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Carlo Maria Martini

Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2000

Estoy profundamente agradecido por la concesión de este premio, que me honra y me estimula en el servicio a la Iglesia y a la sociedad actual.

Sé que se ha tenido en cuenta para esta concesión el compromiso de abrir caminos de diálogo entre creyentes y no creyentes, y entre grupos sociales con dificultades de entendimiento mutuo.

Querría decir que la raíz de este servicio que he intentado llevar a cabo (con la ayuda también de tantos otros, maestros míos, colegas y colaboradores, para los que envío toda mi gratitud) está en los libros de la Biblia, que he tenido la gracia de poder estudiar científicamente durante tantos años, dedicándome en particular a la crítica textual y a la hermenéutica. He podido, de esta forma, experimentar en mí mismo y en muchos otros cómo la Biblia es el libro fundamental de nuestra historia y el libro del futuro de Europa.

De la atención y la continua lectura de las Sagradas Escrituras hebreas y cristianas nacen senderos de profundización espiritual que llevan a las raíces de los grandes problemas humanos y permiten tomar una base común de diálogo con todas las personas de buena voluntad, incluso de otras religiones o no creyentes. Meditando durante mucho tiempo sobre las Sagradas Escrituras me daba cuenta de que lo que se producía en mí, en la mente y en el corazón (el "corazón que arde" del que hablan los dos discípulos de Emaús en Lc 24,32) se podía encontrar también en la experiencia profunda de otros, particularmente de los jóvenes.

Puedo, así pues, decir que son el estudio de la Biblia y la meditación sobre la Biblia los que me han llevado a la práctica del diálogo.

Hoy un espíritu dialogante es más necesario que nunca. Pero para eso es necesario antes de nada haber profundizado bien la propia identidad. La Biblia, y en particular los evangelios y las cartas de Pablo, son como el espejo que nos revela a nosotros ante nosotros mismos, nos hace entender quiénes somos y qué estamos destinados a ser.

Para dialogar es además necesario cultivar una espiritualidad basada en el silencio, en la escucha. La familiaridad con la Biblia enseña ante todo a escuchar: "escucha, Israel" (Dt 6, 4) y el ruego lo repite a menudo Jesús: "Escuchad" (Mt 4, 3); "Si uno tiene oídos para entender que entienda" (Mt 4, 23). Pero la escucha implica el silencio. Hoy es necesario que cualquiera que tenga una responsabilidad pública tenga en su jornada momentos de silencio prolongado, tanto más largos cuanto más grandes son sus responsabilidades. El episodio bíblico de Elías en la caverna del monte Oreb nos cuenta que la voz de Dios no se manifestó ni en el viento impetuoso ni en el terremoto ni en el fuego, sino "en un débil murmullo de silencio" (1 R 19, 13). El silencio abre el corazón y la mente a la escucha de lo que es esencial y verdadero.

Por último, para el diálogo es necesario tener sincera simpatía hacia el otro, acercarse a él con confianza, estar dispuesto a aprender de cualquiera que hable con sinceridad y honestidad.

Un diálogo sobre las cosas más importantes de la vida es hoy necesario para la supervivencia y el desarrollo de las culturas, especialmente en Europa, para evitar además que nos relegue a espectadores de aquel "clash of civilizations" [sic] ("choque de civilizaciones") que ha sido pronosticado por algún estudioso como consecuencia del final de los grandes bloques ideológicos.

En un mundo que cada vez se va unificando más desde el punto de vista económico y financiero y en el que hoy es posible comunicar en tiempo real desde todos los puntos de la Tierra a cualquier otra parte de ella, es necesario un estilo de diálogo y de escucha que incluya, además, los problemas sociales y económicos, y permita pasar de una globalización de los mercados y de las informaciones a una globalización de la solidaridad, como ha pedido con frecuencia el Papa Juan Pablo II, invitando para el año del Jubileo a "crear una nueva cultura de solidaridad y cooperación internacionales, en la que todos ... asuman su responsabilidad para un modelo de economía al servicio de cada persona" (Juan Pablo II, Incarnationnis Mysterium, nº 12). Se trata de interpretar y organizar la economía reconociéndole el valor y los límites, y su subordinación a la ética. "Ello conlleva además la búsqueda de instrumentos jurídicos idóneos para un efectivo gobierno "supranacional" de la economía: a una comunidad económica tiene que corresponder una sociedad civil internacional, capaz de expresar formas de subjetividad económica y política inspiradas en la solidaridad y la búsqueda del bien común en una visión cada vez más amplia, capaz de abarcar el mundo entero" (Juan Pablo II, A los profesores y a los alumnos de la Universidad Comercial "Luigi Bocconi" de Milán, 20 de noviembre de 1999, nº 4).

Así será posible hacer frente, además, a los problemas candentes de hoy: la paz entre las etnias y las religiones, especialmente en Medio Oriente; los derechos humanos y la defensa de la dignidad de la persona en cada país del mundo y en cada momento de la vida; los problemas ambientales y la defensa de la Tierra de la degradación que la está amenazando. El creyente se guiará por la certeza de que hay, debajo de los caminos humanos, una gracia del Espíritu Santo que conduce la lucha contra todo absurdo y toda injusticia. Quien tiene por lo menos confianza en la vida, aunque no tenga una particular fe religiosa, podrá entonces encontrar compañeros de viaje con los que compartir el ansia por la dignidad de cada hombre y mujer y de cada pueblo de la Tierra.

La gran tradición civil y religiosa de esta tierra de Asturias, en la que la cultura europea reconoce uno de sus núcleos fundadores, nos hace mirar al futuro con una esperanza que por sí misma puede dar impulso frente a las dificultades y a las tinieblas del presente.

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