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Discursos  

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Discurso de Su Alteza Real el Príncipe de Asturias durante la ceremonia de los Premios Príncipe de Asturias 2005.

En el año en el que celebramos, con la brillantez que anhelábamos, el XXV Aniversario de nuestros Premios, regreso lleno de felicidad y de esperanza, a esta querida tierra de Asturias de la que podríamos decir los españoles, evocando a un gran poeta, que "mucho de lo que tenemos, lo tenemos aquí plantado".

Antes de continuar, quiero trasladaros el recuerdo más cariñoso de la Princesa de Asturias que, como sabéis, no ha podido acompañarnos en este acto, pero que está aquí con todo su corazón y su pensamiento.

Han pasado veinticinco años desde aquella ceremonia inolvidable en la que hicimos por primera vez entrega de nuestros Premios. Desde entonces, no ha habido un solo día para la quietud ni un momento para el desánimo. Hemos andado un largo camino que apenas adivinábamos en el horizonte en aquellos comienzos llenos de esperanza.

Queremos continuar esta tarea con la tenacidad, el entusiasmo y el rigor que nos han guiado siempre, pues nuestras ilusiones iniciales están intactas y nuestros sueños no han dejado de ser, como dice un precioso verso de Cernuda, más altos que las nubes. Somos conscientes de que en estos albores inciertos y extraordinariamente complejos del siglo XXI, la vida de toda institución depende más que nunca de su capacidad de anticipar imaginativamente sin perder por ello sus raíces y sus valores fundacionales.

Doy las gracias a todos los que han hecho posible esta hermosa realidad, a aquellos que tuvieron fe en este proyecto, y que hoy ven revalorizados su crédito y confianza en el. A quienes superaron las fatigas, los desalientos, todos los días difíciles, y cuya entrega, esfuerzo e inteligencia han dado frutos tan extraordinarios.

En el camino hacia el futuro, sabemos que no estamos solos, pues hoy podemos decir con emoción que contamos con el apoyo y el estímulo de la inmensa mayoría de los españoles y, de forma destacada, del Gobierno de España y del de Asturias, del Ayuntamiento de esta ciudad, de los patronos de la Fundación, de los jurados de los Premios, de nuestros protectores y, en creciente número, de otras instituciones y entidades públicas y privadas que se están sumando a la tarea de engrandecer esta gran obra de los españoles unidos ante el mundo.

Agradecemos a la UNESCO su declaración en la que reconoce la extraordinaria aportación de nuestros Premios al patrimonio cultural de la humanidad y su decisión de auspiciar los actos conmemorativos de nuestro XXV Aniversario.

Queremos proclamar también nuestra gratitud de una manera muy especial a los medios de comunicación que están contribuyendo, de manera extraordinaria, a que los Premios sean reconocidos -como es nuestro sueño- por aspirar a contribuir a la concordia entre los pueblos, por alentar la creación cultural en sus más altos y nobles valores, por ser como una inextinguible llamada a la ilusión, una luz vertida sobre la oscuridad y el abatimiento, una voz que nos recuerde estos antiguos e imperecederos versos:
No te creas nacido sólo para ti mismo
sino para el mundo entero.

Un año más, nuestros galardones han sido concedidos a personas e instituciones que hacen su ejemplar trabajo inspiradas en estos principios. A todas ellas, a sus familias y amigos que les acompañan y a las destacadas representaciones que han querido compartir hoy con nosotros estas horas inolvidables, les damos la bienvenida más cordial y les agradecemos su presencia en este acto que encierra tantas promesas y esperanzas. Ensalzar los méritos de los galardonados, recompensar su esfuerzo y reflexionar sobre su vida y su obra es para mí una tarea especialmente grata y enriquecedora.

El Premio de Cooperación Internacional ha sido concedido a la magistrada francesa Simone Veil. Además de Presidenta del primer Parlamento Europeo elegido por sufragio universal, ha desempeñado en él importantes misiones.

Es también miembro del Consejo Constitucional de Francia y Presidenta de la Fundación para la Memoria del Holocausto. Como tal, trabaja para conseguir que no se olviden las atrocidades cometidas contra tantos millones de personas y que ella sufrió al ser deportada con su familia al campo de exterminio de Auschwitz. Porque informar al mundo de esos horrores es la mejor manera de combatirlos; porque, como se ha escrito, cuando los acontecimientos vividos por una persona son de tan profundo y dramático alcance, el recuerdo y el testimonio se convierten en un deber, pues si la vida ha sucumbido ante la muerte, resulta imperioso que la memoria salga victoriosa en su combate contra el olvido.

Simone Veil está convencida de que el futuro pertenece a quienes saben recordar y evitan, de ese modo, repetir los errores del pasado. Afirma que la educación en la tolerancia, enseñar a los niños de distintas culturas a vivir juntos, y a los pueblos a cooperar entre sí, con sus diferentes religiones y orígenes, son fundamentales para crear nuevas generaciones de mujeres y hombres que se nieguen a reproducir el horror.

De estas nuevas generaciones depende alcanzar el ideal, según sus palabras, de que Europa sea "un lugar de libertad, de paz y de respeto a la dignidad humana". En una Unión Europea concebida como modelo de convivencia y de integración, la actitud esperanzada y el europeísmo lleno de fe de Simone Veil son un alentador ejemplo para todos.

También Europa tiene mucho que ver en la concepción de la realidad del profesor, politólogo y escritor italiano Giovanni Sartori, Premio de Ciencias Sociales, que ha sabido responder con una mirada abierta y lúcida a los problemas y a los retos últimos que se le están planteando a la sociedad occidental. Giovanni Sartori ha tenido la fortuna de nacer en Florencia, en ese pequeño paraíso toscano de la belleza y de la inteligencia, a cuya tradición de pensadores pertenece por pleno derecho.

Nuestro mundo se ha vuelto cada vez más complejo y diverso hasta hacerse a veces incomprensible a nuestro entendimiento. Necesitamos la ayuda de personas que, como Sartori, sean capaces de guiarnos entre tantas dudas y sombras hacia su comprensión, personas que pongan en nuestras manos el hilo de Ariadna que nos redima del desamparo en que las contradicciones y las limitaciones humanas, la diversidad cultural y los acuciantes problemas de un tiempo convulso nos han colocado. Pues, como él mismo ha dicho, "nadie se interesa por las cosas que no comprende".

Giovanni Sartori es un pensador que explora el mundo con clarividencia, y a quien, como decía el clásico, nada de lo humano le es ajeno. Temas tan controvertidos como la superpoblación mundial, la inmigración, el multiculturalismo, las nuevas políticas, la democracia, los medios tecnológicos, el homo videns -algunas de sus preocupaciones más sobresalientes- han sido iluminados por su inteligencia y sus reflexiones.

Las lenguas han sido y seguirán siendo un factor primordial de convivencia y de aproximación entre los seres humanos, un vehículo de comunicación y de difusión cultural entre los distintos pueblos del planeta. Se comprende así la excelencia de la obra de los seis Institutos Culturales Europeos a los que este año se les ha concedido el Premio de Comunicación y Humanidades: la Alliance Française, el British Council, el Goethe-Institut, el Instituto Camões, el Instituto Cervantes y la Società Dante Alighieri.
En pocas ocasiones los méritos de comunicar y de humanizar se funden de una manera tan certera y, a la vez, tan práctica. Las lenguas que hablamos los seres humanos están hechas, como se ha repetido tantas veces, para unirnos y no para separarnos o marginarnos, para facilitar la comprensión mutua y para fomentar el conocimiento, para ampliar nuestra cultura y, en definitiva, para enriquecer nuestro espíritu.

Más allá de las lenguas que los Institutos premiados representan, aman, enseñan y propagan, se encuentra esa misión profundamente cultural que nos enriquece, pues transmiten también valores, ideas, costumbres, experiencias colectivas, formas de vida, perspectivas diversas sobre el mundo y la sociedad. Es esta otra forma de hacer Europa: la que sabiamente se va conformando por medio de la educación y de la cultura, de la palabra.

Este Premio de Comunicación y Humanidades se funde de manera maravillosa con el Premio de las Letras, que este año se ha concedido a la escritora brasileña Nélida Piñon, hija de emigrantes gallegos, que, como tantos otros españoles, buscaron nuevos horizontes para sus vidas en los países hermanos de América a través de la dignidad del trabajo y la humildad orgullosa de su identidad.

Su obra resume muchos de los valores que nuestros Premios, y en particular, este acto de hoy, desea subrayar y que tan bien representa: la convivencia entre pueblos distintos que se aman, el continuo aprendizaje no en una cultura sino en varias culturas, el fulgor de una literatura que es rica y que enriquece a los demás porque también es múltiple, porque tiene muchas caras y ofrece muchos mensajes.

Se entrega hoy este Premio a una mujer que es consciente de todos estos valores y que sabe muy bien dónde están sus orígenes, que jamás ha olvidado; pero que a la vez ha levantado el vuelo intelectual y ha abierto su generosa humanidad para enriquecerse sobre todo con su país natal, Brasil, también un excelente ejemplo de ese mestizaje social y cultural que ella filtra y decanta en cada uno de sus libros.

Nos alegra hoy decir que premiando a Nélida Piñon premiamos a su país y a toda Iberoamérica, sin la cual no se explicaría la vida y la obra de esta escritora. Su lengua portuguesa entra hoy por la puerta grande de nuestros Premios, junto al Instituto Camões y el neurólogo portugués Antonio Damasio, que ha sido galardonado con el Premio de Investigación Científica y Técnica.

Los descubrimientos del profesor Damasio están contribuyendo de manera determinante al progreso de la Neurociencia, una disciplina sólidamente fundamentada en sus orígenes gracias al trabajo genial de nuestro Santiago Ramón y Cajal. Desde que Cajal sentara las bases de la teoría neuronal, el fascinante mundo de la investigación sobre el sistema nervioso nos adentra en los procesos de comunicación en el organismo y nos ayuda, incluso, a comprender la compleja convivencia de la razón y los sentimientos.

Como sucede con la ciencia de mayor prestigio, los estudios de Damasio tienen también consecuencias en el campo de las ideas abstractas, porque ha contribuido, y lo sigue haciendo, a una tarea ineludible para la aventura humana: saber cómo funciona el cerebro, con el que regimos nuestras vidas, y cómo el pensamiento es capaz de pensarse a sí mismo. Un objetivo que ha fascinado a lo largo de la historia a filósofos, científicos y pensadores.

Muchos conflictos se agravan precisamente porque los seres humanos actuamos a menudo en contra de la razón y de las ideas. Por ello, llegar a entender mejor las motivaciones humanas debe ayudarnos a mejorar el mundo, buscando una necesaria, aunque difícil, síntesis entre la razón y los sentimientos, desde el entendimiento científico de su problemática relación. Los trabajos de Damasio sobre esa relación cobran así una importancia fundamental y sus investigaciones sobre el cerebro humano son imprescindibles para conocer su influjo sobre enfermedades como la demencia, la depresión, el Parkinson o el Alzheimer.

La concesión de este Premio nos trae a la memoria la figura inolvidable del asturiano y español universal Severo Ochoa, de quien estamos celebrando el centenario de su nacimiento. El profesor Ochoa presidió este Jurado desde el primer día hasta la misma frontera de su muerte, contribuyendo a prestigiarlo en todo el mundo. Por ello, y por sus aportaciones esenciales para el conocimiento de las bases moleculares de la vida, así como por su compromiso con el avance científico de nuestro país, le recordaremos siempre con inmensa gratitud y admiración.

Es precisamente uno de los hallazgos en torno al cerebro humano del profesor Damasio el que nos hace pensar en el Premio de las Artes. El Arte -ha dicho- conduce a desencadenar "un estado neurofisiológico de una gran coherencia y armonía".

Resulta así el Arte un medio para transformar y humanizar el mundo que nos rodea y, a un tiempo, un medio para equilibrar la vida interior de las personas. La danza es, en este sentido, una disciplina que une de manera ideal el cuerpo y el espíritu, el dominio técnico con la sensibilidad, la razón con el corazón, siendo, además, un goce incomparable para el espectador. Celebramos, por ello, que por vez primera el Premio de las Artes haya sido concedido este año a dos bailarinas excepcionales: Maya Plisetskaya y Tamara Rojo.

Sus biografías -Plisetskaya desde la madurez y el magisterio absolutos, Tamara Rojo desde la juventud deslumbradora y llena ya de resultados excelentes- nos hablan de una misma lucha, de unos grandes deseos de perfección, de la genialidad, del arte hecho movimiento y vida sublimes.

Maya Plisetskaya es una leyenda, un mito de la danza del siglo XX. Nacida en Rusia, un país en el que la música y el ballet han logrado cimas muy altas. Más allá de las sacudidas ideológicas y de los padecimientos familiares, a los que la propia Maya no ha sido ajena, su arte ha permanecido inalterable gracias a una voluntad indomable y unas cualidades profesionales extraordinarias.

En Tamara Rojo, en la actualidad primera bailarina del Royal Ballet de Londres, se hace realidad lo que en su día también se hizo en Maya: la ilusión de seguir una vocación sin vacilaciones, la voluntad de perfección y de trabajo. Este premio que le concedemos, la resonancia que el mismo ha tenido y la figura internacional y triunfadora de Tamara son un estímulo para los españoles y, sin duda, la mejor base para que se preste más atención a la danza en España.

El gran arte -y la danza lo es- no tiene fronteras, es verdad, pero aún así es hermoso verlo florecer y alcanzar su plenitud en el propio país del artista.

Todos hemos visto con emoción, en los más importantes circuitos de automovilismo del mundo, cómo en los últimos tiempos un joven deportista nacido aquí, en Oviedo, no sólo se situaba en los niveles más altos de este deporte, sino que además, con cada triunfo, enarbolaba con orgullo las banderas de España y de esta tierra. Quien así se comporta es hoy, para alegría de todos, el campeón del mundo de Fórmula 1 más joven de la historia, Fernando Alonso, Premio de los Deportes.

En su excepcional carrera deportiva sobresalen su juventud -es, también, el galardonado más joven de la historia de nuestros Premios- y sobre todo la atención y la ayuda sacrificada de sus padres y de su familia más cercana. La tenacidad y el deseo de triunfo con los que ha trabajado desde que era un niño le han llevado a la cima en una disciplina deportiva de enorme dificultad y complejo acceso. Fernando Alonso ha conjugado su inteligencia, su valor y su trabajo en perfecta sincronía con un equipo de especialistas de diferentes nacionalidades de Europa. Lo ha hecho, además, sin perder en el camino la serenidad y la sencillez.

El deporte se convierte en un gran ejemplo cuando se ejerce, como en el caso de Fernando Alonso, de manera sacrificada y valiente. Nuestro reciente campeón pertenece a una nueva generación de jóvenes deportistas españoles que están en vanguardia en sus respectivas especialidades, y que influyen de manera positiva en los hábitos de nuestra sociedad; una sociedad que vibra y vive con orgullo sus triunfos, que se contagia de su optimismo y su esperanza y que se reafirma en la idea de que los esfuerzos mantenidos en el tiempo y la entrega abnegada tienen la hermosa recompensa del aprecio admirado de sus rivales, de los aficionados y de sus compatriotas.

Como ha dicho el Papa Benedicto XVI, el amor, opuesto siempre al orgullo humano, nos enseña que el auténtico ascenso consiste en descender, que cuando nos inclinamos hacia los pobres, hacia los humildes, cuando somos más sencillos, es cuando hemos llegado a lo más alto. Así viven y por eso recompensamos con el Premio de la Concordia a las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl.

La pobreza, la enfermedad, la injusticia, la desigualdad, son algunos de los males más terribles que atenazan a una gran parte de la Humanidad. Es precisa una determinación firme de todos los que no estamos heridos por estas lacras para solucionarlos y especialmente la entrega y la caridad de los corazones más nobles. Estos corazones son, en una grandísima medida, los de las Hijas de la Caridad, que en todo el mundo están presentes allá donde la sociedad más las necesita.

En los albergues para los más pobres, junto a los enfermos terminales, con las madres maltratadas y los niños abandonados, en los sanatorios del sida, la lepra y la tuberculosis, cerca de los toxicómanos, proporcionando el alimento básico en las cocinas económicas -por citar sólo algunos de los ejemplos más visibles- se encuentra siempre presente esta comunidad religiosa cuyo compromiso es tan hermoso y sublime como difícil: trabajar por un mundo que haga posible la globalización del amor y despierte, al mismo tiempo, la esperanza, que con triste insistencia vemos alejarse de tantos corazones humanos.

Señoras y Señores,

No puedo dejar de subrayar que también este año se cumple el Trigésimo Aniversario de la proclamación de mi padre como Rey de España, que alentó el nacimiento de estos Premios y siempre ha respaldado su ulterior desarrollo. Quiero recordarle aquí y se muy bien que la Princesa siente lo mismo, con toda nuestra admiración, respeto y afecto, los mismos sentimientos que expresamos a mi madre, la Reina, que ha distinguido esta ceremonia como nadie con su apoyo y presencia en todas sus ediciones.

Por ello, creo que es particularmente oportuno rendir un tributo de reconocimiento y gratitud a S.M. el Rey, al que junto a tantos otros españoles de muy diversas generaciones, debemos la construcción de la España democrática de nuestros días.

Los españoles podemos estar legítimamente orgullosos de este periodo de nuestra historia. La confianza que demostramos en nosotros mismos, al ser capaces de organizar nuestra convivencia en paz y libertad, y al mismo tiempo de ser sensibles a los cambios tan importantes que se han producido en el mundo, nos ha permitido vivir los años más prósperos de los que se tiene memoria. Una etapa que ha transformado a España en un país al fin protagonista de la modernidad, abierto y admirado en el mundo, con un bienestar creciente y convergente con los más prósperos de nuestro entorno. Un país, finalmente incorporado a la hoy Unión Europea, y que ha potenciado sus vínculos con todo el mundo, especialmente en el Mediterráneo y sobre todo con Iberoamérica.

En la construcción de nuestra democracia merecen un recuerdo emocionado todas aquellas personas que cayeron víctimas de la barbarie y sinrazón terrorista, o que sufren sus persistentes amenazas y extorsiones. Con todas ellas y sus familias nos sentimos profundamente solidarios y les rendimos, una vez más, nuestro homenaje lleno de afecto.

El indudable éxito colectivo que los españoles hemos alcanzado no ha sido, sin embargo, fruto de la improvisación o del azar. Es el resultado de una admirable obra, de una decidida y sostenida voluntad de convivencia. Estos años tan trascendentales han transcurrido bajo la inspiración, la guía y el amparo de la Constitución de 1978, que, como nunca antes, tantos españoles se otorgaron ejerciendo decididamente su derecho y poder soberano. Una extraordinaria obra política y jurídica edificada con ejemplar responsabilidad, profundo sentido de Estado y una amplísima generosidad.

Esa voluntad tan firme de construir una España mejor, la España de todos y para todos, hizo posible una histórica reconciliación, desterrando las disputas endémicas de nuestra pasada historia constitucional y estableciendo la arquitectura política de la España de hoy. Se construyó así, con el imprescindible entendimiento y concurso de voluntades de las fuerzas políticas, el pacto constitucional que está en la base de nuestra convivencia democrática, de nuestra estabilidad política e institucional y del progreso económico y social que disfrutamos. Nada de esto hubiera sido posible sin la vigencia y el respeto a la Constitución y a los valores constitucionales.

Preservar y acrecentar ese inmenso e irrenunciable patrimonio constituye una responsabilidad histórica de las generaciones actuales y venideras, en definitiva, una responsabilidad de todos. Es, además, un patrimonio imprescindible para atender las necesidades y carencias que aún perviven en nuestra sociedad, para aprovechar las nuevas oportunidades que nos abre este principio de siglo y así poder superar, unidos, los retos que nos plantea el mundo de hoy: desde los que nos impone la globalización y la seguridad colectiva, hasta los derivados de los flujos migratorios y de la necesaria protección de nuestro entorno natural.

La Corona, desde la proclamación de S.M. el Rey, promovió la devolución de la soberanía nacional al pueblo español y el pacto constitucional. Como Heredero de la Corona estoy firmemente comprometido con ese proyecto de convivencia al servicio de España. Así, contando con el impulso integrador de la Corona, la Constitución nos ofrece el marco más sólido, así como los principios y valores para poder acometer con éxito el futuro de España, de forma unida, solidaria y respetuosa con la riqueza de nuestra pluralidad y diversidad territorial.

Todos estos principios, todos estos valores e ideas en que se asienta nuestra democracia y por tanto, nuestra Monarquía parlamentaria, han sido y son también fundamento y guía de nuestros Premios. Serán también el norte que, como dicen estos preciosos versos, nos ayude a construir un futuro mejor:

Con la oración del viento.
Con las voces sencillas y humildes de la hierba.
Con la larga palabra de la lluvia.
Con la constancia terca del mar contra la orilla.

Muchas gracias.

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