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Adam Michnik

Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2022

Desde la humildad y con gran emoción, deseo expresar mi agradecimiento al jurado de este extraordinario premio.

También doy mi más sincera enhorabuena a todos los premiados.

España ha sido para mí –y para muchos otros polacos– un modelo a seguir. La experiencia española nos enseñó a enfrentarnos a la dictadura y a buscar un camino hacia la democracia a través del diálogo y el consenso. Había que conseguir que la fuerza de los argumentos reemplazara el argumento de la fuerza.

Después de todo, este magnífico Premio Princesa de Asturias no es para mí, sino para Gazeta Wyborcza, el periódico que nació al mismo tiempo que la democracia polaca, en 1989.

Desde el principio, Gazeta Wyborcza se esforzó por formar parte de esta democracia.

Personalmente, debo mucho a la experiencia y a los consejos de mis amigos de la redacción del diario El País, que tan importante papel desempeñó en la conformación de la democracia española.

Durante todos estos años hemos querido defender dos valores imprescindibles de la democracia: la libertad y la verdad.

Hoy, estos valores se ven de nuevo amenazados por la criminal agresión del régimen de Putin contra Ucrania.

La guerra del régimen de Putin contra Ucrania es en realidad una guerra contra todo el mundo democrático.

Cada día nos encontramos con espantosas imágenes de saqueos, violaciones, torturas y asesinatos, perpetrados por el ejército de Putin en Ucrania.

Pero Putin no es Rusia. Por eso queremos recordar a aquellos rusos que se oponen a esta barbarie bélica y manifiestan abiertamente su oposición. Son ellos los que defienden el honor de Rusia, como lo hicieron en su día Sájarov y Solzhenitsyn; como Thomas Mann defendió el honor de Alemania durante los años del apocalipsis nazi.

Debemos respetarlos por ello.

Esta es una guerra malvada desencadenada por hombres malvados que, poseídos por la locura del imperialismo de la Gran Rusia, nos recuerdan hoy de lo que son capaces los hombres envenenados por la mezcla de nazismo y bolchevismo, y por su crueldad y anarquía.

Putin no puede ganar esta guerra. Ayudar a Ucrania en su lucha es el deber de todos los demócratas del mundo y la solidaridad con Ucrania de los demócratas de tantos países inspira admiración y esperanza.

No obstante, también podemos observar señales preocupantes en Europa y en Estados Unidos.

En la vida pública está ganando terreno una tendencia que recurre al lenguaje y a la práctica del populismo agresivo, del nacionalismo y del autoritarismo.

Es la práctica del desprecio expresado en el lenguaje de la izquierda y de la derecha totalitarias. Una agita banderas negras y la otra, rojas.

De todos modos, como escribió un poeta polaco, «los fascistas a menudo cambian de camisa».

Lo que unos y otros tienen en común es el desprecio hacia lo más valioso de la tradición europea: la misericordia, la infancia, la tradición cristiana y la razón de los descendientes del Siglo de las Luces.

Estos herederos de las tradiciones totalitarias prometen, en lugar de la democracia, una visión absurda de un mundo étnicamente puro o perfectamente igualitario.

Pero nosotros recordamos que sólo los campos de concentración fueron étnicamente puros e imbuidos de una perfecta igualdad.

En su libro dedicado a la obra maestra de Cervantes, El Quijote, el gran escritor y filósofo español Miguel de Unamuno dijo:

«Y no servía que Maese Pedro advirtiese a Don Quijote que aquellos que derribaba, destrozaba y mataba no eran verdaderos moros sino unas figurillas de pasta, pues no por eso dejaba de menudear aquél cuchilladas. Y hacía bien, muy requetebién. Arman los maeses Pedros sus retablos de farándula y pretenden que por ser las de ellos figurillas de pasta, declaradas tales, se les respete. Y lo que el Caballero andante debe derribar, descabezar y estropear es lo que a título de ficción hace más daño que el error mismo. Porque es más respetable el error creído que no la verdad en que no se cree».

El Premio Princesa de Asturias es una muestra de que merece la pena mantener la libertad, la decencia y el derecho a equivocarse cuando se busca la verdad.

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