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Discursos  

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Discurso de Su Alteza Real el Príncipe de Asturias durante la ceremonia de los Premios Príncipe de Asturias 2002.

Han transcurrido ya muchos años desde que comenzamos a celebrar, llenos de esperanza, este solemne acto y es una gran alegría ver cómo nuestros Premios refuerzan su andadura y son, cada vez más, una realidad cultural y social de primera magnitud.

Lo que fue al principio apenas un proyecto ilusionado y un reto lleno de dificultades es hoy una gran obra prestigiada y sólida, con creciente eco internacional y, por ello, abierta al mejor de los futuros.

El logro de estas conquistas, que bien sé que no ha sido fácil, hace verdadera la convicción del filósofo de que nuestras vidas cobran su sentido más profundo cuando nos esforzamos en hacer realidad nuestros sueños. Por eso quiero reiterar mi reconocimiento a nuestros patronos, a los componentes de los jurados de los Premios y a las personas que con discreción y generosidad han entregado a la Fundación muchas horas sacrificadas de sus vidas.

Para revivir un año más todos estos sentimientos, regreso a Asturias con la emoción de quien regresa al hogar, a una tierra donde nunca faltan el afecto y el calor humanos. Los asturianos han sabido siempre abrirse a todos los mundos, dialogar, entregarse valerosamente a las causas más nobles. En circunstancias tan especiales como la que hoy nos convoca, se unen para acoger con sincera y noble hospitalidad a quienes vienen desde tantas partes de nuestra Europa y de otros continentes para disfrutar con nosotros de un día inolvidable. Asturias sabe lo mucho que aprecio y valoro esta generosa actitud hacia los Premios que llevan mi nombre.

Otra vez esta querida ciudad de Oviedo será el foro en el que reflexionemos en voz alta sobre nuestras más vivas preocupaciones, muchas de ellas consecuencia directa de los cambios que convulsionan el mundo y lo transforman con incontenible fuerza.

Anhelamos que nuestros Premios sean la voz de quienes tantas veces no la tienen, la voz de los abandonados, la de los que sufren injusticia, la de los que defienden la libertad y son perseguidos por defenderla. Su lucha, que nunca dejará de ser nuestra lucha, fortalece nuestra fe en que es posible un mundo más justo y fraternal, libre del terror y de los fanatismos. No queremos renunciar a la esperanza, a seguir creyendo, como dice el precioso verso del inolvidable Borges, que «cada aurora maquina maravillas».

La relación de premiados de este año, al igual que en anteriores convocatorias, es de una extraordinaria relevancia. Expresa con nitidez la vocación más profunda de nuestros Premios de ser conciencia viva de nuestro tiempo, estímulo de creatividad y aliento de los más altos valores. Queremos que sirvan de ejemplo para toda la sociedad, especialmente para nuestra juventud, a la que nunca olvidamos.

El escritor norteamericano Arthur Miller, galardonado con el Premio de las Letras, encarna desde lo más hondo todas esas ideas y valores que deseamos resaltar. El teatro del siglo XX no se puede concebir sin la toma de conciencia que expresa la obra de este excepcional dramaturgo.

"Todos eran mis hijos", "La muerte de un viajante", "Las brujas de Salem", "Panorama desde el puente" o "Después de la caída" son ejemplos de que su obra no envejece. Convertida en clásica y representada continuamente con éxito en escenarios de todo el mundo, su creación dramática atiende prioritariamente a los problemas contemporáneos del americano medio, a las tensiones y disidencias entre padres e hijos, a los conflictos sociales, a la persecución asfixiante y a la falta de libertad en ambientes dominados por el localismo y los prejuicios. Aborda por ello, también, temas y problemas universales y eternos, siempre desde el rechazo de lo superficial, de la intolerancia, del puritanismo y de las concepciones dogmáticas que tantos estragos causan en la vida de las sociedades. Sus personajes, humildes, tantas veces muy próximos a nuestras vidas, traducen con una extraordinaria fuerza psicológica su amor por la dimensión sincera y moral de los pequeños acontecimientos diarios.

Esa sorprendente capacidad para interpretar la sociedad de su tiempo y la de todos los tiempos y para ofrecernos, con rebeldía y un profundo sentido de la justicia, una permanente reflexión que sugiere soluciones iluminadoras, ha influido de manera indeleble en varias generaciones de españoles que, sobre todo en los años más difíciles, encontraron en el teatro de Miller un estímulo intelectual y una orientación moral de primera magnitud.

Al igual que a Willy Loman, protagonista de "La muerte de un viajante", le duele la tala de los viejos olmos de su calle, también a nosotros nos llega al alma la conciencia insobornable de Miller. Con la misma nostalgia con que tan inolvidable personaje evocaba el aroma primaveral de los tilos y las acacias cercanos a su casa, a nosotros nos conmueve y nos admira el mensaje de su obra, que nos anuncia la cercanía de una nueva primavera, la llegada de un tiempo de esperanza.

Un original escritor alemán, autor de agudas observaciones sobre España, Hans Magnus Enzensberger, ha sido galardonado con el Premio de Comunicación y Humanidades. La versatilidad y riqueza de su pensamiento le caracterizan y distinguen en el panorama de las letras europeas contemporáneas. Con una sensibilidad y una agudeza intelectual fuera de lo común, Enzensberger cultiva la poesía, el ensayo, el teatro o el periodismo, desde una profunda formación humanística y una intensa capacidad para la observación y la crítica.

Además de abordar problemas tan vivos como la pobreza, la emigración, la xenofobia y el racismo, Enzensberger nos emplaza a enfrentarnos a retos ineludibles, como el nuevo y afortunado protagonismo de la mujer en la sociedad, la posibilidad de un mestizaje solidario en Europa, el uso racional del desarrollo económico o la necesidad de una nueva pedagogía que seduzca a los niños durante su etapa escolar, para hacer de ellos personas conscientes de que sólo la educación y la formación continuadas les hará libres.

Ilusionar a la sociedad con ideas nuevas, despertarla ante cualquier tentación a dejarse llevar por la somnolencia y la rutina, acercar la poesía a las capas más populares, traducir conceptos científicos de difícil comprensión con palabras claras o tratar con corrosivo y letal humor los sectarismos y las ideologías violentas, he ahí otras vertientes de la obra de Enzensberger, repleta de sugestivas propuestas para la Europa y el mundo que queremos.

En más de una ocasión hemos sido testigos de cómo nuestros premiados en distintas áreas nos advertían desde este escenario de las amenazas y excesos de las sociedades contemporáneas. Pero también nos han recordado con palabras inolvidables que podemos y debemos mantener la esperanza en que el uso equilibrado y racional de la ciencia y la tecnología aumentará el bienestar de toda la humanidad y facilitará la vida del hombre sobre la Tierra. Por eso, ha sido un gran acierto del jurado haber concedido el Premio de Investigación Científica y Técnica a los que conocemos como «padres de Internet», los norteamericanos Lawrence Roberts, Vinton Cerf y Robert Kahn y el británico Tim Berners-Lee. Ellos han creado, con su talento y su sacrificio, el medio más inmediato, imaginativo y revolucionario de comunicación y de información de la historia de la humanidad. Muy justamente, el jurado ha reconocido también en el acta de concesión la participación en esta empresa de miles de personas y de muchas instituciones.

La influencia que Internet está teniendo en los ámbitos de la cultura, las finanzas y la empresa, la educación, la investigación científica y la tecnología es muy importante, al poseer, como se ha dicho, entre otras características, una extraordinaria capacidad para distribuir el poder de la información. Según sus creadores, Internet nos va a ofrecer aún aplicaciones insospechadas y sorprendentes, de tal manera que muchos de los cambios sociales que se produzcan en adelante van a estar decisiva e inevitablemente ligados a la evolución y perfeccionamiento de este nuevo medio de comunicación universal.

Debemos velar para que tal evolución se guíe por la ética, el equilibrio y la justicia, de modo que no ahonde aún más las diferencias entre unos países y otros, que no separe a las personas más de lo que están, que permita seguir mejorando la vida de los seres humanos en todos los rincones del planeta.

El sociólogo británico Anthony Giddens ha sido galardonado con el Premio de Ciencias Sociales. Director de la prestigiosa London School of Economics, uno de los centros de investigación y reflexión más importantes del mundo, al que Giddens ha llevado a su máximo esplendor, está considerado como uno de los más notables sociólogos del panorama internacional.

Su obra ha sido y sigue siendo, en su especialidad, una de las más influyentes de nuestro tiempo y es, sin duda, la más leída y citada de su generación. Es, además, reconocida por sus innovadoras y agudas observaciones, que van más allá del terreno que abarca su ciencia para adentrarse en los campos de la historia del pensamiento, la estructura de clases, los nacionalismos, las relaciones de familia y el pensamiento político.

Autor de numerosas e importantes obras que se han traducido a treinta idiomas, su libro Sociología se ha convertido en un manual imprescindible en muchas universidades del mundo, entre ellas algunas españolas. Maestro de generaciones de jóvenes sociólogos, les ha hecho ver que algunas de las misiones más claras de la ciencia sociológica son cuestionar los dogmas, apreciar la variedad cultural y comprender el funcionamiento de las instituciones, para así aumentar las posibilidades de la libertad humana.

Anthony Giddens ha reconstruido la tradición clásica de la sociología, adaptándola con maestría a la realidad contemporánea, en un impresionante esfuerzo de síntesis. Con todo, la parte más influyente de su obra ha sido la manera como nos ha explicado la modernidad reflexiva, es decir, cuáles son los rasgos constitutivos de nuestras sociedades y sus principales consecuencias. La imprescindible obra de Giddens nos ayuda a entender nuestro mundo, nos acompaña y nos orienta ofreciéndonos, en definitiva, una reflexión radical sobre lo que pueden ser una vida y una sociedad mejores para todos en estos albores del siglo XXI.

Una conciencia muy viva y original de este nuevo tiempo que transcurre entre dos siglos y la nostalgia de un mundo más solidario, humano y feliz en el que nunca falten la alegría de vivir, la esperanza y las ilusiones, fundamentan la obra cinematográfica de un norteamericano excepcional, Woody Allen, que ha recibido el Premio de las Artes.

Woody Allen, cuya sensibilidad y talento despiertan admiración universal, es un genio que ha sabido combinar en su arte las tareas de director, de actor y de guionista cinematográfico. Aunque él, con modestia, nos ha dicho que lo suyo es tan sólo hacer reír, todos sabemos que sus películas tienen un sentido mucho más amplio y hondo que el del humor, con ser esta una de las señas de identidad de su cine. Reparemos en el sentido, a la vez angustioso y estimulante, que tienen en su filmografía la vida y la muerte, el amor y la religión, el psicoanálisis y las distintas formas del arte, el papel de la mujer y la ingeniosa y continuada crítica a una sociedad que renuncia cada día más a los imprescindibles y sencillos valores humanos.

Al mismo tiempo, nobles sentimientos como la ternura y la modestia, la inteligencia sutil y la cordialidad, la emoción, la piedad, además de ironía a raudales, se entrecruzan siempre en la vida del personaje central de sus películas; un personaje original, inclasificable, que vive inmerso en un tiempo acelerado, un tiempo imprevisible y contradictorio, pero en el que se abre paso con una sensibilidad y una humanidad plenas de dignidad.

Woody Allen ha centrado el mundo de sus películas en una urbe emblemática de nuestro tiempo, ahora herida por el fanatismo, la ciudad de Nueva York, a la que nos ha hecho contemplar no sólo con ojos más humanos sino, y sobre todo, con los ojos de la poesía. En el fondo de su obra hay una profunda crítica de la ciudad y de la sociedad en la que viven sus personajes, pero es esa atmósfera poética que él pone en las escenas de su cine la que nos hace contemplarla en todo momento desde la ternura y el humor. A todo ello se ha sentido muy cercano el público europeo, para el que no es posible concebir el cine de nuestro tiempo sin la obra y la figura de Woody Allen.

Nuestra Fundación ha sido siempre especialmente sensible a los esfuerzos por defender la protección del medio ambiente y se ha preocupado por resaltar los beneficios que la Humanidad puede extraer de dicha defensa. Por eso nos satisface muy profundamente que se le haya concedido este año el Premio de Cooperación Internacional al Comité Científico para la Investigación en la Antártida. Los representantes de este organismo que hoy nos acompañan nos ofrecen el alto ejemplo de que todavía son posibles acuerdos generosos que se guíen movidos por el interés general de la humanidad.

Creado para coordinar la labor de investigación científica en la Antártida y para preservar ese frágil y misterioso continente como territorio para la paz y para la ciencia, el Comité defiende con su labor los intereses de todo el planeta. La firma del Tratado de la Antártida supuso un importante avance, destinado a tomar medidas al margen de los interesados repartos territoriales. Preservar la Antártida de la explotación avariciosa de sus recursos y guardarla cuidadosamente para los estudios científicos y para el progreso pacífico, son algunos de los más altos fines que puede perseguir y alcanzar la comunidad científica internacional.

España forma parte de los 32 países que desarrollan en la Antártida programas de Investigación y cuenta allí con dos bases científicas, la Juan Carlos I y la Gabriel de Castilla, y dos buques, uno de investigación, el Hespérides, y otro de apoyo, el remolcador Las Palmas.

Deseamos que el reconocimiento a estos ideales que hoy hacemos desde España sirva también de llamada de atención para resaltar los muchos valores que encierra lo que ahora se está haciendo en aquel bellísimo y fascinante continente blanco; y que este reconocimiento sirva también para que los gobiernos y los organismos internacionales dispongan de los medios que permitan llevar adelante tan trascendentales tareas para el futuro de nuestro planeta.

Los hombres y mujeres que tan denodadamente trabajan en las estaciones científicas de la Antártida son la vanguardia de un proyecto fundamental para la vida de quienes nos sucederán en el viaje milenario de la humanidad. Pocas veces el esfuerzo de un pequeño número de científicos ha podido velar, de manera más urgente y valiosa, por una causa tan noble y tan imprescindible.

La música, según su más antigua y hermosa definición de ser alimento del amor y de los sentimientos más sublimes, ha unido al excepcional intérprete y director de orquesta argentino de origen judío Daniel Barenboim y al profesor y escritor estadounidense de ascendencia palestina Edward Said en una valerosa tarea en favor de la convivencia y de la paz, por la que reciben el Premio de la Concordia.

Edward Said nos ha enseñado, con sus profundos análisis literarios, históricos y políticos, que sólo conociéndonos a nosotros mismos y a los demás, desechando aquellas ideas recibidas que en algunos casos sólo han servido para alimentar la confusión, examinándonos sin fáciles complacencias y estudiando a fondo nuestro pasado, es posible hallar esa comunidad de proyectos, ideas e ilusiones que fortalece al ser humano en su búsqueda de la felicidad.

Daniel Barenboim ejemplifica en su persona y en su actitud la antigua y repetida idea según la cual la música es el lenguaje universal por excelencia, el que ayuda a saltar barreras, a borrar fronteras geográficas, a aglutinar razas y mentalidades distintas; algo que constituye, por tanto, una herramienta esencial en el camino hacia la concordia. Porque no podemos de ningún modo sentirnos responsables ni herederos de los errores del pasado ni tampoco prolongar estérilmente su vigencia. Por eso los ejemplos de Edward Said y de Daniel Barenboim señalan un camino posible en cuyo recorrido no debemos desfallecer.

Ambos han querido encontrar en el diálogo y el humanismo la fortaleza para seguir creyendo en la posibilidad de entendimiento entre los seres humanos, y lo han hecho con tenacidad y valentía, ahora a través de la creación de una orquesta formada mayoritariamente por jóvenes judíos y palestinos. Un proyecto conjunto de ilusiones, de arte y de esperanza que ha sido acogido, precisamente este pasado verano, en nuestra querida Andalucía, una tierra hecha de la fusión de pueblos y culturas, y tan sensible por ello a los valores de la concordia y la paz verdadera.

Cuando en ella convivían cristianos, judíos y musulmanes, el más grande poeta sefardí de aquel tiempo escribió, en la luminosa Granada, unos no menos luminosos versos sobre la amistad y la fraternidad, sobre el desgarro de su ausencia:
Si no esperaran los corazones que tú volvieras, la muerte nos habría llegado al separarnos.

Desde el lirismo simbólico y conmovedor de este poema, celebramos que sea el arte, a través de una de sus expresiones más bellas, el que ha unido a Daniel Barenboim y Edward Said, pues creemos, como nuestro admirado y premiado el pasado año George Steiner, que la música puede trasmutar el espacio, la densidad y hasta el curso del mundo. Les deseamos una fructífera continuidad en su ambición de concordia - que todos compartimos - para una tierra dolida por la historia y tan herida en su presente.

La Selección Brasileña de Fútbol ha recibido el Premio de los Deportes. Este galardón, que nació con la intención de reconocer los beneficios que el deporte tiene para el ser humano y también para galardonar a aquellos que, además de practicarlo con excelencia, sean ejemplares por sus valores morales, ha querido resaltar en esta ocasión los méritos históricos de los futbolistas brasileños y la trascendencia social que el fútbol tiene en aquel querido país.

El fútbol es en Brasil, en efecto, un fenómeno que va más allá de lo deportivo. Capaz de expresar de una manera singular emociones, ha hecho que su práctica forme parte de la identidad de los brasileños. Es además un sentimiento, una pasión compartida. Estas características, comunes a otros muchos países, son, sin embargo, especialmente intensas en Brasil, donde, como ha afirmado el presidente Fernando Enrique Cardoso, el fútbol eleva la autoestima y la dignidad de todo el pueblo.

Si siempre el deporte, debidamente encauzado, es especialmente beneficioso y eficaz, aún lo es más cuando se practica en comunidades con altos grados de marginación, en las que contribuye, de manera importante, a la inserción social y a la formación de los niños y de los más jóvenes, que en muchos casos encuentran en él la posibilidad de alejarse para siempre de un futuro amenazado por la enfermedad, la pobreza y el desarraigo.

Los primeros pasos del siglo XXI nos han traído un mundo apasionante, testigo de vertiginosos cambios, imprevisible, lleno de incertidumbres y de riesgos, pero también de oportunidades. Vivimos conquistas insospechadas de la ciencia, actos sublimes de la creación artística y acciones heroicas de solidaridad que transcienden fronteras. Paralelamente, y con evidentes dimensiones globales, se alzan la pobreza, el hambre y la emigración masiva e incontrolada, así como la ignorancia, el fanatismo y el terror, en formas nuevas, diversas y destructoras. Unos problemas a los que se enfrenta la Humanidad y cuya solución constituye uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo.

Sin embargo, como siempre ha sucedido, las puertas de la esperanza siguen abiertas, porque la historia nos enseña que todas las tragedias y fracasos, todas las dificultades, por extraordinarias que sean, no han impedido que la humanidad siga avanzando hacia un mundo mejor. Un mundo nuevo que inevitablemente tendrá que ser regido por una ética global que, respetando la diversidad de culturas, una a todos los pueblos en torno a valores universalmente compartidos que permitan una convivencia en paz y libertad.

A lo largo de este discurso he utilizado varias veces una de las más hermosas palabras que ha acuñado nuestro idioma, la palabra esperanza. Quiero ahora invocarla de nuevo al agradecer a nuestros premiados su presencia en este acto, pues con su vida y su obra nos hacen sentirla desde lo más hondo. Ellos, también, simbolizan el anhelo de concordia, de cooperación y de solidaridad que está presente en nuestro Premios, no solamente porque algunos de ellos llevan estos mismos nombres, sino, además, porque el deporte, las artes, la investigación científica, la literatura o las ciencias sociales son actividades nacidas de la necesidad de comunicarnos y entendernos con nuestros semejantes, de compartir sentimientos, experiencias y proyectos. Son, en definitiva, actividades nacidas para unir y no para separar. De la unión, de la cooperación, han surgido las grandes empresas humanas. Una unión que no significa uniformidad, sino fértil suma de variedades, armonía de esfuerzos diferentes, de ideas distintas que conviven, se amalgaman y se enriquecen mutuamente.

Si en cualquier lugar del mundo, si desde algún pueblo perdido en las montañas de un remoto país, un solo niño, una sola niña ve esta ceremonia y siente el deseo de llegar a ser algún día tan generoso, tan brillante, tan sabio como los que nos honran al recibir nuestros galardones, nuestro esfuerzo y nuestra dedicación se habrán llenado de significado. Podremos entonces afirmar que esta ha sido, sin duda, una hermosa tarde, una tarde llena de esperanza.

Muchas gracias.

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