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Discursos  

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Discurso de Su Alteza Real el Príncipe de Asturias durante la ceremonia de los Premios Príncipe de Asturias 1998.

Con emoción y lleno de gratitud regreso a este renovado Teatro Campoamor, tan pleno para nosotros de hermosos recuerdos, para hacer entrega de los Premios que llevan mi nombre. Vengo a Oviedo ilusionado, pues mi presencia, nuestra presencia en esta solemne ceremonia celebra los frutos de un año de esfuerzos, de trabajo sensible, de inteligencia puesta al servicio de la búsqueda de lo ejemplar, de ideas que orienten y fortalezcan nuestras conciencias.

Alentar esos objetivos, impulsar la extensión de la cultura en el más amplio sentido de esa bella palabra, y desarrollar el espíritu de concordia, son tareas prioritarias de nuestra Fundación. Su obra merece un reconocimiento que quiero expresar aquí a nuestros patronos, protectores y colaboradores, así como a los Jurados responsables de fallar los galardones, por su admirable y cada vez más difícil tarea. Sin todos ellos este proyecto no sería posible.

Año tras año, igual que los viejos robles de Asturias renuevan sus hojas y se hacen más fuertes, nuestros Premios renuevan su bien ganado prestigio y nos congregan a la sombra de valores universales que nos refuerzan en nuestra vocación humanista. Son símbolos de un mundo sin fronteras para la cultura, la libertad y la concordia, con los que están comprometidos nuestros galardonados, en una forma de sentir y de creer que honran a sus países y nos honran a todos, a la Humanidad entera. Les felicito por ello y agradezco su presencia hoy aquí.

Varios de los Premios que acabamos de entregar nos remiten directamente a Europa, con la que, a lo largo de su milenaria historia, España ha anudado un sinfín de relaciones, y con la que hoy construimos nuestro futuro. Algunas de esas relaciones son recordadas precisamente en este año por las celebraciones en torno al 400 aniversario de Felipe II, un rey tan mitificado por unos como incomprendido y denigrado por otros.

En la idea de enlazar lo europeo con lo que nos es más propio y cercano, rememoramos también hoy aquí una figura culta y emprendedora, reformista y europea: Gaspar Melchor de Jovellanos, cuyo recuerdo celebramos este año de manera muy especial.

La inquietud intelectual y la finura de espíritu de este gijonés, el amor a su tierra, Asturias, y el amor a todas las tierras, su afán de saber y su sensibilidad, brillan de continuo. Su vida y su obra deben ser el mejor antídoto para combatir esa tendencia al pesimismo que a veces nos envuelve sin justificación. Su ejemplo debería ser también un estímulo y una luz para todos mientras exista entre nosotros un problema sin resolver o una injusticia sin borrar. A él que fue tan español, la llamada de la cultura del resto de Europa no le resultó ajena.

Esa revalorización de la cultura en la confluencia de lo español con lo europeo tiene en nuestros días un ejemplo significativo en la obra de Reinhard Mohn, Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades.

Este empresario alemán, creador del grupo de comunicación Bertelsmann y presidente de la Fundación que lleva el mismo nombre, ha dedicado su vida al impulso de los medios que amplían el horizonte de los hombres, y lo ha hecho mediante una trayectoria, centrada en el fomento de libros y la apuesta por las nuevas tecnologías de la información y de la cultura. Trayectoria próspera de la que España es testigo privilegiado.

En sintonía con las convicciones profundas de su pensamiento, sostiene la fe en el diálogo crítico y la cooperación como fundamentos del progreso y lo hace en la necesidad de superar ideas y costumbres caducas. Así, por ejemplo, insiste en que en el mundo de hoy no es imaginable una empresa regida principal y exclusivamente por el máximo beneficio económico. De ahí la conveniencia de crear modelos de gestión atentos al desarrollo personal, la participación y el bienestar de los empleados, armonizando los intereses plurales presentes en el ámbito empresarial.

Concibe su trabajo como tarea orientada al servicio de los demás, cuyos retos hay que superar sin desánimo, y que confluye en la idea, que ha expresado muchas veces, de que "es necesario un desarrollo cultural si se quiere vivir en paz".

La fotografía, que en nuestro tiempo ha alcanzado un peso importante en el mundo de la comunicación, y que estuvo tanto tiempo considerada pariente pobre de la pintura, es también, para los que sienten su vocación o la comparten como espectadores, un verdadero arte, y no de los menores.

Por eso ha sido un acierto que el Premio Príncipe de Asturias de las Artes se haya concedido, por vez primera, a un fotógrafo: el brasileño Sebastião Salgado.

Su cámara capta, y retiene la piel del tiempo con perfección estética y honda sensibilidad, y nos presenta un hermoso planeta azul pero lacerado por la injusticia. Con ello nos hace más conscientes de la realidad y más solidarios con la humanidad de los humildes campesinos, mineros, marineros, niños y viejos, de las razas y pueblos más olvidados y los más variados países que se reflejan en sus fotografías.

Sebastião Salgado ha convertido el mundo entero en su patria. Su expresivo silencio tiene la fuerza de la autenticidad y consigue transformar lo que él humildemente llama "fotografía social" en desgarradora poesía que nos conmueve e interpela.

En la nunca acabada aventura de intentar descubrir los secretos de la Creación, la Física tiene en nuestros días un especial protagonismo, impuesto por las necesidades tecnológicas y por el espectacular desarrollo industrial, que precisa profundizar en las investigaciones sobre la materia no visible, las partículas elementales en las que tiene sus raíces la vida.

En uno de estos llamados "ladrillos del Universo", el electrón, que está en la base de muchos de los adelantos que hoy disfrutamos, se concentra la obra de dos importantes físicos españoles, Pedro Miguel Etxenike-Landiríbar, catedrático de Física de la Materia Condensada en la Universidad del País Vasco, y Emilio Méndez Pérez, catedrático de la misma disciplina en la Universidad de Nueva York; en ellos ha recaído el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica.

Su capacidad de trabajo y el entusiasmo que ponen cada día en sus carreras investigadoras suscitan nuestra admiración por su curiosidad intelectual, que tiene además una práctica y beneficiosa aplicación en el progreso real, y manifiesta de modo elocuente la imprescindible articulación entre la ciencia básica y la aplicada.

Nos unimos a su preocupación por la necesidad de perfeccionar los mecanismos de ayuda a la investigación y promover un mayor apoyo de la sociedad a los talentos que se arriesgan por los caminos de la creatividad y la innovación.

Especialmente a nuestros científicos jóvenes, ya con gran preparación y creciente prestigio, que garantizan nuestro futuro en un mundo cada vez más especializado y competitivo, porque, como decía nuestro Jovellanos, "sólo pueden ser libres los pueblos que estudian la naturaleza y, mirando al mundo, se hacen más sabios y prósperos".

Recibe este año el Premio Príncipe de Asturias de las Letras el escritor Francisco Ayala, por su liberalidad y su espíritu crítico, independencia y seguro magisterio, sus propósitos de ahondar en la condición humana y su amor a la libertad, que ha vertido generosamente en multitud de ensayos, obras narrativas, artículos y libros de memorias.

Destacan en la valiosa obra de Ayala su lúcido talante y su personalidad despierta y joven, no obstante su admirable madurez, que se proyectan en ideas vivas y una inquietud innata y fecunda, que abarca temas tan variados como el exilio y el cine, el Quijote y las ciencias sociales, el ensueño y la tecnología, el periodismo de actualidad y la reflexión más intemporal, y siempre su muy personal y sutil visión de España y los españoles.

Encontramos también un equilibrio entre tradición y modernidad poco frecuente, una feliz armonía entre historia y progreso. Tal vez sea fruto de su afán viajero, de su contacto con las universidades y los medios culturales de América, donde España ha tenido en él un embajador de excepción.

O quizá sea consecuencia de los que él mismo llama elegantemente "vendavales" de la vida, pues Francisco Ayala representa también a la España del exilio, que nos alecciona por haber sabido prolongar, aún con el corazón partido por el enfrentamiento entre hermanos, la ambición intelectual de la "Edad de plata" de nuestra cultura, que a comienzos de los años 30 pugnó por servir a España desde la cultura y no desde la ignorancia, desde la equidad y no desde los extremos políticos, desde la razón, y no desde la incomprensión; y a cuyas desdichas hemos querido poner fin en el capítulo de nuestra Historia que estamos construyendo, esta vez juntos.

Se ha concedido este año el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales a los señores Pierre Werner y Jacques Santer. El primero sentó las bases e impulsó con tesón el camino hacia la unión monetaria. El segundo ha formalizado y llevado a término la realidad del euro, desde su condición de Presidente de la Comisión Europea. Ambos son dos europeístas convencidos que han trabajado mucho para robustecer los lazos entre los distintos países abogando siempre a favor del perfeccionamiento de la Comunidad y, en definitiva, de nuestro futuro. A través de ellos reconocemos también a un buen número de distinguidos europeos que han aportado sus esfuerzos decisivos para el éxito de este proyecto colectivo.

Este proceso supone dar el paso a una Comunidad solidaria e irreversible para los países de la Unión Europea y sus ciudadanos. Representa además, tras siglos de desunión y guerra, una apuesta para, fortalecidos por la unidad, ser libres en la diversidad; una apuesta, en definitiva, por la paz. La transformación económica que significará la moneda única tendrá también hondas consecuencias de alcance político y social que afectarán profundamente al diario vivir de los europeos. Estamos ante un gran momento de la historia de la Humanidad, pues una Europa fuerte no sólo es buena para los europeos. Lo es también para el mundo.

Esa nueva Europa no se puede construir sólo desde las relaciones económicas y comerciales. Los nutrientes del espíritu europeo han de ser, además, la solidaridad para hacer frente al desempleo, la ayuda humanitaria, la cooperación con los países más pobres, la democratización de las instituciones políticas supranacionales y la cultura común, esa cultura plural formada a su vez por tantas y tan ricas culturas nacionales.

Al mismo tiempo, nuestro continente debe mantener el carácter principal que lo ha distinguido siempre entre los demás pueblos: su condición de espacio privilegiado para el quehacer cultural. Queremos que Europa siga siendo solar de la más alta expresión de la creatividad humana, tierra de pintores y escritores, científicos y filósofos, músicos y arquitectos, de seres que buscan el progreso y el bienestar sin renunciar a ese humanismo de vigorosas raíces cristianas iluminado por la llama siempre viva de la libertad de pensamiento. Reafirmar estos fundamentos es particularmente importante en las circunstancias actuales, cuando el poder globalizador de la economía condiciona e impregna nuestras formas de sentir y de vivir.

El Premio de Cooperación Internacional tiene este año muchos nombres, los de siete extraordinarias mujeres que luchan todas ellas a favor de los derechos de la mujer y de los niños y en contra de la violencia o la discriminación que sufren en tantas partes del mundo. Su empeño, que a todos nos debe unir, nos recuerda la hermosa metáfora de un escritor hindú: "El farol que llevo en mi mano me arma contra la oscuridad del camino".

Recordemos sus nombres: la mozambiqueña Graça Machel, la argelina Fatiha Boudiaf, nuestra hermana guatemalteca Rigoberta Menchú, Olayinka Koso-Thomas de Sierra Leona, la afgana Ishaq Gailani, la camboyana Somaly Mam y la europea que nos es más cercana, la italiana Emma Bonino.

Todas combaten en muchos frentes contra el fanatismo y los prejuicios que, todavía en nuestro siglo, convierten a los niños en soldados de guerras que no son suyas, agreden a las mujeres en lo más íntimo de su ser y cercenan su dignidad, empujan a los refugiados a un éxodo sin fin, violan los derechos humanos y las libertades fundamentales, matan a humildes inocentes sin razón y sin sentido, o confinan a sus compatriotas, por el simple hecho de ser mujeres, a una auténtica cárcel de costumbres ancestrales que las degradan. A pesar de estas desgracias, nos demuestran ellas que se puede vivir de pie, con dignidad, en medio de las peores circunstancias y que es posible abrir "brechas en los muros de la marginación, la persecución y el odio".

Pero luchan también estas mujeres contra nuestra indiferencia, la de los países cultos y prósperos que se conmueven momentáneamente ante las imágenes de la crueldad, y apenas hacen un hueco en sus conversaciones cotidianas. Sirva también esta distinción, como acicate y estímulo para sacarnos de esa indiferencia.

El Premio Príncipe de Asturias de la Concordia ha recaído este año en cuatro paladines de la erradicación de la pobreza: el obispo misionero Monseñor Nicolás Castellanos, el cooperante Vicente Ferrer, el médico Joaquín Sanz-Gadea y el economista Muhammad Yunus.

Todos les atribuimos una única e inconfundible vocación que desarrollan en varios frentes: en el religioso, sanitario, educativo, el social, el agrícola, urbanístico y asistencial, y en todos ellos, a través de la bondad y el ejemplo, tratan de crear, casi de la nada, un mundo nuevo.

Un mundo que se resuelve en un solo concepto: el de la dignidad humana, individual, imprescriptible y diaria de cada persona, de su familia, sus tareas y de su pequeño grupo o pueblo. Este es el campo que nuestros premiados han sembrado con su vida y en el que han conseguido frutos excelentes que desmienten muchos prejuicios muy arraigados en nuestro mundo.

Nuestros galardonados nos llaman a seguir creyendo en los más nobles valores del hombre porque, como muy bien ha señalado uno de ellos, sin unidad entre los seres, sin pasión compartida, es decir, sin compasión, la humanidad no tendría razón de existir.

Los marginados de las áreas urbanas del padre Castellanos, los campesinos de Vicente Ferrer, los leprosos africanos de Sanz-Gadea o los miembros del "Banco de los Pobres" de Yunus ya saben que no se encuentran solos.

La vida de Arantxa Sánchez Vicario, nuestra deportista galardonada este año, es en estos momentos un sueño cumplido, pues ha logrado las más altas metas en su profesión, el tenis. Es la campeona más joven que ha tenido España en su especialidad desde que en 1985 obtuviera el Campeonato Nacional Absoluto. Al poco tiempo iniciaría un camino que ha estado sembrado de brillantes participaciones en casi un centenar de grandes competiciones. Es también la deportista española con más medallas olímpicas y ha sido ganadora de cuatro torneos del ?Gran Slam?.

Es el deporte una actividad humana en gran medida definida por el deseo de triunfar. El deportista compite con la esperanza de ganar, de llegar más lejos, más arriba, de ser el mejor. Ese legítimo deseo va unido a otras virtudes que definen la deportividad y que califican el proceder de los más grandes deportistas de todos los tiempos: mujeres y hombres con gran dominio de sí mismos, acostumbrados al sacrificio, tenaces y disciplinados, siempre dispuestos a la generosidad, a honrar a sus competidores.

Estas son las virtudes que el Premio Príncipe de Asturias de los Deportes quiere ensalzar y son, sin ninguna duda, las que demuestra Arantxa Sánchez Vicario. Su lucha hasta la extenuación y las alegrías por sus triunfos, nos han proporcionado inolvidables momentos de emoción. Nos enseñan que no debemos desfallecer en la tarea que nos hemos fijado, que nada hay como la satisfacción del deber cumplido.

Esas virtudes suponen también y sobre todo un alto ejemplo para nuestra juventud. Los jóvenes deben ver en ella un estímulo para conseguir las más altas metas en la vida.

Además, su iniciativa de crear una fundación que promociona a los tenistas que comienzan subraya su humanidad y ensalza la brillantez de su carrera deportiva, pues es cierto que no se merece la gloria si los triunfos conseguidos a ras de tierra no se elevan con las virtudes de la inteligencia, y de la generosidad que nace del corazón.

Y al hablar de generosidad quiero recordar con gratitud, en estos momentos, a un gran deportista y un gran español quien durante largos años nos representó con brillantez en el Comité Olímpico Internacional; y quien siendo Presidente del Comité Olímpico Español formó parte en muchas ocasiones de nuestros jurados. Me refiero a Carlos Ferrer Salat cuyo reciente fallecimiento nos ha llenado a todos de tristeza.

Hasta aquí hemos ido desgranando cada premio, pero si fuera posible reducir a un denominador común personalidades tan definidas como las de los premiados de este año, diría que en todos destaca la ambición de hacer cosas duraderas que estén al servicio de los demás.

Abren con esfuerzo, y en algún caso con violencia, no de la que hiere, sino de la que es precisa para cimentar una sólida construcción, las puertas del mundo que necesitamos y ansiamos, comprometido con una tarea grande: la de crear y mantener lazos indestructibles entre los hombres y los pueblos, la de compartir para mejorar.

Permítanme que, llegado este punto, y antes de terminar dedique un breve recuerdo a los viajes que he realizado en los últimos meses por España y los países hermanos de la otra orilla del Atlántico, especialmente para agradecer las muestras de generosidad y afecto con que soy recibido en los lugares que visito. En todos ellos me he enriquecido con la visión directa y cabal de las inquietudes, problemas y esperanzas de sus gentes y he tenido la ocasión de seguir profundizando en la realidad del tiempo que vivimos. Se ha escrito que viajar es ganar una batalla contra la rutina y que hacerlo con los ojos abiertos es el mejor remedio contra la intolerancia, la incomprensión y la autocomplacencia, que se encuentran entre los grandes males de cualquier tiempo.

En América he vuelto a comprobar, con alegría y orgullo, la existencia de una sensibilidad popular y cultural de honda raíz española que debería ser para nuestra patria estímulo y complemento. Estímulo en la medida en que hemos de asumir como propias sus dificultades, ayudando a superarlas en el marco de la cooperación internacional; y complemento, pues en Hispanoamérica ha germinado la semilla española en frutos diversos, abundantes y muchas veces innovadores.

De los viajes por España, ya fueron pioneros los hombres del Siglo de las Luces y maestros los escritores del 98, que supieron ver y amar, como antes nadie, la amplia tierra de nuestra patria.

Estos viajes revitalizan mi comprensión de España, pues consiguen ahondar el cariño que siento por los hombres y mujeres de mi país y la identificación que me une a ellos. No hay mejor forma de sentir el latido de nuestro pueblo que adentrarse en sus campos y ciudades, conocer a sus gentes y compartir con ellas un tiempo de encuentro y solidaridad. Todo ello constituye una de las experiencias más gratificantes de mi trabajo.

Al conocer la realidad de nuestras Comunidades, junto a una nueva ilusión por el futuro, comprobamos qué lejana está aquella visión de amor y de dolor de Azorín sobre España, según la cual vivir en ella era volver a hacer lo mismo, pues nada nuevo comenzaba cada día.

Hoy, sin embargo, encontramos una realidad próspera y una sociedad dinámica. Esa realidad nos muestra también el vigor y la profundidad con la que el pueblo español superó, con generosidad, inteligencia y patriotismo, los conflictos de otros tiempos.

Un gran poeta español, Luis Cernuda, escribió que

"lo que el espíritu del hombre
ganó para el espíritu del hombre
a través de los siglos
es patrimonio nuestro y es herencia
de los hombres futuros".

Patrimonio y herencia esencial de los españoles es nuestra patria. España, obra plural en el tiempo y en constante renovación, es hija de las glorias y los fracasos del pasado, consecuencia directa de nuestra memoria y de nuestra identidad, y resultado de nuestros avatares y afanes, en la que la fraternidad entre sus pueblos y la convivencia en paz y libertad son la savia vivificadora de la democracia que hemos conquistado con tantos sacrificios. Mantengamos vivo el espíritu de comprensión, tolerancia y generosidad que la hizo posible.

Muchas gracias.

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