felicitarles y proclamar lo mucho que su ejemplo fortalece nuestra fe en el ser humano que, si bien puede tropezar y caer, es también capaz de sobreponerse a las adversidades y de elevarse sobre el error.

Esta felicitación deseo extenderla asimismo a los jurados. Su ecuanimidad, rigor intelectual, independencia de criterio y el equilibrio que caracterizan sus actuaciones, constituyen una de las claves de la resonancia y el éxito de nuestros premios. Deseo también dejar constancia, una vez más, de mi gratitud a los patronos, a los miembros protectores y a todas las personas que contribuyen al desarrollo de la Fundación y al fortalecimiento de su labor. Su firme compromiso y, sobre todo, su fe e ilusión en nuestro proyecto, es la garantía del acierto y de la continuidad de nuestros galardones.

Mención especial y agradecimiento por su presencia merecen los representantes de los Estados y de las grandes instituciones culturales y científicas que, venidas de otros países, han querido resaltar este acto de concordia, cultura y progreso.

En nuestra mención a los premiados comenzamos por ese maravilloso instrumento de comunicación y, sin duda, el más genial invento del hombre, que siempre nos debe unir: la Lengua. Su estudio, su comprensión, su cuidado, son tareas que se convierten en una de las más sublimes expresiones de la cultura, en una forma sutil y precisa de acercarse a la esencia del ser humano y comprender el sentido de su vida. Por eso, cultivar su estudio es en sí mismo cultivar el estudio del hombre, un intento de crear sendas francas hacia la comprensión y el entendimiento entre todos los pueblos.

Jamás subrayaremos suficientemente, por tanto, la importancia que nuestra Lengua tiene para los pueblos de España y, a la vez, para las naciones hermanas del otro lado del Atlántico. Es el legado que recibimos y transmitimos, algo de uso y apariencia tan leve, que acaba condicionando todos y cada uno de nuestros actos. Es el medio ideal de expresión de nuestros afectos, el lazo histórico y sentimental que nos une, salvando las barreras del tiempo y del espacio.

Por eso nos alegra que el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades haya sido concedido al Instituto Caro y Cuervo de Colombia, que con la paciente y dilatada elaboración de su Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana ha llevado a cabo una obra ejemplar y grandiosa. En palabras de Gabriel García Márquez "es la gran novela de las palabras. Sus solas citas serían suficientes para justificarlo como un panorama colosal de la literatura en español aplicada a la vida, sin precedentes en ninguna otra Lengua".

Otras tareas del Instituto Caro y Cuervo no han sido de menor aliento. Así, el Atlas lingüístico y etnográfico de Colombia, o el mantenimiento, durante más de medio siglo, de un prestigioso Boletín en el que han aparecido muchos de los mejores trabajos de investigación existentes sobre el español y también sobre las lenguas indígenas americanas, cuyo estudio ya había sido de interés para muchos misioneros españoles durante los primeros tiempos del Descubrimiento. Una tradición que nos sentimos orgullosos de compartir pues, como se ha dicho, la muerte de una lengua, incluso de aquella susurrada por un puñado de personas en un trozo de tierra perdido, es un empobrecimiento colectivo, es la muerte de un mundo.

Agradezco de forma especial la presencia en este acto del Presidente Andrés Pastrana de Colombia, que pone de relieve lo mucho que este pueblo admira la tarea desarrollada por el Instituto Caro y Cuervo. Y quiero expresarle también, Señor Presidente, que en España vivimos, como si fueran nuestros, los obstáculos que se oponen al esperanzador proceso de paz que allí se ha iniciado y hacemos votos para que culmine con prontitud y éxito.

Por segunda vez, los jurados premian el fecundo hispanismo británico, este año en la persona del historiador Sir Raymond Carr, al que se le ha concedido el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales.

Objetividad, rigor científico, visión global, son algunas de las virtudes que adornan la vida y el trabajo de este profesor de la Universidad de Oxford y miembro de la Real Academia Británica. Como ha dicho de él su colega y también receptor de nuestro premio, Sir John Elliott, el profesor Carr ha hecho una aportación de la máxima importancia a nuestro conocimiento de la historia de España en los siglos XIX y XX.

Las nuevas generaciones de historiadores, tanto dentro como fuera de nuestro país, se han beneficiado de los caminos por él abiertos. Su libro sobre España entre los años 1808 y 1939, y otras publicaciones posteriores, han aportado una visión innovadora y veraz de la historia de la España contemporánea, situándola dentro de su contexto europeo. Ha contribuido así a la mejor comprensión tanto de la guerra civil del 36 como de nuestra transición a la democracia.

Además de sus publicaciones, que ya son por sí mismas prueba de un historiador de dotes excepcionales, hay que subrayar su gran impulso a la renovación historiográfica de España desde su magisterio como director del St. Antony's College de la Universidad de Oxford. Durante esos años, el Colegio llegó a ser un brillante centro intelectual para el estudio de España y del mundo hispánico. En él se formaron estudiantes españoles e hispanoamericanos que más tarde participaron directamente en el cambio político y cultural de sus respectivos países. El estímulo intelectual promovido allí por el profesor Carr fue imprescindible para el éxito de esta empresa tan creadora y de influencia permanente.

Ha recibido hoy el premio Príncipe de Asturias de las Artes el arquitecto valenciano Santiago Calatrava. Su original entendimiento de los volúmenes, el empleo de nuevos materiales y técnicas y la búsqueda de una estética juvenil e innovadora, además de su gran prestigio internacional, han sido con toda seguridad factores determinantes para que el jurado se haya decidido por su candidatura. La imaginación, la clara creatividad, son también características inconfundibles de su arquitectura, a la vez tan española y tan meridional.

Sus obras comparten peculiaridades y virtudes de otras formas del arte y del conocimiento. Esta interrelación se da en la combinación magistral de la arquitectura, la ingeniería, la escultura, el diseño o la filosofía, haciendo de su labor una expresión duradera de utilidad y estética contemporánea. Santiago Calatrava ha sabido combinar con acierto la práctica de su profesión con la de la docencia en el Instituto de Estática de la Construcción de Zurich. Por la energía y versatilidad que ha puesto en su trabajo, cobra actualidad aquel pensamiento de los maestros renacentistas para los que la sabiduría era hija de la experiencia y del amor por la obra bien hecha.

El premio Príncipe de Asturias de las Letras ha sido otorgado al escritor alemán Günter Grass, a quien, en primer lugar, todos felicitamos también por la reciente concesión del Premio Nobel de Literatura. Como consecuencia de su condición de creador de mundos literarios nuevos, Grass es el autor de algunas de las novelas más significativas que se han escrito en la segunda mitad de este siglo. En ellas, convertidas a menudo en metáforas o parábolas de la sociedad actual, la fuerza y la expresividad de su prosa alcanzan las más altas cimas. Por ello ha sido reconocido también como uno de los más vigorosos renovadores de la lengua alemana.

Narrador de su tiempo, autoridad moral para muchos, crítico social, objetor cívico, intelectual a contracorriente, escritor comprometido, son algunas de las características de este autor que no desea vivir en un tiempo y en una sociedad adormecidos, en un tiempo y en una sociedad en los que no haya soluciones para esos problemas que otros prefieren ocultar, ignorar o simplemente no resolver. Estas actitudes nos traen a la memoria lo que el gran poeta portugués Miguel Torga dejó escrito: "la voz de un poeta no puede tener dueño si quiere actuar con autenticidad. Doblegada, pierde todo el encanto, el prestigio y la acción que la hacen ser deseada, convincente y redentora".

Por eso Günter Grass combate los más graves errores contemporáneos: los nacionalismos totalitarios o excluyentes, el desarrollo ciego y acelerado, las tecnologías traumáticas, la opresión de los débiles, los atentados contra el medio ambiente, los abusos de poder y todo aquello que, en definitiva, vulnera lo que reconocemos como aspiraciones esenciales del ser humano.

Nos hacen falta, y seguirán haciéndonos falta, intelectuales críticos e independientes como Günter Grass, que denuncien los excesos, siempre de consecuencias imprevisibles, en que puede caer una sociedad deslumbrada sólo por el brillo cegador del desarrollo material.

El continuo progreso de la investigación científica y técnica, con sus hallazgos, llena de esperanza, a pasos agigantados el mundo en que vivimos. Nos satisface, por tanto, que les haya sido concedido el premio de Investigación Científica y Técnica a dos grandes hombres que han logrado trascendentales avances en este campo: el cirujano español Enrique Moreno y el neurocientífico mexicano, Ricardo Miledi.

El profesor Moreno es catedrático de Patología Quirúrgica, miembro de la Real Academia de Medicina y una autoridad mundial en el campo de los trasplantes, siendo pionero, de manera concreta, en los trasplantes hepáticos y en la cirugía de las enfermedades gastrointestinales, pancreáticas y biliares. Por la importancia y gravedad de las mismas celebramos, sobre todo, los progresos que ha conseguido en su detección y tratamiento.

Compartimos con él la esperanza en el incremento del porcentaje de los enfermos que se curan gracias a la cirugía, cuyo futuro está asegurado por las continuas mejoras técnicas y el aumento en la donación de órganos. Sabido es que España tiene en estos momentos la mayor tasa de donación de órganos del mundo, y este hecho nos honra y nos enorgullece.

Ricardo Miledi es investigador de las universidades de California y Autónoma de México y muchos de sus descubrimientos, especialmente los relacionados con los mecanismos de contacto entre las células nerviosas, son considerados ya clásicos en el mundo científico, como también lo son los que ha hecho sobre la respuesta y afectación del sistema nervioso por los fármacos y las sustancias tóxicas.

Nos parece muy reveladora su idea de que la comunicación neuronal esté "en la base de todas las funciones del cerebro, como las de pensar y amar". Se crea de esta forma una provechosa y conmovedora relación entre los avances científicos y los comportamientos humanos, en la que felizmente se está profundizando y avanzando cada día. Se hallan así soluciones para muchas de las enfermedades mentales y, como consecuencia de ello, la ciencia médica se impregna de ese humanismo que siempre la ha caracterizado y que tiene hoy, en los premiados, a dos de sus mejores representantes en el mundo.

El galardón a Ricardo Miledi me brinda la oportunidad de dedicar hoy un especial recuerdo a México, país tan querido por nosotros. Las violentas inundaciones que allí se acaban de producir han dejado un doloroso rastro de centenares de muertos y miles de damnificados, además de innumerables pérdidas materiales. Hacemos nuestro el sufrimiento del pueblo mexicano desde la confianza en una pronta restauración de los daños causados. En España no olvidamos la deuda de gratitud que hemos contraído con el pueblo mexicano, que acogió con generosidad y cariño a nuestros emigrantes y a los exiliados de la guerra civil; una hospitalidad que dio como resultado un fructífero intercambio cultural que nunca debe dejar de fluir.

El premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional ha sido concedido a cuatro astronautas de distintas nacionalidades: la japonesa Chiaki Mukai, el español Pedro Duque, el estadounidense John Glenn y el ruso Valery Polyakov, este último el hombre que más tiempo ha permanecido en el espacio.

Polyakov y Glenn representan, por su edad, la madurez y la experiencia. Mukai y Duque representan, por la suya, la ilusión y el tesón de los más jóvenes. Pero los cuatro demuestran que al ser humano, en las grandes empresas que realiza la Humanidad, se le valora sobre todo por su voluntad y sus altos sueños.

Este premio está lleno de significados porque responde fielmente a su denominación, es decir, a esa ansiada cooperación entre los distintos pueblos del planeta que nuestros galardones han venido anhelando de continuo. Y esto es así porque están presentes España y la Unión Europea en su conjunto, en la persona de Pedro Duque; porque el astronauta Polyakov nos recuerda de nuevo las inmensas y positivas ventajas de la cooperación pacífica así como la inutilidad de los enfrentamientos entre los pueblos; y porque, llegados desde otros dos continentes, Mukai y Glenn universalizan la conquista del espacio exterior: la japonesa por contribuir al progreso de la medicina espacial, y Glenn por reforzar con su experiencia y liderazgo ese carácter pionero que su país ha tenido desde sus inicios en las aventuras espaciales.

Todos ellos, tras grandes sacrificios y con gran riesgo de sus vidas, se han alejado de nuestro planeta, pero sólo para estar más cerca de él, para velar por su progreso, para enaltecer la Ciencia. Desde sus naves han podido ver empequeñecido nuestro hermoso planeta azul, a la vez que lo han contemplado grandiosamente unido bajo la biosfera.

Sin duda han reflexionado sobre todo lo que une y desune a los humanos, sobre los incomprensibles y estériles odios entre los hombres, sobre el invisible trazado de las fronteras que dividen las naciones, sobre el enfrentamiento entre los distintos pueblos de un planeta tan prodigioso y tan lleno de vida, tan bello. El esfuerzo y el tesón de todos ellos suponen una sucesión de ejemplos que aquí, en síntesis, resaltamos con admiración: su excelente profesionalidad, su fraterno trabajo en común, el sentido pacífico de su proyecto, la voluntad de divulgar y compartir su experiencia y en definitiva las altas miras de su empresa en beneficio de la Ciencia y por el bien de toda la Humanidad.

De manera muy ejemplar se cumple con el premio Príncipe de Asturias de la Concordia de este año, concedido a Cáritas Española, uno de los principios que persigue nuestra Fundación: contribuir a la elevación moral de la sociedad.

Ninguna labor puede ser tan imprescindible y noble como la que está destinada a la asistencia a los más necesitados: a los mayores, a las personas sin hogar, a los inmigrantes, a los drogodependientes, a los enfermos de Sida, a los minusválidos, a los reclusos y, en general, a los marginados, a grupos en situación problemática de la juventud, la infancia, la familia o la mujer. Ante una labor tan especial, tan sobresaliente, queremos resaltar aquí que la caridad y la justicia no son conceptos opuestos o que se anulen entre sí, porque como muy bien ha señalado el presidente de Cáritas Española a raíz de la concesión de este premio, el sentido de la palabra caridad nunca es sinónimo de limosna y beneficencia, sino de amor.

Se podría decir, por ello, que Cáritas es como "el amor que nunca falla", por el alto ejemplo que nos dan sus setenta y cinco mil voluntarios, el trabajo desarrollado en su red de cinco mil Cáritas Parroquiales, de sus tres mil quinientos setenta y cinco centros y de sus siete mil puntos de acogida, todo ello levantado gracias al corazón de decenas de miles de colaboradores que, impulsados por el desprendimiento y con gran tesón, sueñan con crear un mundo mejor, es decir más justo y fraterno, y lograr que el hombre, como nos dejó escrito Albert Camus, "vuelva a sentir ese amor por el hombre sin el cual el mundo sólo sería una inmensa soledad".

Una vez más, la juventud y el esfuerzo al borde del límite se funden de manera ejemplar en el galardón que reconoce a los mejores deportistas del mundo. Por eso se ha concedido el premio Príncipe de Asturias de los Deportes a la tenista alemana Steffi Graf. Se le ha otorgado por su trayectoria deportiva, pero también por sus cualidades humanas, por ese afán de bien común, más allá de su labor estrictamente profesional, que se ha visto materializado recientemente con la creación de una fundación dedicada a ayudar a niños y jóvenes víctimas de la violencia y la explotación, con especial cuidado de aquellos que lo hayan sido como consecuencia de la guerra.

Difícil es sintetizar los muchos méritos de la carrera deportiva de Steffi Graf, entre los que destacan el haber alcanzado veintidós victorias en torneos del Grand Slam, haber sido, durante 377 semanas, líder en la lista de los jugadores profesionales y la más joven ganadora del Roland Garros.

Pero, una vez más, ante toda destacada actividad profesional, ante el triunfo temprano y brillante, queremos resaltar que nada sería la persona poseedora de tales éxitos si no tuviera otros valores humanos. Se vuelve así a hacer bueno el criterio de los grandes atletas del pasado, los cuales, más allá de las coronas y estatuas que celebraban sus victorias, valoraban la condición de hombres totales.

El éxito en el deporte se ve favorecido por la tenacidad, por ese esfuerzo que sólo proporciona la juventud, pero más excepcional que ese éxito es la victoria sobre uno mismo. Es hermoso por ello ver que los triunfos en el estadio se pueden transformar en victorias para el conjunto de la sociedad, como Steffi Graf lo ha hecho al crear su importante fundación Niños para el Mañana.

El valor de nuestros Premios -su autenticidad y su ejemplo- radica en su carácter unánime. Porque ninguna de las personas o instituciones aquí presentes y reconocidas, responden a un fácil oportunismo o al capricho de lo efímero. En todos ellos nos encontramos con las virtudes que hacen grandes a las mujeres y a los hombres: la lucha noble por la propia superación y por el progreso de los demás, la valentía, el afán innovador que los nuevos tiempos nos exigen, el servicio desinteresado a la sociedad, la apertura sin sectarismos a todas las naciones y el tesón y el sacrificio llevados, en algunos casos, al límite.

En definitiva, queremos subrayar que, un año más, los Premios Príncipe de Asturias destacan lo excepcional, es decir, aquello que de más elevado y ejemplar puede ofrecer el hombre para realizarse a sí mismo y para alcanzar el modelo ideal de una sociedad más justa, más culta y con más progreso y más concordia. Unos valores que ha hecho suyos y propaga la España democrática.

Cuando estamos acercándonos al final de este milenio parece inevitable mirar hacia adelante, meditar acerca de lo que deseamos que sea el tiempo que nos aguarda, tratar de concebir los grandes principios que articularán la historia del mañana, recogiendo del pasado lo que tiene de eterno.

Salen a nuestro encuentro de inmediato las grandes contradicciones, los vaivenes de la historia, las luces y las sombras que tiñen una civilización paradójica, de progreso y degradación, de respeto y humillación, de belleza y fealdad absolutas. En el siglo que se aproxima a su fin, hemos logrado mejorar las condiciones de vida de millones de seres humanos que, gracias a la generalización de la educación, la cultura y la sanidad, y al intenso desarrollo técnico y científico, llevan una existencia más digna. Pero, al tiempo, hemos ahondado las diferencias entre ricos y pobres, entre dominadores y dominados, dejando a gran parte de la Humanidad condenada a la injusticia y la miseria. Nos resultan tristemente familiares los sufrimientos de aquellos para los que la sola mención de modernidad es un humillante sarcasmo. Y acaso porque nos importan cada vez más el respeto a los derechos humanos, a la dignidad del individuo, la libertad de opinión y pensamiento, el derecho al trabajo, somos más conscientes de sus constantes violaciones y también más responsables de ellas.

Conseguir un mundo más justo y solidario debe seguir siendo un objetivo prioritario de la acción humana. En la apoteosis de las comunicaciones planetarias es aún necesario fortalecer la idea de que existe una sola Humanidad, muchas identidades y que todos en la Tierra debemos ser iguales en dignidad, derechos y deberes.

Es preciso, pues, que reforcemos la idea de que podemos vivir como seres humanos íntegros. Que podemos conseguir un nuevo modelo de Humanidad que construya su ética a partir de principios, en algunos casos totalmente nuevos, para erradicar el dolor y el odio de la existencia humana. Para la construcción de esa nueva vida, debemos también considerar que las mujeres y los hombres del futuro son nuestros prójimos, aquellos para los que ahora tenemos la responsabilidad de conservar el planeta. Nos engrandeceremos así, pues se engrandecen quienes no sólo piensan en su tiempo sino en dejar un mundo mejor para quienes nos sustituyan en nuestro camino milenario, en el que nada nos ha sido regalado.

Han sido y siguen siendo precisos muchos sacrificios para lograr cada uno de nuestros sueños, para perseguir cada una de nuestras utopías. Lo proclamó un gran defensor de los derechos del hombre diciendo: "quienes esperan cosechar las bendiciones de la libertad deben soportar las fatigas de defenderla".

Quiero finalizar mis palabras haciendo referencia a lo que considero uno de los grandes logros de este siglo: la conquista por la mujer de sus derechos.

Como bien sabemos, la mujer ha vivido a lo largo de la historia en un estado de permanente minoría de edad, marcada por la discriminación y el sometimiento. Privadas de los derechos fundamentales, sin poder participar en la vida política, económica y cultural, salvo en contadas y espléndidas excepciones, el acceso a la educación y la conquista de la igualdad por parte de las mujeres del mundo, entre ellas las españolas, han permitido en buena medida la reparación de esta absurda e injusta situación.

El siglo XX, que sólo por los triunfos alcanzados merecería pasar a la Historia como una centuria fundamental en el devenir de nuestra civilización, no ha podido ver culminados todos estos anhelos puesto que la dignidad de las mujeres y el respeto a su integridad siguen siendo vulnerados.

Nos ilusiona pensar, no obstante, que la España que se adentra en el siglo XXI será construida, por primera vez en nuestra historia, y ya para siempre, con el esfuerzo, la creatividad y el talento unidos de las españolas y los españoles.

Muchas gracias.

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