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Sylvia Earle Premio Princesa de Asturias de la Concordia 2018

Sylvia Earle

Majestades,
Excelencias,
Galardonados,
miembros de la Fundación Princesa de Asturias,
Señoras, Señores,
conciudadanos del único planeta oceánico, la Tierra:

Cuando era niña, aprendí acerca de exploradores españoles tan famosos que a menudo se referían a ellos sólo mediante sus apellidos: Cortes, Pizarro, Balboa, Coronado, Elcano.

Estos exploradores y conquistadores, todos hombres, fueron los pioneros de su tiempo, los primeros europeos en ver el continente sudamericano, los primeros en tocar el océano Pacífico, los primeros en circunnavegar el mundo.

Fernando Magallanes nació en Portugal, pero fue el Rey de España, Carlos V, quien aceptó apoyar su idea de buscar una ruta hasta las riquezas de Asia. Zarpó en 1519 y cuando llegó a la punta de América del Sur, pensó que podría cruzar el Pacífico en pocos días.  Meses después, ninguno de los cinco barcos en su flota llegó a su destino deseado y solo uno de ellos y 18 de los 260 tripulantes originales regresaron a España tres años después de su partida, pero los que estaban a bordo lograron circunnavegar el mundo por primera vez.

El viaje de Magallanes-Elcano y otras hazañas increíbles tuvieron lugar durante lo que se ha llamado la “gran era de las exploraciones”.  Hace cinco siglos, la creencia y la enseñanza predominante dictaban que la Tierra era el centro del universo, que el sol y todas las estrellas se movían a nuestro alrededor. Algunos todavía creen que el universo gira alrededor de nosotros, o quizás ¡solo alrededor de su propia persona!  Y, todavía existe la creencia generalizada de que la mayor era de exploración ocurrió hace mucho tiempo. Se han escalado todas las grandes montañas y la gente ha viajado de polo a polo, ha viajado a la luna y ha enviado sondas más allá de la frontera de nuestro sistema solar.  ¿Qué queda por explorar?

Los niños de hoy en día saben la verdad.  ¡La mayor era de las exploraciones apenas está comenzando!  La mayor parte del océano nunca se ha visto, y mucho menos ha sido explorado.  Cuanto más nos adentramos en el mar, menos sabemos, ¡pero más descubrimientos nuevos hacemos!  Ahora sabemos que el océano es el motor del clima y las condiciones meteorológicas, genera la mayor parte del oxígeno en la atmósfera, absorbe gran parte del dióxido de carbono de la atmósfera, induce la química del planeta y es el hogar de la mayor parte de la vida en la Tierra.  El océano posee el noventa y siete por ciento del agua de la Tierra.  Las nubes surgen del mar y el agua vuelve a la Tierra como lluvia, nieve y granizo. Mediante cada inspiración que realizamos, mediante cada gota de agua que bebemos, todos estamos conectados al mar.  Incluso aquellos que nunca han visto o tocado el océano están siendo tocados constantemente por el océano. El océano es la piedra angular de nuestro sistema de soporte vital. Sin océano, no hay vida.  Sin azul, no hay verde.  Un océano con problemas significa que tenemos nosotros problemas.

Cuando era niña, nadie había estado en la luna o bajado a las zonas más profundas del océano.  Era raro ver mujeres como científicas, ingenieras, capitanas de barcos, pilotas de aeronaves, líderes de empresas o de países.  Algunos me dijeron que, como mujer, no debería aspirar a ser científica o exploradora, pero hay una diferencia entre no debería y no podría, así que me convertí en científica y exploradora de todos modos.  

A mediados del siglo XX, no existían ordenadores, teléfonos móviles, los plásticos o internet.  En ese momento, parecía que el océano era demasiado vasto, demasiado resistente para ser dañado por cualquier cosa que los humanos pudieran hacer.  Hace poco, en la década de 60 del siglo pasado, se consideraba que la extracción de la fauna del mar era la solución a cómo podríamos alimentar a la creciente población de personas, ya que el número de humanos aumentó de mil millones en mil ochocientos a dos mil millones cuando nací yo, tres mil millones a mediados de siglo.  Echar basura y otros desechos al mar parecía una buena idea en ese momento.  Lo que sea que echamos allí, pensamos, ¡simplemente desaparecerá!

¡Pero ahora lo sabemos!  Lo que estamos echando al océano, millones de toneladas de basura, plásticos desechables, productos químicos tóxicos, el exceso de fertilizantes y pesticidas, está cambiando la química del mar.  Las tecnologías que hemos desarrolladas para librar una guerra entre nosotros ahora las hemos adaptado para librar una guerra contra el mar.  Sonar, satélites, sistemas de posicionamiento global, nuevos materiales para las artes de pesca se utilizan ahora para capturar fauna marina a una escala sin precedentes. Hoy en día, los peces no tienen dónde esconderse, ni siquiera en alta mar ni en los mares profundos, ni en los mares polares.

Lo que estamos extrayendo del océano, millones de toneladas de animales marítimas, ha causado una reducción de alrededor del noventa por ciento de muchas especies de peces, incluyendo bacalao, atún y tiburones, hasta muchos de los pequeños calamares y peces plateados de los que dependen los animales más grandes para su sustento. Su desaparición rompe los antiguos ciclos de nutrientes, afectando la producción de oxígeno y la captura de carbono, socavando los procesos oceánicos antiguos que han tardado cientos de millones de años en desarrollarse, pero sólo unas décadas en deshacerse.  En medio siglo, aproximadamente la mitad de los arrecifes de coral han desaparecido, junto con los manglares, los pantanos y las praderas marinas. Los vastos campos del plancton oceánico son los que producen más de la mitad del oxígeno en la atmósfera que están disminuyendo.  El océano tiene problemas. Y por lo tanto, nosotros también.

Esa es la mala noticia.  Pero la buena noticia es que, por primera vez en la historia, podemos observar, calcular, medir y comprobar no solo de cómo estamos dañando la Tierra, sino también de lo que se puede hacer para curar el daño y hacer las paces con la naturaleza, una clave fundamental para hacer la paz entre nosotros mismos.

¡Este es el momento óptimo!

Ahora, como nunca antes, podemos medir el derretimiento del hielo polar y correlacionarlo con las emisiones de dióxido de carbono, la destrucción de los bosques, el deterioro de los campos de plancton y las especies que captan el carbono azul a las que nos referimos como atún y ballenas y krill.

Ahora, como antes nunca, sabemos que al proteger grandes áreas naturales de la tierra como parques y reservas naturales, estamos protegiendo nuestro sistema de soporte vital.  Lo mismo ocurre con el océano. Los parques azules, las reservas azules, los hope spots o puntos de esperanza, se necesitan con urgencia para revertir las alarmantes perdidas que estamos presenciando en el mar. Las acciones tomadas en los próximos diez años determinarán nuestro futuro para los próximos diez mil años. Nunca antes habíamos podido saber lo que se sabe ahora sobre nuestra dependencia absoluta del mundo natural para hacer posible nuestra existencia. Nunca más habrá una oportunidad mejor para actuar, ahora que todavía estamos a tiempo.

Hace cincuenta años, el astronauta William Anders tomó lo que puede ser la fotografía más importante de la misión del Apolo 8 cuando él y los otros dos astronautas circunnavegaron la luna.  Esa imagen, Earthrise, la vista de nuestro planeta azul que aparece como una joya viviente en un universo hermoso pero extremadamente hostil de soles, lunas y cometas, impactó a la humanidad, dándolo una nueva conciencia acerca de cuán hermoso es este planeta y cuán vulnerable somos. Dentro de cincuenta años, los niños de hoy pueden mirar atrás y preguntarse “¿Por qué no hicisteis algo mientras todavía había tiempo?”  O puede que digan: “Gracias, por la sabiduría de proteger a la Tierra cuando todavía había una oportunidad de hacerlo”.

Les agradezco a ustedes, Majestades, por continuar en esa antigua tradición de fomentar la exploración de lo que los humanos pueden hacer, no solo cruzando el océano desconocido, sino también cruzando las fronteras del arte y la literatura, la comunicación y la ciencia, con ejemplos representados aquí entre mis compañeros galardonados.  El conocimiento es la clave de la continuidad de nuestra prosperidad y de nuestra existencia.

Con el saber, viene el cuidado y con el cuidado, hay esperanzas de que podamos hacer, y lo haremos porque debemos hacerlo, las paces con la naturaleza y encontrar un lugar duradero para nosotros mismos dentro de los sistemas mayormente azules que nos sustentan.

 

Traducido por Paul Barnes.

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