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Discursos  

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Discurso de Su Alteza Real el Príncipe de Asturias durante la ceremonia de los Premios Príncipe de Asturias 1985.

Sean mis primeras palabras en este acto para enviar desde aquí -y desde esta Fundación Príncipe de Asturias que con tanto interés y tanto afecto dirige su mirada a los pueblos iberoamericanos- un mensaje de apoyo y de cariño a México y a los mexicanos que viven, con entereza y valentía, momentos de angustia y de desgracia. Como ha señalado el Rey, mi padre, a las pocas horas de la catástrofe, "España está con vosotros". Y Asturias, ligada a México por tantos lazos entrañables, estoy seguro de que se siente hoy más unida que nunca a quienes allí sufren.

Este empeño de tender la mano al que necesita ayuda; de unir razas y pueblos; de fomentar la comunicación entre los hombres; de vitalizar culturas y engrandecer los espacios comunes de la civilización, es también el servicio al que la Fundación está entregada.

En esta nueva edición, que me proporciona otra vez la feliz oportunidad de estar entre vosotros, se consagran los valores esenciales de las Artes, de las Ciencias, de las Letras, de la cooperación iberoamericana, encarnados en la destacada personalidad de los premiados.

De ellos aprendemos la lección más importante: que nuestras vidas valen en la medida que sirven a los demás.

Y tenemos que darles una y otra vez las gracias, porque nos han dedicado lo mejor de su quehacer, investigando la Verdad, intentando con éxito reflejar y describir la Belleza, introduciendo un elemento de Bondad a las relaciones entre los individuos y los pueblos.

Estos tres objetivos -y estoy especialmente cualificado para decirlo en razón de mi edad- se nos presentan a veces como utopías, cuando aún no poseemos demasiada experiencia. Los jóvenes tendemos hacia esa trilogía: la Verdad, la Belleza, la Bondad, y la consideramos lejana, tal vez inalcanzable.

Pero no debemos renunciar a lo que puede parecer un sueño, sino esforzarnos con tesón día a día en que se convierta en realidad, porque alguien nos ha puesto de manifiesto que eso no es imposible.

Sin hombres de ciencia, sin investigadores y profesores, sin artistas y poetas, sin personas de buena voluntad, las sociedades se moverían ciegas y torpes y acabarían muriendo.

Por esa razón debemos sentirnos orgullosos de vuestra permanente dedicación a las tareas en que destacáis con luz propia. Una luz con la que estáis alumbrando nuestro camino individual y el de la sociedad en que vivimos.

Los Premios Príncipe de Asturias no constituyen más que un reconocimiento a vuestra labor.

Un reconocimiento limitado en su aspecto material, pero infinito en sus estímulos morales y en el deseo de que se avive constantemente en el ámbito de España y de las naciones del mundo americano, el espíritu de progreso.

Debemos estar todos preparados para asumir el trabajo que un futuro inmediato va a exigirnos. Tenemos la obligación de seguir el ejemplo que nos brindan quienes se destacan en sus esfuerzos. Hemos de comprender que cuanto hagamos de auténtico y verdadero, de bello y de bueno, no sólo nos servirá a nosotros, sino también a quienes nos rodean y a las generaciones que vengan detrás.

Asturias es una región desde la que estos objetivos se comprenden muy bien, porque aquí la vida y el trabajo constituyen un servicio normal. Cumplámoslo todos con honradez y constancia, sin pesimismo ni desesperanza.

Mi enhorabuena cordial a los premiados, a quienes he tenido el honor de entregar los correspondientes galardones.

Gracias a Asturias y a esta ciudad de Oviedo, noble y esclarecida plataforma de universalidad, que nos brinda su cálida acogida y su hospitalidad inolvidable.

Y gracias a la Fundación Príncipe de Asturias, que ha conseguido prestigiar extraordinariamente estos premios que llevan mi nombre y que me prestigian también a mí al otorgarse a tan distinguidas personalidades.

Muchas gracias a todos.

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