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Discursos  

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Discurso de Su Alteza Real el Príncipe de Asturias durante la ceremonia de los Premios Príncipe de Asturias 2000.

Con honda y contenida emoción, regreso ilusionado a Asturias para presidir esta solemne ceremonia en el año en que celebramos la vigésima edición de nuestros Premios. El reencuentro anual con las gentes, los valles y los bosques -ahora iluminados por el otoño- de esta querida tierra, es siempre para mí un motivo de intensa alegría, que se acrecienta con la circunstancia feliz de esta conmemoración.

En primer lugar, quiero felicitar con todo mi afecto a los Premiados, cuya obra abnegada nos conforta y cuyo ejemplo es guía y estímulo para que todas nuestras horas sean, como las suyas, sacrificadas y verdaderas. Son ellos, junto a los que les han precedido, los que nos hacen crecer. Su contribución nos refuerza en la ilusión y esperanza que tenemos depositada en esta Fundación.

Agradezco vivamente la compañía con que nos honran hoy las personalidades y altas representaciones de España y de otros países.

Una gratitud que extiendo con especial cariño a mis padres, SS.MM. los Reyes, porque Ellos han alentado de manera decisiva, a lo largo de estos veinte años, las tareas de nuestra Fundación, que rinde tributo a los más elevados valores morales, con los que está firmemente comprometida la España constitucional y democrática. Sin esos valores la Humanidad sería espiritualmente más pobre, menos solidaria y aún más injusta. Por ello es motivo de enorme orgullo para nosotros poder contribuir desde aquí a fomentarlos, con modestia, pero con la convicción y firmeza necesarias.

El eco de nuestros galardones resuena internacionalmente cada vez más. Este éxito es la consecuencia de un trabajo ilusionado y del profundo compromiso con los principios éticos más insobornables. Porque sin altura de miras, sin autenticidad, sin elevación espiritual, no es posible construir nada creíble ni perdurable.

A lo largo de este tiempo, Asturias ha contribuido de manera relevante al progreso de estos Premios, que ya son, desde aquí, de todos los españoles. Agradezco a los asturianos esta inolvidable actitud, tan en sintonía con su histórica y generosa entrega a España. Un reconocimiento que también expreso de manera especial a los patronos de la Fundación, a los jurados y a todas las personas que discreta y apasionadamente han hecho posible lo alcanzado. Pero en este aniversario quisiera destacar expresamente la misión y el trabajo eficaz de Sabino Fernández Campo, de nuestros presidentes Pedro Masaveu, Plácido Arango y José Ramón Álvarez Rendueles y del equipo de la Fundación tan generosamente y acertadamente dirigido por Graciano García. Muchas gracias.

En el umbral de un nuevo siglo y confortado por todos estos sentimientos de gozo, me satisface señalar ante esta audiencia internacional que España continúa por la senda de la libertad y del progreso; una andadura que nuestra nación hace esperanzada, con vigor, liberada de viejos pesimismos que tanto ensombrecieron otras épocas de su caminar por la historia.

Existen problemas que resolver, ciertamente, como los que se viven en el País Vasco, en donde todos tenemos, como Unamuno, el "corazón del alma". Porque creemos que sólo se puede construir un futuro digno ensalzando lo que une y no ensanchando lo que falsamente separa, integrando y no excluyendo, mantenemos la firme esperanza de que el final de tanto dolor no puede estar lejos. Siempre hay un lugar para el encuentro y el entendimiento entre los que anteponen el valor supremo de la vida al fanatismo y al crimen.

Esta tarde nos permitimos recordar con la más profunda gratitud y emoción a quienes allí, arriesgando sus vidas, defienden heroicamente nuestra convivencia en libertad y en democracia, conseguida con tantos sacrificios. Su compromiso y su valor ejemplares nos hacen a todos más humanos y más libres. No olvidamos ni olvidaremos nunca a las víctimas de la locura terrorista que por todo el País reparte dolor y siega la vida. Son, como dice el verso de nuestro José Ángel Valente, "sangre sonora de la libertad".

Hablemos ahora de nuestros premiados.

Nos llena de satisfacción que el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades haya sido concedido a un representante de la más elevada cultura internacional, el profesor y escritor Umberto Eco.

Catedrático de Historia y Cultura Medieval, doctor honoris causa por veinticinco universidades, destacado semiólogo y analista crítico, lector modélico y escritor de extraordinaria lucidez, la relación de sus méritos sería, sin embargo, inacabable.

Umberto Eco ha fundido con sabiduría tradición y modernidad. Poseedor de un conocimiento enciclopédico, de formación rigurosa, ha creado mundos de ficción en los que reinan la belleza, la inteligencia y una insaciable curiosidad. Obras suyas como Apocalípticos e integrados, El nombre de la rosa y El péndulo de Foucault están en la mente de lectores de todo el mundo y han tenido la virtud de llegar a una mayoría sorprendente de personas. Sus tratados de semiótica, por otra parte, han influido en varias promociones de estudiantes y especialistas, y han modernizado el estudio y análisis de los procesos de comunicación humana.

Su pensamiento y su obra no se mantienen, sin embargo, dentro de actitudes exclusivamente académicas y de ficción, sino que reparan en los temas más vivos y conflictivos de la convivencia humana. Umberto Eco nos invita a elevar nuestra mirada y nuestro pensamiento, porque ni el misterio ni la evidencia -nos dice- son fáciles.

Cuando una valoración desmedida y errónea de lo útil ha provocado en muchos países un retroceso en la formación humanística de los ciudadanos, el ejemplo de Umberto Eco nos demuestra que el verdadero progreso sólo se alcanza cuando ciencias y humanidades ocupan su justo lugar en la educación de los seres humanos.

Pero con tenacidad y sabiduría trabajan también los virólogos Robert Gallo y Luc Montagnier, a quienes les ha sido concedido el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica.

Estos dos grandes científicos han adoptado una actitud de fructífera competencia para enfrentarse a uno de los retos biomédicos más importantes de nuestro siglo: el estudio del SIDA y del virus que lo causa. Confiamos en que sus esfuerzos investigadores, y su abnegado compromiso para la erradicación de esta enfermedad que ha conmovido a la humanidad en los últimos años de este siglo, pronto tengan nuevos y esperanzadores resultados.

Los doctores Gallo y Montagnier han emitido un dramático mensaje que hoy queremos nosotros propagar aquí: el de la urgente necesidad de incrementar los esfuerzos financieros y científicos para lograr una vacuna que frene el alarmante ritmo de crecimiento de la enfermedad en el mundo. Asimismo, han denunciado la insuficiencia de medios para atender a los enfermos que, todavía en muchas partes, y especialmente en los países más pobres, sufren el SIDA en condiciones infrahumanas.

La medicina desempeña un papel trascendental en la lucha por un mundo más solidario y más justo. Sin embargo, los brillantes avances más recientes de la investigación médica suscitan, además de admiración, un temor: que el alto precio de algunas de sus terapias ahonde más las diferencias sociales, pues mientras unos ciudadanos pueden acceder a ellas sin problemas, para otros muchos resultan inaccesibles. Vemos con inquietud, junto a nuestros premiados, que la brecha entre los países ricos y los pobres puede hacerse más ancha y profunda por este motivo. A ellos les apoyamos en sus afanes por alertar acerca de la gravedad de este problema, desde los más importantes foros del mundo.

El galardón a estos dos grandes científicos nos evoca la tarea de todos aquellos que desde el silencio de los laboratorios o desde un compromiso ejemplar luchan en todo el mundo por salvar vidas, por llevar salud y esperanza allá donde hay dolor y muerte.

Regresamos a Italia, a su sabiduría y cultura ancestrales, para exaltar al cardenal Carlo Maria Martini, arzobispo de Milán, hijo preclaro de nuestro San Ignacio de Loyola, que ha sido distinguido con el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales.

El cardenal Martini, doctor en Teología y en Sagrada Escritura, ha sido profesor en el Instituto Bíblico de Roma, rector de la Universidad Gregoriana -designado por Su Santidad el Papa Juan Pablo II-, y presidente de las Conferencias Episcopales de Europa.

Pero, al igual que sucede con los restantes galardonados, sólo la muy extensa relación de sus méritos no nos muestra la verdadera dimensión de sus virtudes. Porque hay además en el cardenal Martini, y de manera muy especial, una magnitud ética que va mucho más allá de cualquier reconocimiento formal.

Sacerdote de una gran diócesis como es la de Milán, el cardenal Martini ha convertido su catedral en templo de la Palabra revelada, de la oración y de la fraternidad. Su actitud de apertura y comprensión se sintetiza en un profundo deseo de encontrarse, como él mismo nos ha dicho, "con todas las personas que se interrogan sobre el misterio de la existencia humana". En su fe en la palabra, en su convencimiento de la necesidad continua de diálogo, debemos buscar el secreto de su magisterio, madurado en muchas horas de retiro y soledad.

Autor de los comentarios bíblicos más leídos en la actualidad, la sugestiva y actualizada lectura que hace de los textos sagrados nos convoca al encuentro esperanzado con la vida tranquila y sosegada, con piedad y dignidad, que en ellos se nos promete.

El cardenal Martini se preocupa por los desposeídos, los ancianos, los inmigrantes, los perseguidos, las comunidades de base, los presos... Dialoga con personas de otras religiones y con los agnósticos para explorar la posibilidad de fundar una acción común en favor de un mundo más humano. Lo ha hecho de manera brillante y con ejemplar comprensión con Umberto Eco acerca de los fundamentos de la ética. Ambos, desde puntos de vista distintos, se han aproximado en sus fines, en su anhelo de alcanzar la perfección moral y hallar respuestas a los interrogantes del mundo actual.

En la actitud y en el pensamiento del cardenal Martini brilla la capacidad de explicar con sabiduría y bondad las más profundas contradicciones del hombre, sin ignorar jamás que el fin último de la vida humana es, como nos ha dicho, "la obediencia a un misterio más grande que nosotros".

Una vez más, nuestros Premios regresan a la América hispánica, pues se ha concedido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras a Augusto Monterroso, uno de los escritores que, en la otra orilla del Atlántico, más se ha esforzado por buscar nuevos caminos para la creación literaria.

La historia de la literatura en lengua española se escribe, en gran medida, gracias al esfuerzo que un amplio grupo de escritores hispanoamericanos ha hecho. Entre otras muchas razones, porque han sabido nutrir su lengua con peculiaridades de sus países de origen y con la mejor tradición castellana, haciéndolo con una originalidad y un vigor expresivo que los identifica de manera exclusiva.

Esa originalidad está hoy aquí representada en la persona de Augusto Monterroso, escritor hondureño de nacimiento y guatemalteco de corazón, y de manera concreta por su magistral elaboración de relatos cortos y cuentos. Precisamente al premiar a Augusto Monterroso se premia también -como él ha dicho- el cuento como género del que él es, en lengua española, uno de sus más egregios representantes.

Realidad y fantasía, sátira y humor, concisión y agudeza, son las principales características de su obra. De su formación autodidacta y su necesidad continua de aprender proviene tal vez la "originalidad cervantina y melancólica" de su estilo, a la que se ha referido el Jurado en el acta de concesión.

Por último, y en su honor, podríamos decir que es imposible olvidar su apasionada y pacífica resistencia en busca de la democracia para su patria, lo que le ha supuesto un exilio que ha durado cincuenta y dos años y que lo ha ligado estrechamente a la cultura mexicana.

La soprano Barbara Hendricks, galardonada con el Premio Príncipe de Asturias de las Artes, piensa, con acierto, que la música pertenece a todo el mundo y que ella canta para todo el mundo.

Dotada de excelentes facultades, con una especial emoción en la voz y una presencia internacional que dura ya veinticinco años, Barbara Hendricks conoce bien nuestro país, del que admira su historia, y ha tenido por maestros a algunos de nuestros mejores cantantes.

Es justo resaltar que su vida no está guiada sólo por su amor hacia la música, sino también por su dedicación a labores humanitarias. Ha hecho de todo el mundo -y en especial de algunos países conflictivos- el centro generoso de sus desvelos. Ha sido embajadora de Buena Voluntad del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados y a ella debemos la iniciativa de crear una institución dedicada a promover la paz y la reconciliación en todo el mundo.

Su hermosa voz ha servido para elevar su protesta en contra de la xenofobia, el antisemitismo y la intolerancia, una actitud que nace de su convicción de que la vida es una oportunidad maravillosa para entregarnos a los demás. Su gran humanidad también la expresa habitualmente con ideas claras y sencillas, como cuando afirma que "la música es una medicina para la voz, pero también para el alma". Gracias, Sra. Hendricks, por su generosidad esta noche. Nos ha conmovido.

En el quinto centenario del Brasil, recibe su presidente, el doctor Fernando Henrique Cardoso, el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional por su destacado liderazgo político y por sus esfuerzos para combatir desigualdades sociales y promover la educación y la cultura en todos los ámbitos de la sociedad.

Brasil es una gran nación, inmensa, dinámica y rica, milagro de fraternidad racial y nacional, que celebra su nacimiento orgullosa de haber creado una cultura hecha de tolerancia, abierta y democrática, y con unas perspectivas de desarrollo de extraordinaria importancia.

Fernando Henrique Cardoso ha sido, antes de dedicarse a la política, un estudioso de la realidad social y esa inquietud primera le ha permitido abordar con brillantez asuntos complejos y dispares, tales como la inflación, el espíritu democrático, el mundo del capital, el perfeccionamiento de las instituciones, el mercado común americano y la mediación entre países. Intelectual sensible y lúcido en la interpretación del vertiginoso cambio que vivimos, se ha impuesto la tarea de conseguir para su pueblo mejores condiciones de vida y alcanzar un grado satisfactorio de justicia social.

Además, su sensibilidad cultural le ha llevado a preocuparse de un tema especialmente querido por la Corona: el del respeto y el amor por las lenguas portuguesa y española. Su interés por incrementar la enseñanza del español en Brasil y por extender la del portugués fuera de sus fronteras es una forma más, ciertamente eficaz y tal vez imprescindible, de unir para la prosperidad a la Comunidad Iberoamericana.

El reconocimiento a la labor del Presidente Cardoso nos mueve a reflexionar sobre lo que ha sido la mutua relación entre nuestros países y, sobre todo, acerca de lo que puede llegar a ser el futuro de nuestra cooperación, especialmente en la economía, la cultura, la educación y el medio ambiente. Son cuatro aspectos del desarrollo en los que España, como pueblo hermano, debería estar presente de una manera especialmente generosa. Porque además, un amplio conjunto de países de aquel continente que precisan desarrollar sus economías nacionales, potenciar y proteger sus culturas y salvaguardar su patrimonio natural, necesitan de la ayuda de ambos, de Brasil y de España. Y esta ayuda debe no sólo centrarse en proporcionar todos los medios posibles para la consecución de estos fines, sino también en resguardarlos de cualquier iniciativa que nazca sólo impulsada por el desarrollo incontrolado, la ambición desmedida y la especulación.

Esta colaboración redundará también, estamos seguros, en la profundización del conocimiento de nuestras respectivas culturas, y sensibilizará a todos del grave e inaplazable problema de la conservación del medio ambiente y de la necesidad de su protección. Porque las maravillosas condiciones naturales de Brasil, que el mundo entero reconoce como esenciales para la vida en el planeta, necesitan ser protegidas con la ayuda de todos. Una ayuda que el presidente Cardoso ha pedido a los organismos internacionales, que deben aportar proyectos y recursos suficientes para lograr la definitiva salvación de estos espacios vitales.

El Premio Príncipe de Asturias de los Deportes ha sido concedido por segunda vez a un ciclista. Entonces fue nuestro Miguel Indurain y hoy es el estadounidense Lance Armstrong, que reúne, sin ninguna duda, todas las virtudes de los grandes deportistas.

A sus triunfos deportivos Armstrong une los que alcanzó lejos de la competición, cuando, enfermo de cáncer, recorrió con extraordinario valor los caminos de la desesperanza y el miedo, del dolor y el sufrimiento. De ellos ha regresado engrandecido y transformado espiritualmente, dispuesto a infundir en otros seres humanos, enfermos como él, deseos de volver a la alegría de vivir. Con este propósito ha creado la Fundación que lleva su nombre, en la que trabaja apasionadamente ayudando a muchas personas a enfrentarse al mal, a comprenderlo y a vencerlo.

Define la Real Academia Española la palabra concordia como conformidad, ajuste, convenio, consenso, acuerdo, unión. Todos estos significados tiene también la meritoria labor de la propia Academia y de la Asociación de las Academias de la Lengua Española, a las que este año les ha sido concedido el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia. Es hermoso ver el acuerdo y la sintonía tras los enfrentamientos sociales o bélicos, pero no lo es menos ver cómo la palabra -la que encarna la lengua española, la lengua que hablan en el mundo 400 millones de personas- es el fin de esa confluencia armónica.

El idioma español es hoy uno de los grandes patrimonios de la Humanidad, vehículo fértil de pacífico entendimiento e instrumento esencial para la creación cultural. Las insignes Academias hoy aquí representadas lo protegen y estimulan con su abnegado trabajo para extenderlo, para conservarlo en todo su rigor y pureza.

El consenso ya obtenido en la ortografía, la incesante labor en los campos léxico y gramatical, la preparación de un nuevo Diccionario de la Lengua y del Diccionario Académico de Americanismos -en los que cabrán las peculiaridades lingüísticas de cada país, la adaptación de todas esas labores a los cambios tecnológicos, son todas ellas tareas que completan ese planteamiento primero de diálogo, concordia y paz que hoy supone la lengua española.

Todo esto nos hace volver a sus raíces, al solar donde nació, a las tierras de España, y seguir creyendo en que, precisamente aquí, la lengua española, la lengua de todos, puede ser también uno de los más hermosos factores de reconciliación y de paz definitivas entre nosotros, jamás de enfrentamiento.

Señoras y Señores,

Los sentimientos que esta ceremonia expresa y los trágicos acontecimientos vividos por los pueblos israelí y palestino en Tierra Santa en las últimas semanas, se unen, con emociones encontradas, en nuestro ánimo, y nos recuerdan el acto de entrega de los galardones del año 1994 en el que Isaac Rabin y Yaser Arafat recogieron el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional, que compartían.

El contenido de los esperanzadores discursos pronunciados en aquel inolvidable día por ambas personalidades y sus expresivas y cálidas muestras de comprensión mutua deben perdurar. Sabemos que hay mucho que olvidar, pero estamos convencidos de que más son los frutos que se pueden recoger con el diálogo, la negociación y la generosidad. Anhelamos que Jerusalén, ciudad secularmente vinculada a la Corona, sea centro de paz, convivencia y esperanza, ejemplo para todos de fraternidad y concordia. Soñamos, como el poeta sefardí, la llegada de la hora en que sobre la noche del dolor arda radiante la llama de la paz.

Permítanme ahora, antes de finalizar estas palabras, que recuerde públicamente -con la alegría y naturalidad de los gestos verdaderos- la proximidad de un aniversario de especial significación para los españoles que apreciamos y agradecemos la obra conseguida de una España Democrática en Paz y Libertad.

Hace 25 años que S.M. el Rey, con S.M. la Reina a su lado, comenzó un reinado que por innovador, moderno y cercano supo ocupar el lugar apropiado que la Historia y la convivencia democrática y plural demandaba.

Es hermoso para mí, aunque confieso que no fácil por la proximidad que nos une, evocar así Su obra desde esta querida Asturias, origen de tantas emociones, inquietudes e iniciativas que han contribuido, de manera fundamental a construir España. Desde aquí quiero resaltar Su entrega a la misión histórica, la prudencia que impulsa Su quehacer y Sus desvelos por ser, como en verdad es, el Rey de todos los españoles.

Con el aliento de la Corona, el amparo de la Constitución y el trabajo ilusionado de los españoles, España, con sus problemas, es hoy un País que ha progresado enormemente unido en la libertad, respetado en el mundo, depositario de valores irrenunciables. En posesión de una espléndida creatividad literaria y artística y de una creciente y acreditada actividad investigadora, nuestro país está haciendo frente a los complejos desafíos de la sociedad de la información y de la nueva economía. Una juventud sólidamente formada, el protagonismo creciente de la mujer en todos los aspectos de la vida de la sociedad, un empresariado emprendedor y dinámico y unos trabajadores que dan permanentes muestras de responsabilidad, nos abren las mejores puertas al futuro.

A SS.MM. los Reyes por su decisiva contribución a esta obra, les expreso mi más profunda admiración y gratitud como español y como hijo.

Muchas gracias.

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