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Discursos  

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Discurso de Su Alteza Real el Príncipe de Asturias durante la ceremonia de los Premios Príncipe de Asturias 1993.

La alegría y la emoción del reencuentro con la patria y los seres queridos y del regreso a Asturias cobran en mí una especial intensidad en este acto en el que España rinde homenaje a la esperanza, al sacrificio, a la creación espiritual y a la concordia: a la primacía, en definitiva, de los valores de la moral y de la cultura.

Culmina hoy aquí un año de cuidadosa atención al discurrir de los rápidos y profundos cambios que se producen en el mundo y al apasionante fluir de la creación intelectual y artística. Nuestros Premios se nutren de lo más ejemplar de esta savia. Los centenares de candidaturas, que llegan de todas partes del mundo, son la respuesta a ese espíritu y a esas circunstancias. Después, unos jurados magníficos nos entregan el fruto de un trabajo libre y justo. Para ellos mi gratitud más profunda.

Una gratitud que quiero extender a las personas e instituciones de las que la Fundación recibe permanentes muestras de colaboración y generosidad, así como a las que, de manera espontánea, están haciendo llegar para su patrimonio aportaciones, donaciones y legados.

Tenemos mucha fe y muchas esperanzas puestas en la obra de la Fundación. Por eso, cuando alzamos la mirada ilusionadamente hacia el futuro nos vienen a la mente estos luminosos versos de Pedro Salinas:

No rechaces los sueños por ser sueños.
Todos los sueños pueden
ser realidad, si el sueño no se acaba.

El gran escritor nacido en esta ciudad, Ramón Pérez de Ayala, exhortó a los hombres para que nunca se olvidaran de subir a las grandes cimas del alma porque desde ellas se contemplan los más hermosos y desconocidos horizontes.

Todos sabemos que sólo muy excepcionalmente se sube en solitario a las más altas cumbres, ya sean las de la tierra o las del alma. Siempre necesitamos la ayuda de un guía o de un compañero que nos auxilie en estas hermosas aventuras.

La revista "Vuelta", Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, fundada y dirigida por el Premio Nobel Octavio Paz, es hoy un guía excepcional para los altos vuelos de la cultura en lengua española. "Vuelta" es, por encima de todo, la expresión más genuina del pensamiento y anhelos de su fundador, un escritor plural que, nacido en México, es un patrimonio de todos nosotros.

"Vuelta" es un símbolo de la defensa de la libertad y de la riqueza y unidad de las letras en lengua española, y una sólida, independiente e insobornable voz contra todo tipo de opresión. Las luces más claras de nuestro tiempo iluminan sus páginas y, sin su presencia, algo alentador y profundo faltaría en nuestro ámbito cultural.

La vocación, a veces olvidada, de la Universidad como recinto de la docencia en su más alta calidad, de la investigación básica, de la reflexión teórica, de la creación estética y de la aportación ética, debe ser revitalizada. Una Universidad creadora que también haga frente a los verdaderos problemas de la sociedad, que viva cercana a sus necesidades más inmediatas y que sea capaz de elevarse y de anticiparse a los desafíos de nuestro tiempo.

Esta idea de la Universidad fue reclamada una y otra vez para España por don Severo Ochoa, un asturiano íntegro e inolvidable, que tanto contribuyó al desarrollo de nuestra Ciencia y a quien la Fundación, a la que prestigió con su entrega leal, tanto debe. Su vida ejemplar y su magisterio científico dejan trazado un camino de estímulo y esperanza para la juventud española.

El profesor Amable Liñán, Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica, es el mejor ejemplo de esa universidad que queremos. Su obra, centrada en la resolución de problemas matemáticos asociados a aspectos básicos y aplicados de la Mecánica de Fluidos, le hace uno de los más brillantes teóricos en este área en el ámbito internacional. La aplicación de sus teorías a la combustión es reconocida por las autoridades actuales en la materia, que no dudan en señalarle como un maestro.

En su centro de trabajo de la Universidad Politécnica de Madrid es querido por sus alumnos y respetado por sus compañeros. Todos admiran su dedicación desinteresada a la docencia, el alto nivel de sus enseñanzas y su calidad humana de hombre solidario y sencillo y de trabajador infatigable.

De la Cuba tan profundamente unida a lo largo de la historia a los sentimientos y al cariño de los españoles nos llega el ejemplo de un hombre que es hoy un símbolo para la juventud amante del deporte en todos los países en los que se habla nuestra lengua.

Javier Sotomayor, Premio Príncipe de Asturias de los Deportes, representa el desafío mítico del ser humano por superarse a sí mismo. Desde los primeros días de su juventud, este extraordinario deportista ha hecho del sacrificio y la renuncia el fundamento de una existencia dedicada al deporte, donde ha llegado a la más alta cima en medio del respeto y de la admiración, siendo siempre amigo de sus amigos, generoso con todos y humilde ante el éxito.

Su presencia hoy aquí me brinda la oportunidad de enviar a todos los cubanos el más cálido mensaje de afecto.

El Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales a Silvio Zavala exalta la extensa y profunda labor investigadora de este gran historiador nacido en ese país al que tanto amamos, México.

El Doctor Zavala entiende la historia como un incansable diálogo con el pasado para esclarecer sus enigmas y, a la vez, considera irrenunciable decir lo que se cree haber hallado. En su infatigable labor de investigación destacan la objetividad y la profundidad, el rigor intelectual y la coherencia.

El padre Las Casas, a quien Zavala dedicó muy brillantes estudios, escribió que la correcta comprensión de los problemas sólo se consigue "si se cava muy hondo hasta hallar los fundamentos".

Silvio Zavala ha cavado muy hondo hasta encontrar la verdadera historia de la presencia de España en América tras el descubrimiento. Ha derribado así muchos tópicos, sesgadas interpretaciones y malentendidos acerca de una de las aventuras más apasionantes de la humanidad en la que los españoles tuvieron el mayor protagonismo.

Por ello su contribución a la hermandad entre los pueblos hispanoamericanos quedará entre nosotros como el mejor legado de este hombre que siempre ha querido educar en la verdad y en el honor.

"Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el arte de vivir juntos, como hermanos". Estas hermosas palabras de uno de los pioneros en la defensa de los derechos humanos se alzan como una acusación ante los acontecimientos hechos de sangre, intolerancia y odio que asolan la antigua Yugoslavia.

Allí, los soldados de las Naciones Unidas, los Cascos Azules, Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional, realizan una tarea humanitaria que ha salvado muchas vidas, ha aliviado sufrimientos y muchas veces ha sido la única fuente de esperanza ante la desesperación y el miedo. Su arriesgada misión, junto con la de las organizaciones humanitarias no gubernamentales, son la más alta expresión de la solidaridad y nos recuerdan las palabras del obispo español Pedro Casaldáliga, quien escribió que "sólo es solidario el que sufre con los que sufren, el que pierde a favor de los que no tienen, el que se arriesga con los que viven en el riesgo de la muerte".

Nos llena de orgullo que entre esos soldados estén los de nuestro Ejército, quienes, como recientemente ha dicho Su Majestad el Rey, han intentado estar siempre donde había más víctimas inocentes, dando testimonio y ejemplo frente a quienes las originaban.

La abnegación, valor, dignidad y generosidad con que realizan su misión nos emociona. Han conseguido unir más intensamente aún a los españoles con su Ejército. El sacrificio de algunos de ellos hasta la muerte ha conmovido hondamente los sentimientos de todos, por lo que les dedico el más emocionado recuerdo. Que sepan que palabras más bellas quedan en mi alma como íntimo homenaje a ellos y a sus familias.

De la Castilla recia, austera y clara nos llega la voz de Claudio Rodríguez, Premio Príncipe de Asturias de las Letras. En lo íntimo y lo universal se asienta la esplendorosa belleza de sus versos y el mensaje de sus metáforas.

Los campos, caminos y veredas de Castilla conocen sus huellas y de la contemplación del paisaje y de la realidad social de su tierra surge su canto, tan humano, tan profundo, con momentos de intensa ternura.

El regreso a los lugares de su niñez, tan esencial en su poesía como el misterio, es una búsqueda de la sencillez, de la inocencia, de la pureza, de la amistad, del amor. Su voz va excavando así un cauce por el que fluyen los valores éticos, esenciales para la convivencia pacífica y fecunda. Todo ello llega muy al fondo de mí.

En la búsqueda de la esencia de la arquitectura, y de espacios para hacer al hombre y al ciudadano más felices tiene el arquitecto Francisco Javier Sáenz de Oíza, Premio Príncipe de Asturias de las Artes, la base espiritual de su trabajo. Cree que el arquitecto debe ir siempre más allá, en una búsqueda incansable y tenaz. De ahí también su personalísima concepción de la arquitectura por la que se ha ganado la admiración y el respeto internacionales.

La arquitectura es su auténtica pasión, la esencia misma de su vida; y esa pasión no tiene más códigos artísticos o estéticos que los de su propia creatividad. Es importante resaltar también su vocación por la enseñanza y en esta tarea cuenta con la admiración de sus alumnos que ven en él a un excelente creador y a un gran humanista.

La semilla sembrada un día en una calle de Bilbao es hoy un clamor en el País Vasco. El protagonismo entre los vascos de la Coordinadora Gesto por la Paz, Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, demuestra que es cierto, como se ha escrito, que sembrar es lo que importa, aunque, a veces, la helada o el cierzo arrasen flores y frutos.

Es más fácil incitar al odio que desterrarlo y Gesto por la Paz está haciendo mucho para desterrar el odio y para que la concordia prospere y fructifique en esa querida tierra. Sois los representantes de la nobleza de un pueblo que lucha sin armas para conseguir una sociedad más pacífica y justa, como se os ha dicho. Sois combatientes contra el miedo y por la libertad. Porque allí donde hay miedo no existe la verdadera libertad.

En este acto tan decididamente inspirado en la exaltación de lo mejor de los seres humanos, uno mi voz a los que claman por la reconciliación y exigen el cese de la violencia.

Quiero también expresar una vez más mi rotunda condena del terrorismo. Al hacer memoria de todas sus víctimas, dedico un recuerdo emocionado a la última, cuya muerte nos afecta hoy tan directamente. Desde aquí hago llegar a su viuda y familia el testimonio de mi profundo pesar.

Afortunadamente, en esa tierra tan querida se ha acabado el tiempo del miedo, y ha comenzado el de la esperanza.

Varias veces he mencionado a lo largo de mi intervención la palabra concordia. Ella resume la vida y la obra de mi abuelo, Don Juan de Borbón, pues dedicó sus mayores desvelos y sacrificios a construir la España de todos los españoles. Siento una honda tristeza al notar su falta. Bien sé con cuánto interés y cariño seguía cada año este acto. Por ello, esa llamada al corazón que a veces es el recuerdo, tiene hoy en mí un eco de nostalgia, de amor y de soledad. Una soledad sólo atenuada por la convicción de que su ausencia no es silencio: su legado moral y su invocación permanente a la unidad y a la reconciliación quedan entre nosotros para siempre como llama viva de amor a España.

Lleno de esperanza regresaré mañana a Estados Unidos para continuar mis estudios. Llevo, una vez más, vivencias y emociones inolvidables. Estoy seguro de que allí recordaré estos versos entrañables que aprendí un día aquí:

Agora,
nun te suaño yá.
Nun me fai falta preguntar por ti.
Pertiénesme yá equí,
endientru to alma,
Asturies,
Patria querida.

Muchas gracias.

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